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Crónica - 19 febrero, 2022

Rafael Camacho Sánchez, otro juglar de la ciénaga de Zapayán

“Este acordeonero, además de Bálsamo, tuvo como escenario para interpretar su acordeón a las localidades circunvecinas”.

Rafael Camacho Sánchez, acordeonero.
Rafael Camacho Sánchez, acordeonero.
Boton Wpp

Cuando Rafael Camacho Sánchez se mudó de Rosario de Chengue para Bálsamo, a principios de siglo XX, era un joven que sabía interpretar el acordeón. Sin embargo, al llegar no fue el único, pues, en ese lugar ya lo hacían los hermanos Porfirio y César Támara Bermúdez. Además, desde finales del decimonónico, allí era usual escuchar el sonido de este instrumento tocado por Candelaria Támara Isaza. Después, se convirtió en sitio donde Luis Enrique Martínez, Abel Antonio Villas, Luis Pitre, Juancho Polo Valencia y Alejandro Durán amenizaban parrandas en tiempos de la Cruz de Mayo.  

Con los Támara perfeccionó su estilo musical, del que su hijo, el también acordeonero Donaldo Camacho, dice que era de notas gruesas, lo que sirvió para ser referenciado por Abel Antonio Villa como uno con los que iba a Bálsamo a tocar, y de quien debió aprender algunos trucos para interpretar el acordeón. Es que la casa de estos era el sitio de reunión de los acordeoneros que visitaban a Bálsamo, incluyendo a su hermano, Gilberto Bermúdez Támara.  

Esta relación trascendió el plano musical después de que Camacho, tras enviudar se unió maritalmente con una hermana de estos. De su primera relación sentimental quedó una canción, ‘Riqueza no es la plata’, de la que Pacho Rada reclamaba su autoría. Martín, acordeonero, hijo de Rafael, explica que el origen de la composición está en las diferencias que su padre tenía con su suegra, para quien trabajaba como ordeñador. Realizando esta actividad sufrió un accidente en una de sus manos, de lo que se desatendió la empleadora, más no su madre.  

Rafael Camacho fue amigo de Pacho Rada.

ENCUENTRO CON PACHO RADA

Fue en el año cuarenta cuando Rafael Camacho y Pacho Rada se conocieron en Bálsamo, naciendo entre ellos una amistad que, señala Martín, permitió que le cediera la canción ‘Riqueza no es la plata’, modificando algunos versos.  

De ella recuerdo un verso.  

Como todo el mundo sabe (bis)- 

Yo les cuento lo que pasa (bis). 

Riqueza no es la plata (bis). 

Riqueza es una madre (bis). 

Por eso digo que yo voy allá. 

Allá a su tumba voy a llorar. 

Para cuando Rafael Camacho llegó a Bálsamo la mayoría de los acordeoneros de la zona de la ciénaga de Zapayán, y del Magdalena grande, interpretaban, principalmente, merengue, lo hacían en ruedas de baile que identificaban como cumbiones. El merengue es un género musical que contaba con un patrón rítmico y una manera particular de ser bailado. Los bailadores giraban contrario a la manecilla del reloj alrededor de los músicos, las mujeres llevaban velas encendidas en su mano derecha y en algunos lugares portaban lámparas o mechones encendidos con kerosene. El conjunto musical típico fue el de un acordeonista, el cajero y el maraquero.  

Este acordeonero, además de Bálsamo, tuvo como escenario para interpretar su acordeón a las localidades circunvecinas. El tiempo para hacerlo era el de las fiestas patronales, de ahí que Rafael Núñez, de Pedraza, recuerda que, siendo niño, el 24 de enero, iba a esperarlo en el camino por el que se iba a Bálsamo, por donde llegaba, colgando el instrumento musical en el sillón de su burro, con el que amenizaba los cuatro días de fiestas en la cantina de Tomasa Mercado.  

Ciénaga de Zapayán.

