Valledupar no fue ajena a la influencia europea de la tradición carnavalera. El carnaval llegó a América con las migraciones de españoles que ingresaron por Santa Marta y Cartagena e italianos que abordaron estos últimos por Riohacha (La Ramada) en el bagaje cultural que traían consigo en la colonia.
Valledupar no fue ajena a la influencia europea de la tradición carnavalera. El carnaval llegó a América con las migraciones de españoles que ingresaron por Santa Marta y Cartagena e italianos que abordaron estos últimos por Riohacha (La Ramada) en el bagaje cultural que traían consigo en la colonia.
Fue en la Edad Media cuando adquirió su auge Europa y su conformación después de siglos de evolución de los ritos mágicos y cómicos de las saturnales. Una festividad pagana con sabor cristiano, es un preludio a los rigores de la cuaresma, lapso de tres días de locura que antes se celebraba especialmente en las provincias con tradición católica.
En términos etimológicos según algunos investigadores del tema el carnaval estaba referido en principio al martes de absolución, día a partir del cual la iglesia prohíbe comer carne.
Lee también: Vuelven los carnavales a Valledupar
Al tratar de integrar las tradiciones a las necesidades y nuevas formas del cristianismo, estas fiestas de desenfreno popular coincidieron con los días que anteceden a la cuaresma y por eso se llama “carnaval” que proviene del latín carne lavare que traduce lavar la carne, limpiarla de pecados, refiriéndose a la tradición cristiana que durante la cuaresma no se debe comer carne y a que en ese periodo debía haber abstinencia sexual.
El carnaval tiene algo que ver con lo cómico, con la ruptura de las reglas y premisas sociales, que nos hace sentir complacencia, volvemos el mundo al revés a través de diversas alegorías donde es posible hacer volar a los peces, los pájaros nadan, las zorros y los peces persiguen a los cazadores, los obispos enloquecen todos los símbolos de libertad, nos liberamos de ataduras y temores impuestos por las reglas, para disfrutar del placer de la ridiculización cómica y la risa que nos producen personajes del diario vivir, trastocados.
“Y para nosotros esa noche
Fue como si fuese una mascarada
Fue como si fuese un carnaval
Un espectáculo feérico de gran gala” (“El Mesón de los comediantes”)
Al asumir una máscara nos identificamos con el personaje que representamos, son manifestaciones inocentes, porque es para el disfrute. Es el teatro natural en que es posible que animales y seres animalescos, tomen poder y se conviertan desde dirigentes hasta los más inverosímiles actores, donde hasta los reyes se comportan como plebeyos. (Umberto Eco. “Los marcos de La Libertad”)
Se expresa con danzas, cumbiambas, disfraces, máscaras, antifaces, capuchones, confetis y maicena, reinas reyes, dioses, plebeyos, animales y un sinfín de manifestaciones populares enriquecidas tienen sentido y llevan consigo su contenido. Abordar este período conduce a enriquecer el conocimiento y análisis crítico de las costumbres de antaño, que van borrando de la memoria colectiva, como si fueran hojas secas sin savia, en medio de un verano devastador que el viento del modernismo se va llevando.
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Hoy, recordamos algunos de sus personajes: Don Oscar Pupo Martínez, Nicolás Baute Pavajeau, Evaristo Gutiérrez y Florentino (“Papá Tino”) González, quienes dejaron una hermosa estela en la tradición de los carnavales en Valledupar. Ellos organizaron durante muchos años el desfile de El pilón, a cuya organización y convocatoria le imprimían alegría y entusiasmo para unir mucha gente a estos festejos.
Al grado de ir de casa en casa muy temprano tocando las puertas de los vecinos para hacerlos partícipes de la fiesta. Cargaban el pilón y las manos de pilar, mientras la gente se reunía en la calle. Hacían paradas en las esquinas de las casas del centro. Allí una pareja, podía ser dos mujeres pilaban. Además de pilar y llevar el ritmo de la música, quien entonaba los versos debía tener buena voz para cantarlos. Se detenían en otra esquina y así sucesivamente.
Iban agarrados de la cintura formando una especie de pared humana, bailando hacia adelante y hacia atrás. En estas festividades fue admirable la creatividad y constancia de estos pioneros para seleccionar y elaborar los disfraces, que procuraban además de la diversión sana, la preservación de valores, la conservación y rescate de las tradiciones y cultura local, fomentar la unidad familiar y estrechar los lazos de amistad. Estos podían ser inspiraciones de carácter local o de otros motivos distintos al pilón, parodiaban temas internacionales, buscando promover el conocimiento de la historia y costumbres de otros países.
