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Valledupar: el espejo roto del poder

“El adulador no honra al otro, se sirve de su vanidad; y quien se deja arrullar por halagos pierde el más valioso de los bienes: la lucidez frente a la realidad”.

Valledupar: el espejo roto del poder

Valledupar: el espejo roto del poder

Por: Javier

@el_pilon

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“El adulador no honra al otro, se sirve de su vanidad; y quien se deja arrullar por halagos pierde el más valioso de los bienes: la lucidez frente a la realidad”. Esta frase encierra, en pocas palabras, una verdad incómoda que atraviesa nuestra historia regional como una sombra persistente que todo lo cubre: la dirigencia de Valledupar y del Cesar ha sido víctima —y cómplice— de una cultura del halago y la apariencia, mientras la realidad social y económica se deteriora a pasos silenciosos, pero firmes.

En nuestro entorno político, los liderazgos no se miden por resultados ni por proyectos sostenibles, sino por la capacidad de reunir aplausos, llenar tarimas y mantener satisfecho un círculo de aduladores profesionales. Esa es la moneda de cambio: no ideas, sino egos inflados. Así, los líderes se rodean no de voces críticas, sino de ecos complacientes que les repiten que todo está bien. Y lo creen.

Pero el pueblo no vive de discursos ni de placas inauguradas sin contenido. La realidad, que siempre se impone, es tozuda: desempleo estructural, informalidad rampante, falta de oportunidades para jóvenes, baja inversión en ciencia, tecnología y producción agroindustrial, y una dependencia enfermiza de recursos públicos. Mientras los gobernantes se aplauden entre sí y celebran sus logros de papel, los ciudadanos viven atrapados en un presente sin horizonte.

A los jóvenes que caen en las redes de la adulación no los culpo, muchas veces las esperanzas se ven reducidas por las circunstancias. Por eso muchos prefieren marcharse. Y con ellos no solo se va el talento, se va la posibilidad de una transformación verdadera. Cada joven que se va buscando oportunidades que aquí no encuentra, es una semilla que no germina en su tierra. Es una oportunidad de crecimiento que pierde la región.

Estas dinámicas no son exclusivas del poder; están en la vida diaria. Todos, en algún momento, podemos caer en el juego del halago fácil o en la necesidad de ser aplaudidos. Por eso el estudio, la reflexión y el pensamiento crítico no son un lujo: son un acto de higiene del alma. Leer, cuestionar, aprender… es lo que reduce el espacio del ego y ensancha el espíritu. Solo quien se conoce a sí mismo resiste la mentira que otros construyen sobre él.

La adulación política no solo es peligrosa, es costosa. Nos roba la autocrítica, mata la planificación y condena a las generaciones futuras a repetir los errores de siempre. El desarrollo no florece en tierras donde la realidad incomoda y la crítica se interpreta como traición.

Valledupar y el Cesar no necesitan más jefes egocéntricos rodeados de sí mismos. Necesitan líderes dispuestos a escuchar lo incómodo, a corregir sin soberbia, y a entender que gobernar es servir, no ser servido. Y eso solo es posible si, en lugar de aduladores, se rodean de ciudadanos comprometidos, técnicos capaces y consejeros sinceros.

Porque al final, toda sociedad es el reflejo del espejo en que decide mirarse. Si se contempla en la distorsión del halago, vivirá de apariencias; si se mira con honestidad, aunque duela, podrá transformarse. La verdad incomoda, pero libera; la adulación consuela, pero encadena. Y ninguna región —por fértil que sea su tierra— florece si su gente prefiere el consuelo de la mentira al coraje de ver la realidad.

Por: Javier Salina García.

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