DIVERSIDAD MUSICAL

También tocaba puyas, las que, según Pacho Rada, “eran corticas de letra y música, las improvisaba uno ahí mismo, eran dos partecitas na má, una caidita y otra caidita, y ya”. La que, para Abel Antonio Villa, interpretadas por acordeoneros de las orillas del río Magdalena, tenían una cadencia parecida a la gaita y a la cumbia. Además, debió incluir en su repertorio paseos y sones, cuyo desarrollo musical se dio en Plato, zona circunvecina a la ciénaga de Zapayán. 

Además de acordeonero fue un prolífico compositor, la canción más importante y conocida entre las de su autoría, fue ‘La varita de caña”, que, cantada por Guillermo Buitrago, se convirtió en un éxito que ha trascendido más allá del espacio geográfico del Caribe colombiano. Fue el guitarrista y compositor Esteban Montaño quien conoció la canción y se la entregó al ‘Jilguero de Ciénaga’. Este, al grabarla la reelaboró introduciéndole, como sostiene Edgardo ‘El Chichi’ Caballero, versos cienagueros.  

Esta canción es destacada por Julio Oñate como una de las primeras en ser grabadas en lo que hoy se conoce como vallenato, aunque no con fines comerciales. Lo hizo un conjunto de guitarra, dulzaina y guacharaca compuesto por Mario Narváez, José María Peñaranda y Gustavo Rada, en 1945, en la ‘Casa de los Discos del Che Granados’, de Barranquilla. 

A Rafita siempre le bastó la satisfacción que sentía cuando escuchaba en la radio esta canción, nunca reclamó su autoría, pese a tener cómo demostrar sus derechos, ya que, narra un suceso violento que se presentó en Bálsamo en 1936. Después de la muerte de Buitrago, Crescencio Salcedo se hizo autor de ella, contrariando una costumbre que para entonces hacía ley, la que tenía, entre otros, al acordeonero sabanero Alcides Paternina como uno de los más connotados defensores, “las canciones no son de quien las compone, sino del que las populariza”. 

POR ÁLVARO ROJANO OSORIO/ ESPECIAL PARA EL PILÓN

Crónica
19 febrero, 2022

Rafael Camacho Sánchez, otro juglar de la ciénaga de Zapayán

“Este acordeonero, además de Bálsamo, tuvo como escenario para interpretar su acordeón a las localidades circunvecinas”.


Rafael Camacho Sánchez, acordeonero.
Rafael Camacho Sánchez, acordeonero.
Boton Wpp

Cuando Rafael Camacho Sánchez se mudó de Rosario de Chengue para Bálsamo, a principios de siglo XX, era un joven que sabía interpretar el acordeón. Sin embargo, al llegar no fue el único, pues, en ese lugar ya lo hacían los hermanos Porfirio y César Támara Bermúdez. Además, desde finales del decimonónico, allí era usual escuchar el sonido de este instrumento tocado por Candelaria Támara Isaza. Después, se convirtió en sitio donde Luis Enrique Martínez, Abel Antonio Villas, Luis Pitre, Juancho Polo Valencia y Alejandro Durán amenizaban parrandas en tiempos de la Cruz de Mayo.  

Con los Támara perfeccionó su estilo musical, del que su hijo, el también acordeonero Donaldo Camacho, dice que era de notas gruesas, lo que sirvió para ser referenciado por Abel Antonio Villa como uno con los que iba a Bálsamo a tocar, y de quien debió aprender algunos trucos para interpretar el acordeón. Es que la casa de estos era el sitio de reunión de los acordeoneros que visitaban a Bálsamo, incluyendo a su hermano, Gilberto Bermúdez Támara.  

Esta relación trascendió el plano musical después de que Camacho, tras enviudar se unió maritalmente con una hermana de estos. De su primera relación sentimental quedó una canción, ‘Riqueza no es la plata’, de la que Pacho Rada reclamaba su autoría. Martín, acordeonero, hijo de Rafael, explica que el origen de la composición está en las diferencias que su padre tenía con su suegra, para quien trabajaba como ordeñador. Realizando esta actividad sufrió un accidente en una de sus manos, de lo que se desatendió la empleadora, más no su madre.  

