Recién ordenado el padre Luis Carlos Bermúdez Quintero, en 2008, lo asignaron como administrador parroquial de la parroquia de Nuestra Señora de Altagracia, en el barrio Populandia, y de la parroquia san Pío de Pietrelcina, en el barrio Álamos, dos sectores que abarcaban varios barrios. Era complejo, obviamente, dice el padre, para un sacerdote que le gustaría compartir más con sus feligreses, pero las circunstancias no permitían vivir lo ideal: estar más con cada uno de ellos. La aventura fue hermosa y al mismo tiempo un desafío porque fueron tres años y medios con aciertos y desaciertos. Y enfatiza: “A ser sacerdote no solo se aprende en el Seminario del todo, se aprende en la parroquia”.
A raíz de la presentación de la nueva novela de Mary Daza Orozco, ‘Si me olvidas no sabes lo que te puede pasar’, se ha suscitado, entre los lectores una inquietud por conocer y saber de la vida del padre Luis Carlos Bermúdez Quintero, a quien la autora le dedicó el libro. Logramos que el padre y filósofo nos concediera una entrevista desde el Seminario Juan Pablo II, su lugar de trabajo, en el que se dedica a la docencia, a ser formador de nuevos sacerdotes.
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Mi vocación surge de una forma muy sencilla, surge del hecho de querer buscar respuestas, de querer buscar claridad ante diversas situaciones que estaba experimentando y gracias a la influencia de mis padres, de modo particular de mi madre quien a mí y a mis hermanos nos transmitió el amor por la iglesia, la necesidad de pertenecer a alguna comunidad, de cumplir el precepto dominical; precisamente, en ese contexto de un joven de doce o trece años de edad, un sacerdote, que hoy es mi amigo, me convidó a unos encuentros de jóvenes, eran encuentros vocacionales, en donde tuve la oportunidad de encontrarme conmigo mismo y descubrir los signos de la vocación.
Fui encontrándome con personas, con Palabras de Dios, con momentos de vida espiritual que fueron enriqueciendo mi existir y que me dieron la oportunidad de sintonizar con lo que Dios iba sembrando en mi corazón y llegar a la vida vocacional.
Usted ha planteado la pregunta ética por excelencia: ¿cuál es el mejor modo de vivir? Considero que la Filosofía es una manera de asumir la vida, de hecho la misma definición ‘de amor a la sabiduría’ ya vinculan dos polos que podrían parecer opuestos, pero se complementan: el amor, que es una emoción profunda que implica la cercanía, pero al mismo tiempo es sabiduría. Ante esa pregunta, que históricamente se ha respondido desde diferentes perspectivas, al final yo creería que cualquier tipo de filosofía que se aborde es una manera de dejar una huella. Y en la formación la Filosofía ocupa un lugar primordial. Me atrevería a decir que esta impronta filosóficaque el Señor me ha regalado ha marcado mucho, no solo la vida de los chicos sino la mía personalmente.
Normalmente la barrera con que me encuentro cuando abordo a los chicos iniciando la Filosofía es que la han recibido desde la simple transmisión de conceptos; ven la Filosofía, no como un estilo de vida, como una manera de llevar la existencia, sino como una materia que hay que estudiar, en ese sentido cuán alejados de los filósofos que comprendieron que la Filosofía era una forma de existir, una lectura que se hace de la vida. Esto no impide que uno no vaya rompiendo esa barrera y eso lo ofrece el Seminario: la Filosofía abre los horizontes de los muchachos mostrando que es una forma de vida.
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Yo fui el primer sorprendido con la dedicatoria de Mary. De hecho muchos lectores pensarán ‘este sacerdote es un lector empedernido de Mary Daza’, la primera obra que me he leído de ella es esta que acaba de salir. Me conozco con Mary de hace mucho tiempo porque ella, igual que yo, comparte la docencia en el Seminario, somos colegas de profesión, pero al mismo tiempo, después de un tiempo determinado y de algunas circunstancias muy precisas Mary me pidió que fuese su ‘director espiritual’, para mí más que un honor fue de mucha alegría que una persona con la tradición, con el peso social que tiene en toda la región, en el país incluso, me pidiese este detalle de orientarle desde los espiritual.