Y como “recordar es vivir” continuemos las remembranzas del carnaval con uno de los personajes que en mi mente de niña dejó gratos recuerdos, con quien años más tarde ya adulta (1980) tuve la oportunidad de conversar sobre sus vivencias en estas alegres fiestas, sin huir despavorida junto con mis hermanos Luis y Orlando, corriendo por la plaza como en aquellos días de carnaval, para que “Papatino” no nos enlazara con la larga cola de su célebre disfraz de mico, color amarillo terroso, que nos producía miedo y a la vez regocijo.
Conversé con él a edad avanzada, sobre algunas tradiciones culturales del viejo Valle. Me contó que cantaba a medianoche en tiempo de carnaval, por las solitarias y pedregosas calles de la ciudad unas coplas que decían:
“En tu puerta puse un pilón / En tu puerta puse una flor.
En tu boquita amorosa / Una azucena de amor
Dime lirio / Dime rosa
Ay y y y…dime clavel encantado / Cuál es el mejor remedio
Para un hombre enamorado*
En “Crónicas Vallenatas,” su autor Luis González Pimienta, afirma sobre nuestro personaje: “Con Evaristo Gutiérrez Araújo daba inicio, a las 2 de la mañana del sábado de carnaval, al desfile de El pilón, haciendo un recorrido musical que incluía la llegada a las casas de los más conspicuos personajes vallenatos, comenzando por la de Don Oscarito Pupo, convidándolos a unirse al cortejo parrandero. Para don Tino era todo un acontecimiento. La víspera apenas si pegaba los ojos, y se afeitaba a la media noche, para esperar con tiempo al conjunto de acordeón contratado”.
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Por su parte Don Evaristo Gutiérrez era músico. Aprendió a tocar con maestría el acordeón de botones, piano y violín. Talento heredado de su abuela doña Juana Monsalvo, según Olguita y Gustavo Gutiérrez sus hijos. Además por la vena artística de su progenitora Doña Genoveva Araújo, natural de Patillal “la tierra de compositores”. A la usanza de la época acostumbraba interpretar música clásica, valses, boleros. Especial predilección sentía por canciones como: “Cuando escuches este vals”, “Tristezas del alma”
Encabezaba también los desfiles de carnaval, disfrazado a veces con una falda. Además del amor, amor y los versos de El pilón, entonaba la canción:
Zumba la pava / Zumba la, la, la / Yo tenía mi pava echá… Con huevos de pisingos…
Don Oscar Pupo Martínez de los más entusiastas y asiduos amantes del carnaval, en cuya residencia fueron famosos los bailes que hacían en esta temporada, con la más selecta concurrencia. El también con su alegría característica, conservó la costumbre de sacar a las calles el pilón, para abrir la temporada de carnaval a partir del 20 de enero, junto con sus vecinos y amigos y un trabajador de su hacienda llamado Fidel Mejía.
Desde tempranas horas iban cantando, el amor, amor, el caimán, los versos del pilón, así:
¡Ay! Despierten si están dormidos / de ese sueño tan profundo (bis) / que los vino a despertar / la maravilla del mundo
¡Ay! Bonita que está la casa / bonita su varazón / bonita la que está dentro / prenda de mi corazón…
En algunas ocasiones acompañados de acordeoneros y de música de viento, banda integrada entre otros por: Teófilo Araméndiz, José Dolores Mejía, Virgilio Martínez, Abel Verdecia, Luis Antonio Cotes, Cristóbal Zuleta, Juan Villero, Evaristo Morales y Sebastián Martínez. Tradición canavalera, que ha seguido cultivando su nieto y exalcalde de la ciudad Ciro Pupo Castro. Don Oscar Pupo fue además de excelente anfitrión, uno de los empresarios más importante de la región. Por muchos años destacado gerente de Caja Agraria.
*Este pilón aún se encuentra en la antigua casa de Don Florentino González y su esposa Cenobia Baute, (calle 6 con 14), bajo la custodia de sus hijos, en especial Marina González Baute quien reside allí. A la espera de pasar al museo folclórico de Valledupar
Por: Giomar Lucía Guerra Bonilla / EL PILÓN
Valledupar no fue ajena a la influencia europea de la tradición carnavalera. El carnaval llegó a América con las migraciones de españoles que ingresaron por Santa Marta y Cartagena e italianos que abordaron estos últimos por Riohacha (La Ramada) en el bagaje cultural que traían consigo en la colonia.
