Este 30 de agosto se cumplen cuatro años de la ausencia corporal, pero siempre será recordado por sus excelsos aportes a la docencia, a las artes, a la amistad y a la vida.
El profesor Orlando Cantillo Castro es de esos amigos que son como ramo de lluvia en el cenit del verano, apenas uno los nombra ya se sienten cercanos. Este 30 de agosto se cumplen cuatro años de la ausencia corporal, pero siempre será recordado por sus excelsos aportes a la docencia, a las artes, a la amistad y a la vida.
Orlando nació en Ciénaga (1950); fueron sus padres Nicolás Cantillo y Carmen Inés Castro. Su madre, reconocida modista, fue amante del baile, la poesía y la declamación, y ese amor por la fiesta y la poesía lo heredó Orlando. En Barranquilla obtuvo el título de licenciado en Idiomas de la Universidad del Atlántico en 1976, y llegó a Valledupar al año siguiente. No pudo abandonar la nostalgia por la leyenda del Caimán, y con algunos paisanos sacaban la comparsa el 20 de enero, porque además de actor, era amante del carnaval.
Como pedagogo de la sensibilidad artística, trajo la experiencia de la dramaturgia y los talleres de literatura. Fue profesor de francés, inglés y español en los colegios Ciro Pupo de La Paz y, en Valledupar, Reyes De Luque, Instpecam y Alfonso López Pumarejo. Con acendrada calidad, ejerció el arte de la docencia, apoyado en tres virtudes universales de las acciones humanas: la fe, la ética y la estética. En las clases ponía la fe en la certeza del conocimiento y la habilidad para que los estudiantes alcanzaran un aprendizaje significativo; en la ética, acrisolada en el respeto por las normas establecidas, era tolerante de la opinión diversa y de la comunicación asertiva; y en la estética, la decencia y la elegancia plena para decir cada cosa. Defendía la belleza del entorno como motivación de vida y exaltaba las virtudes que promueven la autoestima y la belleza espiritual. Irradiaba donosura para comentar anécdotas y singulares situaciones de la vida, que sabía dorar con humor fino.
La dramaturgia, una de sus fortalezas artísticas, la desarrolló en el colegio Reyes De Luque. Allí creó un grupo de teatro, y entre los alumnos aventajados sobresalía John Bolívar, quien hoy es un reconocido actor nacional. El profesor Orlando y el actor William Morón iban por los colegios a dictar talleres de formación en teatro. Y entre los dos escribieron el monólogo ‘¡Ay, qué suerte la mía!’, que puso en escena William Morón, y fue presentado en varios eventos culturales de la región.
Tuve la oportunidad de conocerlo en marzo de 1978, cuando inicié mi experiencia docente en la sede nocturna de bachillerato comercial centro de capacitación Rosita Dávila de Cuello de Valledupar. Después trabajamos por muchos años en el Instpecam, hasta la edad del retiro. Ahí, Orlando además de docente fue coordinador académico y rector encargado en una ocasión.
En 1980 formalizó su hogar con la profesora y paisana Isabel Maldonado, y nacieron los ángeles del jardín de su vida: Inés, Laura y María Pía. La partida temprana de María Pía fue una herida insuperable en su alma. El 30 de agosto de 2020, el distinguido maestro de inteligencia universal se quedó dormido para siempre.
Por: José Atuesta Mindiola.
Este 30 de agosto se cumplen cuatro años de la ausencia corporal, pero siempre será recordado por sus excelsos aportes a la docencia, a las artes, a la amistad y a la vida.
El profesor Orlando Cantillo Castro es de esos amigos que son como ramo de lluvia en el cenit del verano, apenas uno los nombra ya se sienten cercanos. Este 30 de agosto se cumplen cuatro años de la ausencia corporal, pero siempre será recordado por sus excelsos aportes a la docencia, a las artes, a la amistad y a la vida.
Orlando nació en Ciénaga (1950); fueron sus padres Nicolás Cantillo y Carmen Inés Castro. Su madre, reconocida modista, fue amante del baile, la poesía y la declamación, y ese amor por la fiesta y la poesía lo heredó Orlando. En Barranquilla obtuvo el título de licenciado en Idiomas de la Universidad del Atlántico en 1976, y llegó a Valledupar al año siguiente. No pudo abandonar la nostalgia por la leyenda del Caimán, y con algunos paisanos sacaban la comparsa el 20 de enero, porque además de actor, era amante del carnaval.
Como pedagogo de la sensibilidad artística, trajo la experiencia de la dramaturgia y los talleres de literatura. Fue profesor de francés, inglés y español en los colegios Ciro Pupo de La Paz y, en Valledupar, Reyes De Luque, Instpecam y Alfonso López Pumarejo. Con acendrada calidad, ejerció el arte de la docencia, apoyado en tres virtudes universales de las acciones humanas: la fe, la ética y la estética. En las clases ponía la fe en la certeza del conocimiento y la habilidad para que los estudiantes alcanzaran un aprendizaje significativo; en la ética, acrisolada en el respeto por las normas establecidas, era tolerante de la opinión diversa y de la comunicación asertiva; y en la estética, la decencia y la elegancia plena para decir cada cosa. Defendía la belleza del entorno como motivación de vida y exaltaba las virtudes que promueven la autoestima y la belleza espiritual. Irradiaba donosura para comentar anécdotas y singulares situaciones de la vida, que sabía dorar con humor fino.
La dramaturgia, una de sus fortalezas artísticas, la desarrolló en el colegio Reyes De Luque. Allí creó un grupo de teatro, y entre los alumnos aventajados sobresalía John Bolívar, quien hoy es un reconocido actor nacional. El profesor Orlando y el actor William Morón iban por los colegios a dictar talleres de formación en teatro. Y entre los dos escribieron el monólogo ‘¡Ay, qué suerte la mía!’, que puso en escena William Morón, y fue presentado en varios eventos culturales de la región.
Tuve la oportunidad de conocerlo en marzo de 1978, cuando inicié mi experiencia docente en la sede nocturna de bachillerato comercial centro de capacitación Rosita Dávila de Cuello de Valledupar. Después trabajamos por muchos años en el Instpecam, hasta la edad del retiro. Ahí, Orlando además de docente fue coordinador académico y rector encargado en una ocasión.
En 1980 formalizó su hogar con la profesora y paisana Isabel Maldonado, y nacieron los ángeles del jardín de su vida: Inés, Laura y María Pía. La partida temprana de María Pía fue una herida insuperable en su alma. El 30 de agosto de 2020, el distinguido maestro de inteligencia universal se quedó dormido para siempre.
Por: José Atuesta Mindiola.