En cuanto a la pandemia es una situación que a todos nos pudo arrinconar en nuestras fragilidades, temores, que fueron surgiendo, con el aislamiento, con tanto silencio, con la rutina, con intentar hacer tantas cosas en la jornada; todas estas situaciones, de alguna u otra manera, pudieron arrinconarnos, pero al final hay algo privilegiado y es su dimensión espiritual, no me refiero a rezos, a tradiciones sino a ese diálogo íntimo con Dios, a ese encuentro cara a cara con Dios, hacer que a través de la oración del corazón Dios se siente a hablar con uno, y así fue como Mary, en medio de esta situación que también a ella le tocó, tuvo a bien dedicarme este libro, fueron distintos momentos en que tuvimos la oportunidad de dialogar, de confrontarnos, yo hacía algo muy simple que era animarla a seguir escribiendo, a no rendirse, a no dejarse llevar la gracia de la alegría.
Mary es una mujer que tiene la capacidad de descubrir en lo simple, en lo sensible un valor profundo. Obviamente Mary Daza es una mujer cuyas palabras tienen un peso específico, tiene una densidad en sus palabras que yo creo que la una arrebata el turno para salir antes que la otra.
De cara a la amistad yo me atrevería a decir que se va cultivando desde lo honesto desde la sinceridad misma en el compartir los momentos, sin esperar nada sino intentando ser recíprocos con lo que se está viviendo en el momento.
Estamos viviendo en una época en la que se tiende a tergiversar mucho el tema de las amistades. Creo que esta obra es una alabanza, es una oda a ese amor de amistad que es posible hacer crecer en los seres humanos. Tengo muy presente la amistad que se forjó entre San Francisco de Asís y Santa Clara de Asís y que fue mal interpretada.
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Yo creo que esta obra de Mary, entre muchas cosas, es una invitación a construir amistades auténticas, amistades maduras, amistades sinceras, amistades en las que no sean ni los modos, ni las formas, ni las etiquetas de los protocolos sino todo lo contrario, simplemente la fluidez de un corazón que habla a otro corazón y que cuando se encuentran tienen la posibilidad de sintonizar en tal forma que pueden caminar juntos. Sintonizar en tal forma que pueden estar cada quien desde los suyo, pero dando lo mejor de sí por el otro. Mary lo resalta muy bien en esta novela que nos ha regalado.
POR: LEDA RODRÍGUEZ/ESPECIAL/EL PILÓN
Recién ordenado el padre Luis Carlos Bermúdez Quintero, en 2008, lo asignaron como administrador parroquial de la parroquia de Nuestra Señora de Altagracia, en el barrio Populandia, y de la parroquia san Pío de Pietrelcina, en el barrio Álamos, dos sectores que abarcaban varios barrios. Era complejo, obviamente, dice el padre, para un sacerdote que le gustaría compartir más con sus feligreses, pero las circunstancias no permitían vivir lo ideal: estar más con cada uno de ellos. La aventura fue hermosa y al mismo tiempo un desafío porque fueron tres años y medios con aciertos y desaciertos. Y enfatiza: “A ser sacerdote no solo se aprende en el Seminario del todo, se aprende en la parroquia”.
A raíz de la presentación de la nueva novela de Mary Daza Orozco, ‘Si me olvidas no sabes lo que te puede pasar’, se ha suscitado, entre los lectores una inquietud por conocer y saber de la vida del padre Luis Carlos Bermúdez Quintero, a quien la autora le dedicó el libro. Logramos que el padre y filósofo nos concediera una entrevista desde el Seminario Juan Pablo II, su lugar de trabajo, en el que se dedica a la docencia, a ser formador de nuevos sacerdotes.
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Mi vocación surge de una forma muy sencilla, surge del hecho de querer buscar respuestas, de querer buscar claridad ante diversas situaciones que estaba experimentando y gracias a la influencia de mis padres, de modo particular de mi madre quien a mí y a mis hermanos nos transmitió el amor por la iglesia, la necesidad de pertenecer a alguna comunidad, de cumplir el precepto dominical; precisamente, en ese contexto de un joven de doce o trece años de edad, un sacerdote, que hoy es mi amigo, me convidó a unos encuentros de jóvenes, eran encuentros vocacionales, en donde tuve la oportunidad de encontrarme conmigo mismo y descubrir los signos de la vocación.
Fui encontrándome con personas, con Palabras de Dios, con momentos de vida espiritual que fueron enriqueciendo mi existir y que me dieron la oportunidad de sintonizar con lo que Dios iba sembrando en mi corazón y llegar a la vida vocacional.