Rafael Camacho fue amigo de Pacho Rada.

ENCUENTRO CON PACHO RADA

Fue en el año cuarenta cuando Rafael Camacho y Pacho Rada se conocieron en Bálsamo, naciendo entre ellos una amistad que, señala Martín, permitió que le cediera la canción ‘Riqueza no es la plata’, modificando algunos versos.  

De ella recuerdo un verso.  

Como todo el mundo sabe (bis)- 

Yo les cuento lo que pasa (bis). 

Riqueza no es la plata (bis). 

Riqueza es una madre (bis). 

Por eso digo que yo voy allá. 

Allá a su tumba voy a llorar. 

Para cuando Rafael Camacho llegó a Bálsamo la mayoría de los acordeoneros de la zona de la ciénaga de Zapayán, y del Magdalena grande, interpretaban, principalmente, merengue, lo hacían en ruedas de baile que identificaban como cumbiones. El merengue es un género musical que contaba con un patrón rítmico y una manera particular de ser bailado. Los bailadores giraban contrario a la manecilla del reloj alrededor de los músicos, las mujeres llevaban velas encendidas en su mano derecha y en algunos lugares portaban lámparas o mechones encendidos con kerosene. El conjunto musical típico fue el de un acordeonista, el cajero y el maraquero.  

Este acordeonero, además de Bálsamo, tuvo como escenario para interpretar su acordeón a las localidades circunvecinas. El tiempo para hacerlo era el de las fiestas patronales, de ahí que Rafael Núñez, de Pedraza, recuerda que, siendo niño, el 24 de enero, iba a esperarlo en el camino por el que se iba a Bálsamo, por donde llegaba, colgando el instrumento musical en el sillón de su burro, con el que amenizaba los cuatro días de fiestas en la cantina de Tomasa Mercado.  

Ciénaga de Zapayán.

DIVERSIDAD MUSICAL

También tocaba puyas, las que, según Pacho Rada, “eran corticas de letra y música, las improvisaba uno ahí mismo, eran dos partecitas na má, una caidita y otra caidita, y ya”. La que, para Abel Antonio Villa, interpretadas por acordeoneros de las orillas del río Magdalena, tenían una cadencia parecida a la gaita y a la cumbia. Además, debió incluir en su repertorio paseos y sones, cuyo desarrollo musical se dio en Plato, zona circunvecina a la ciénaga de Zapayán. 

Además de acordeonero fue un prolífico compositor, la canción más importante y conocida entre las de su autoría, fue ‘La varita de caña”, que, cantada por Guillermo Buitrago, se convirtió en un éxito que ha trascendido más allá del espacio geográfico del Caribe colombiano. Fue el guitarrista y compositor Esteban Montaño quien conoció la canción y se la entregó al ‘Jilguero de Ciénaga’. Este, al grabarla la reelaboró introduciéndole, como sostiene Edgardo ‘El Chichi’ Caballero, versos cienagueros.  

Esta canción es destacada por Julio Oñate como una de las primeras en ser grabadas en lo que hoy se conoce como vallenato, aunque no con fines comerciales. Lo hizo un conjunto de guitarra, dulzaina y guacharaca compuesto por Mario Narváez, José María Peñaranda y Gustavo Rada, en 1945, en la ‘Casa de los Discos del Che Granados’, de Barranquilla. 

A Rafita siempre le bastó la satisfacción que sentía cuando escuchaba en la radio esta canción, nunca reclamó su autoría, pese a tener cómo demostrar sus derechos, ya que, narra un suceso violento que se presentó en Bálsamo en 1936. Después de la muerte de Buitrago, Crescencio Salcedo se hizo autor de ella, contrariando una costumbre que para entonces hacía ley, la que tenía, entre otros, al acordeonero sabanero Alcides Paternina como uno de los más connotados defensores, “las canciones no son de quien las compone, sino del que las populariza”. 

POR ÁLVARO ROJANO OSORIO/ ESPECIAL PARA EL PILÓN