El camino de la Iglesia frente a la secularización no es distinto al señalado por el divino Maestro Jesús de Nazaret: la Evangelización, con todas sus implicaciones. Es decir, una Evangelización que sea nueva en su método, ardor y expresión como lo diría San Juan Pablo II; dialogante, racional y llena de fe, al estilo […]
El camino de la Iglesia frente a la secularización no es distinto al señalado por el divino Maestro Jesús de Nazaret: la Evangelización, con todas sus implicaciones. Es decir, una Evangelización que sea nueva en su método, ardor y expresión como lo diría San Juan Pablo II; dialogante, racional y llena de fe, al estilo de Benedicto XVI y mostrando la Misericordia y la Justicia de Dios, abierta y firme en sus convicciones, como insiste el Papa Francisco, llevando la Fe a las calles, especialmente a las periferias sociales y morales de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Grandes predicadores, filósofos y teólogos han dado su punto de vista ante la situación, entre ellos P. Raniero Cantalamessa, ofm.cap, quien sostiene: “La única respuesta válida a este problema es la que se funda en la fe en la encarnación de Dios. En Cristo, lo eterno ha entrado en el tiempo, se ha manifestado en la carne; ante él es posible tomar una decisión para la eternidad. Es así como el evangelista Juan habla de la vida eterna: “Os anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado”: (1 Jn 1, 2). Para el creyente, la eternidad no es, como se ve, solo una esperanza, es también una presencia. Hacemos experiencia de ello cada vez que hacemos un verdadero acto de fe en Cristo, porque quien cree en él “posee ya la vida eterna” (1Jn 5,13); cada vez que recibimos la comunión, en la que “se nos da la prenda de la gloria futura”; cada vez que escuchamos las palabras del Evangelio que son “palabras de vida eterna” (Jn 6,68). También Santo Tomás de Aquino dice que “la gracia es el inicio de la gloria”.
Este mundo secularizado, necesita volver a creer en la eternidad para superarse a sí mismo, para que el hombre vuelva a trascender, a ir más allá de la temporalidad, para que logre superar los relativismos y el hombre deje de autoreferenciarse egocéntricamente como el centro y medida de todas las cosas. Y la mejor forma de recobrar la fe, no solo es a través de palabras y discursos lógicos, sino mediante la radicalidad del testimonio de vida, que revela al hombre el misterio ontológico de su existencia.
Así se vive una sana secularidad, que evita abusos, propios del fanatismo religioso. Se puede caminar al tránsito de ese “Eclipse que nubla la fe en la vida pública de cualquier país”, de tal manera que brillen la fe y la razón al servicio del Evangelio para que todos los hombres se eleven a la contemplación de la Verdad (Fides et Ratio 12). Verdad que libera y da vida eterna y feliz.
El camino de la Iglesia frente a la secularización no es distinto al señalado por el divino Maestro Jesús de Nazaret: la Evangelización, con todas sus implicaciones. Es decir, una Evangelización que sea nueva en su método, ardor y expresión como lo diría San Juan Pablo II; dialogante, racional y llena de fe, al estilo […]
El camino de la Iglesia frente a la secularización no es distinto al señalado por el divino Maestro Jesús de Nazaret: la Evangelización, con todas sus implicaciones. Es decir, una Evangelización que sea nueva en su método, ardor y expresión como lo diría San Juan Pablo II; dialogante, racional y llena de fe, al estilo de Benedicto XVI y mostrando la Misericordia y la Justicia de Dios, abierta y firme en sus convicciones, como insiste el Papa Francisco, llevando la Fe a las calles, especialmente a las periferias sociales y morales de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Grandes predicadores, filósofos y teólogos han dado su punto de vista ante la situación, entre ellos P. Raniero Cantalamessa, ofm.cap, quien sostiene: “La única respuesta válida a este problema es la que se funda en la fe en la encarnación de Dios. En Cristo, lo eterno ha entrado en el tiempo, se ha manifestado en la carne; ante él es posible tomar una decisión para la eternidad. Es así como el evangelista Juan habla de la vida eterna: “Os anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado”: (1 Jn 1, 2). Para el creyente, la eternidad no es, como se ve, solo una esperanza, es también una presencia. Hacemos experiencia de ello cada vez que hacemos un verdadero acto de fe en Cristo, porque quien cree en él “posee ya la vida eterna” (1Jn 5,13); cada vez que recibimos la comunión, en la que “se nos da la prenda de la gloria futura”; cada vez que escuchamos las palabras del Evangelio que son “palabras de vida eterna” (Jn 6,68). También Santo Tomás de Aquino dice que “la gracia es el inicio de la gloria”.
Este mundo secularizado, necesita volver a creer en la eternidad para superarse a sí mismo, para que el hombre vuelva a trascender, a ir más allá de la temporalidad, para que logre superar los relativismos y el hombre deje de autoreferenciarse egocéntricamente como el centro y medida de todas las cosas. Y la mejor forma de recobrar la fe, no solo es a través de palabras y discursos lógicos, sino mediante la radicalidad del testimonio de vida, que revela al hombre el misterio ontológico de su existencia.
Así se vive una sana secularidad, que evita abusos, propios del fanatismo religioso. Se puede caminar al tránsito de ese “Eclipse que nubla la fe en la vida pública de cualquier país”, de tal manera que brillen la fe y la razón al servicio del Evangelio para que todos los hombres se eleven a la contemplación de la Verdad (Fides et Ratio 12). Verdad que libera y da vida eterna y feliz.