Valledupar no fue ajena a la influencia europea de la tradición carnavalera. El carnaval llegó a América con las migraciones de españoles que ingresaron por Santa Marta y Cartagena e italianos que abordaron estos últimos por Riohacha (La Ramada) en el bagaje cultural que traían consigo en la colonia.
Fue en la Edad Media cuando adquirió su auge Europa y su conformación después de siglos de evolución de los ritos mágicos y cómicos de las saturnales. Una festividad pagana con sabor cristiano, es un preludio a los rigores de la cuaresma, lapso de tres días de locura que antes se celebraba especialmente en las provincias con tradición católica.
En términos etimológicos según algunos investigadores del tema el carnaval estaba referido en principio al martes de absolución, día a partir del cual la iglesia prohíbe comer carne.
Lee también: Vuelven los carnavales a Valledupar
Al tratar de integrar las tradiciones a las necesidades y nuevas formas del cristianismo, estas fiestas de desenfreno popular coincidieron con los días que anteceden a la cuaresma y por eso se llama “carnaval” que proviene del latín carne lavare que traduce lavar la carne, limpiarla de pecados, refiriéndose a la tradición cristiana que durante la cuaresma no se debe comer carne y a que en ese periodo debía haber abstinencia sexual.
El carnaval tiene algo que ver con lo cómico, con la ruptura de las reglas y premisas sociales, que nos hace sentir complacencia, volvemos el mundo al revés a través de diversas alegorías donde es posible hacer volar a los peces, los pájaros nadan, las zorros y los peces persiguen a los cazadores, los obispos enloquecen todos los símbolos de libertad, nos liberamos de ataduras y temores impuestos por las reglas, para disfrutar del placer de la ridiculización cómica y la risa que nos producen personajes del diario vivir, trastocados.
“Y para nosotros esa noche
Fue como si fuese una mascarada
Fue como si fuese un carnaval
Un espectáculo feérico de gran gala” (“El Mesón de los comediantes”)
Al asumir una máscara nos identificamos con el personaje que representamos, son manifestaciones inocentes, porque es para el disfrute. Es el teatro natural en que es posible que animales y seres animalescos, tomen poder y se conviertan desde dirigentes hasta los más inverosímiles actores, donde hasta los reyes se comportan como plebeyos. (Umberto Eco. “Los marcos de La Libertad”)
Se expresa con danzas, cumbiambas, disfraces, máscaras, antifaces, capuchones, confetis y maicena, reinas reyes, dioses, plebeyos, animales y un sinfín de manifestaciones populares enriquecidas tienen sentido y llevan consigo su contenido. Abordar este período conduce a enriquecer el conocimiento y análisis crítico de las costumbres de antaño, que van borrando de la memoria colectiva, como si fueran hojas secas sin savia, en medio de un verano devastador que el viento del modernismo se va llevando.
Lee también: Agéndate con los artistas vallenatos en el Carnaval de Barranquilla 2020
Hoy, recordamos algunos de sus personajes: Don Oscar Pupo Martínez, Nicolás Baute Pavajeau, Evaristo Gutiérrez y Florentino (“Papá Tino”) González, quienes dejaron una hermosa estela en la tradición de los carnavales en Valledupar. Ellos organizaron durante muchos años el desfile de El pilón, a cuya organización y convocatoria le imprimían alegría y entusiasmo para unir mucha gente a estos festejos.
Al grado de ir de casa en casa muy temprano tocando las puertas de los vecinos para hacerlos partícipes de la fiesta. Cargaban el pilón y las manos de pilar, mientras la gente se reunía en la calle. Hacían paradas en las esquinas de las casas del centro. Allí una pareja, podía ser dos mujeres pilaban. Además de pilar y llevar el ritmo de la música, quien entonaba los versos debía tener buena voz para cantarlos. Se detenían en otra esquina y así sucesivamente.
Iban agarrados de la cintura formando una especie de pared humana, bailando hacia adelante y hacia atrás. En estas festividades fue admirable la creatividad y constancia de estos pioneros para seleccionar y elaborar los disfraces, que procuraban además de la diversión sana, la preservación de valores, la conservación y rescate de las tradiciones y cultura local, fomentar la unidad familiar y estrechar los lazos de amistad. Estos podían ser inspiraciones de carácter local o de otros motivos distintos al pilón, parodiaban temas internacionales, buscando promover el conocimiento de la historia y costumbres de otros países.