Usted ha planteado la pregunta ética por excelencia: ¿cuál es el mejor modo de vivir? Considero que la Filosofía es una manera de asumir la vida, de hecho la misma definición ‘de amor a la sabiduría’ ya vinculan dos polos que podrían parecer opuestos, pero se complementan: el amor, que es una emoción profunda que implica la cercanía, pero al mismo tiempo es sabiduría. Ante esa pregunta, que históricamente se ha respondido desde diferentes perspectivas, al final yo creería que cualquier tipo de filosofía que se aborde es una manera de dejar una huella. Y en la formación la Filosofía ocupa un lugar primordial. Me atrevería a decir que esta impronta filosóficaque el Señor me ha regalado ha marcado mucho, no solo la vida de los chicos sino la mía personalmente.
Normalmente la barrera con que me encuentro cuando abordo a los chicos iniciando la Filosofía es que la han recibido desde la simple transmisión de conceptos; ven la Filosofía, no como un estilo de vida, como una manera de llevar la existencia, sino como una materia que hay que estudiar, en ese sentido cuán alejados de los filósofos que comprendieron que la Filosofía era una forma de existir, una lectura que se hace de la vida. Esto no impide que uno no vaya rompiendo esa barrera y eso lo ofrece el Seminario: la Filosofía abre los horizontes de los muchachos mostrando que es una forma de vida.
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Yo fui el primer sorprendido con la dedicatoria de Mary. De hecho muchos lectores pensarán ‘este sacerdote es un lector empedernido de Mary Daza’, la primera obra que me he leído de ella es esta que acaba de salir. Me conozco con Mary de hace mucho tiempo porque ella, igual que yo, comparte la docencia en el Seminario, somos colegas de profesión, pero al mismo tiempo, después de un tiempo determinado y de algunas circunstancias muy precisas Mary me pidió que fuese su ‘director espiritual’, para mí más que un honor fue de mucha alegría que una persona con la tradición, con el peso social que tiene en toda la región, en el país incluso, me pidiese este detalle de orientarle desde los espiritual.
En cuanto a la pandemia es una situación que a todos nos pudo arrinconar en nuestras fragilidades, temores, que fueron surgiendo, con el aislamiento, con tanto silencio, con la rutina, con intentar hacer tantas cosas en la jornada; todas estas situaciones, de alguna u otra manera, pudieron arrinconarnos, pero al final hay algo privilegiado y es su dimensión espiritual, no me refiero a rezos, a tradiciones sino a ese diálogo íntimo con Dios, a ese encuentro cara a cara con Dios, hacer que a través de la oración del corazón Dios se siente a hablar con uno, y así fue como Mary, en medio de esta situación que también a ella le tocó, tuvo a bien dedicarme este libro, fueron distintos momentos en que tuvimos la oportunidad de dialogar, de confrontarnos, yo hacía algo muy simple que era animarla a seguir escribiendo, a no rendirse, a no dejarse llevar la gracia de la alegría.
Mary es una mujer que tiene la capacidad de descubrir en lo simple, en lo sensible un valor profundo. Obviamente Mary Daza es una mujer cuyas palabras tienen un peso específico, tiene una densidad en sus palabras que yo creo que la una arrebata el turno para salir antes que la otra.
De cara a la amistad yo me atrevería a decir que se va cultivando desde lo honesto desde la sinceridad misma en el compartir los momentos, sin esperar nada sino intentando ser recíprocos con lo que se está viviendo en el momento.
Estamos viviendo en una época en la que se tiende a tergiversar mucho el tema de las amistades. Creo que esta obra es una alabanza, es una oda a ese amor de amistad que es posible hacer crecer en los seres humanos. Tengo muy presente la amistad que se forjó entre San Francisco de Asís y Santa Clara de Asís y que fue mal interpretada.
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Yo creo que esta obra de Mary, entre muchas cosas, es una invitación a construir amistades auténticas, amistades maduras, amistades sinceras, amistades en las que no sean ni los modos, ni las formas, ni las etiquetas de los protocolos sino todo lo contrario, simplemente la fluidez de un corazón que habla a otro corazón y que cuando se encuentran tienen la posibilidad de sintonizar en tal forma que pueden caminar juntos. Sintonizar en tal forma que pueden estar cada quien desde los suyo, pero dando lo mejor de sí por el otro. Mary lo resalta muy bien en esta novela que nos ha regalado.
POR: LEDA RODRÍGUEZ/ESPECIAL/EL PILÓN