Y como “recordar es vivir” continuemos las remembranzas del carnaval con uno de los personajes que en mi mente de niña dejó gratos recuerdos, con quien años más tarde ya adulta (1980) tuve la oportunidad de conversar sobre sus vivencias en estas alegres fiestas, sin huir despavorida junto con mis hermanos Luis y Orlando, corriendo por la plaza como en aquellos días de carnaval, para que “Papatino” no nos enlazara con la larga cola de su célebre disfraz de mico, color amarillo terroso, que nos producía miedo y a la vez regocijo.
Conversé con él a edad avanzada, sobre algunas tradiciones culturales del viejo Valle. Me contó que cantaba a medianoche en tiempo de carnaval, por las solitarias y pedregosas calles de la ciudad unas coplas que decían:
“En tu puerta puse un pilón / En tu puerta puse una flor.
En tu boquita amorosa / Una azucena de amor
Dime lirio / Dime rosa
Ay y y y…dime clavel encantado / Cuál es el mejor remedio
Para un hombre enamorado*
En “Crónicas Vallenatas,” su autor Luis González Pimienta, afirma sobre nuestro personaje: “Con Evaristo Gutiérrez Araújo daba inicio, a las 2 de la mañana del sábado de carnaval, al desfile de El pilón, haciendo un recorrido musical que incluía la llegada a las casas de los más conspicuos personajes vallenatos, comenzando por la de Don Oscarito Pupo, convidándolos a unirse al cortejo parrandero. Para don Tino era todo un acontecimiento. La víspera apenas si pegaba los ojos, y se afeitaba a la media noche, para esperar con tiempo al conjunto de acordeón contratado”.
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Por su parte Don Evaristo Gutiérrez era músico. Aprendió a tocar con maestría el acordeón de botones, piano y violín. Talento heredado de su abuela doña Juana Monsalvo, según Olguita y Gustavo Gutiérrez sus hijos. Además por la vena artística de su progenitora Doña Genoveva Araújo, natural de Patillal “la tierra de compositores”. A la usanza de la época acostumbraba interpretar música clásica, valses, boleros. Especial predilección sentía por canciones como: “Cuando escuches este vals”, “Tristezas del alma”
Encabezaba también los desfiles de carnaval, disfrazado a veces con una falda. Además del amor, amor y los versos de El pilón, entonaba la canción:
Zumba la pava / Zumba la, la, la / Yo tenía mi pava echá… Con huevos de pisingos…
Don Oscar Pupo Martínez de los más entusiastas y asiduos amantes del carnaval, en cuya residencia fueron famosos los bailes que hacían en esta temporada, con la más selecta concurrencia. El también con su alegría característica, conservó la costumbre de sacar a las calles el pilón, para abrir la temporada de carnaval a partir del 20 de enero, junto con sus vecinos y amigos y un trabajador de su hacienda llamado Fidel Mejía.
Desde tempranas horas iban cantando, el amor, amor, el caimán, los versos del pilón, así:
¡Ay! Despierten si están dormidos / de ese sueño tan profundo (bis) / que los vino a despertar / la maravilla del mundo
¡Ay! Bonita que está la casa / bonita su varazón / bonita la que está dentro / prenda de mi corazón…
En algunas ocasiones acompañados de acordeoneros y de música de viento, banda integrada entre otros por: Teófilo Araméndiz, José Dolores Mejía, Virgilio Martínez, Abel Verdecia, Luis Antonio Cotes, Cristóbal Zuleta, Juan Villero, Evaristo Morales y Sebastián Martínez. Tradición canavalera, que ha seguido cultivando su nieto y exalcalde de la ciudad Ciro Pupo Castro. Don Oscar Pupo fue además de excelente anfitrión, uno de los empresarios más importante de la región. Por muchos años destacado gerente de Caja Agraria.
*Este pilón aún se encuentra en la antigua casa de Don Florentino González y su esposa Cenobia Baute, (calle 6 con 14), bajo la custodia de sus hijos, en especial Marina González Baute quien reside allí. A la espera de pasar al museo folclórico de Valledupar
Por: Giomar Lucía Guerra Bonilla / EL PILÓN