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Informe - 15 enero, 2020

Proyecto ‘La casa en el aire’: de un canto a un (des)encanto

El Grupo de Desarrollo Urbano presenta su tercer informe con este análisis a una de las obras más polémicas de Valledupar en la actualidad.

De los desafíos más increíbles que tiene la arquitectura es lograr, a partir de la creatividad e ingenio, integrar dentro del diseño, el entorno que rodea cualquier proyecto. Este se acentúa aún más cuando ese entorno hace parte del imaginario cotidiano, del paisaje urbano de una ciudad e involucra a la naturaleza.

Hoy en día tener un pulmón verde en la mitad de una ciudad es un lujo que pocas urbes tienen. Se ha convertido en un reto para las ciudades que cubrieron con cemento todas sus áreas, encontrar espacios vacíos para proyectar lo que llamamos bosques urbanos, con el fin de aumentar las áreas verdes por habitantes y contrarrestar la contaminación.

Le también: ¿Mello Castro inaugurará la primera fase de la Casa en el Aire?

Ese lujo es el que aún tenemos en Valledupar por la naturaleza que nos rodea; pero escribir sobre la casa en al aire es tener que recordarnos lo fácil que podemos afectar nuestra ciudad. Porque la idea de una casa en el aire, no es sólo un proyecto que los amantes del vallenato teníamos en la imaginación, sino también su actual localización tiene un significado emocional y ambiental para Valledupar.

Todos los proyectos de interés colectivo y que impacten el paisaje urbano, deben con mayor rigor reconocer y analizar el entorno desde el inicio. No sólo por la actividad que representan, sino también por el impacto que generan.

En estos tiempos en que se ha demostrado que el cemento no es sinónimo de desarrollo y que por el contrario una ciudad con calidad de aire, calidad de espacios y calidad de vida son las verdaderamente atractivas y competitivas.

Todos los proyectos deben ser formulados buscando alcanzar el máximo bienestar social, integrando todos los componentes que hacen una ciudad: la movilidad, la economía, el medio ambiente, las interacciones y hasta el clima. Y es que no se nos puede olvidar la tarea y responsabilidad tan importante y difícil que tenemos los que trabajamos en la planificación y el desarrollo de ciudades, pues somos nosotros los que impactamos en sus dinámicas sociales, económicas y en ese bienestar.

Desde el grupo de Desarrollo Urbano, este proyecto nos preocupó desde su concepción; no sólo por su tamaño, diseño y costo; pero sobre todo por su localización actual, aunque en el Plan de Desarrollo 2016-2019 quedó establecido que se iba a localizar en Patillal (dónde tiene más sentido).

Lee también: Cruce entre la administración y un ingeniero por impacto ambiental de La Casa en el aire

Pero esa localización actual, desde nuestro criterio, es un lugar erróneo, no sólo por haber escogido el borde del cerro, considerado área de protección; pero también por excluirlo de la estrategia del proyecto.

Y es que resulta complejo desarrollar un proyecto en un área de protección ambiental; pero sobre todo más difícil y agresivo intentar hacerlo con concreto, material fuerte utilizado más para marcar límites y bordes que para mimetizar y generar relaciones visuales y físicas.

Cuesta asimilar cómo se desaprovechó esa localización para lograr algo más respetuoso y en armonía con la naturaleza, un cerro que fácilmente se pudo convertir en el eje estructurador, en un aliado estratégico para potenciar el uso y no en el patio trasero.

Pensar esto no es un imposible, de necesitarlo, podemos mirar ejemplos a nivel mundial, dónde proyectos arquitectónicos que logran esa armonía se han convertido en referencias arquitectónicas reconocidas que se mantienen y transforman.

Por ejemplo, La casa de la cascada proyectada en 1934 por Frank Lloyd Wright: Una casa privada en una reserva natural, que en su proceso de diseño y construcción se encontró con lo necesario de entender el lugar dónde estaría, integrarlo y usarlo para su beneficio, pues sino se convertiría en un invasor en la naturaleza. Las rocas se usaron para los cimientos y para configurar los espacios, la cascada la integró a la casa y se reforzó la armonía entre naturaleza y hombre.

Hoy en día el proyecto es un clásico de la arquitectura que se convirtió en un atractivo turístico gestionado por una fundación, donde realizan desde visitas guiadas hasta matrimonios.

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Tener la capacidad de resolver este tipo de desafíos se convierten en auténticas referencias a nivel internacional, dónde cada día se resalta la protección y convivencia con la naturaleza, y donde los turistas cada vez más escogen proyectos auténticos, innovadores y respetables con el medio ambiente.

Pero, como muchas veces identificar el problema es la tarea más sencilla, en el grupo nos propusimos pensar: ¿Cómo hacemos ahora para intentar mejorar este proyecto, mejorar lo construido? ¿Cómo podemos aportarle algo a la ciudad e intentar rescatar la inversión ya realizada?

Se nos ocurren varias ideas que involucran creatividad, materiales y vegetación. Primero, cambiarle el nombre, pues no representa una casa en el aire, puede ser más un museo o un equipamiento cultural.

Segundo, recubrirlo con vegetación a través de jardines verticales, enredaderas, rodearlo de árboles y vegetación nativa que logren esconder el concreto, mimetizar el impacto del proyecto y dejar a la vista solo la parte más alta, reduciendo el impacto visual y ambiental a ese pulmón verde que es el cerro.

Y tercero, asegurarse que la movilidad no se convierta en un problema, y no sólo refiriéndonos al carro particular, sino a proyectar una solución vial integral: con paraderos de buses, reducir el uso del carro, promoviendo y facilitando el acceso peatonal y en bicicleta. Es necesario a toda costa no dejar que este proyecto afecte el tráfico, dañe el paisaje urbano, y afecte aún más, nuestro pulmón verde.

No se puede negar la importancia de los atractivos turísticos en las ciudades, el potencial que tiene nuestro departamento y la necesidad de diversificar las actividades para generar ingresos económicos que tiene Valledupar.

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Pero para poder aprovechar este potencial, sin afectar nuestros recursos naturales y sin deformar nuestra ciudad es importante que todos los proyectos de interés público, cuenten con procesos de alta rigurosidad y visión a largo plazo; es necesario dejar de construir para el corto plazo; y para marcar “finalizado” en una lista de proyectos que quedaron mencionados en un Plan de Desarrollo.

La casa en al aire es un ejemplo de los proyectos que no podemos permitir que se realicen sin una buena estructuración en todos los momentos que marcan un proyecto urbano, se debe pensar su impacto urbano, económico, ambiental y social, desde su concepción, su desarrollo y su sostenibilidad en el tiempo. Para eso conformamos este equipo, para ofrecer veeduría y apoyo en los proyectos y recuperar esa ciudad diáfana y prometedora.

Por: María Amaya Saade – Grupo de Desarrollo Urbano / EL PILÓN

Informe
15 enero, 2020

Proyecto ‘La casa en el aire’: de un canto a un (des)encanto

El Grupo de Desarrollo Urbano presenta su tercer informe con este análisis a una de las obras más polémicas de Valledupar en la actualidad.


De los desafíos más increíbles que tiene la arquitectura es lograr, a partir de la creatividad e ingenio, integrar dentro del diseño, el entorno que rodea cualquier proyecto. Este se acentúa aún más cuando ese entorno hace parte del imaginario cotidiano, del paisaje urbano de una ciudad e involucra a la naturaleza.

Hoy en día tener un pulmón verde en la mitad de una ciudad es un lujo que pocas urbes tienen. Se ha convertido en un reto para las ciudades que cubrieron con cemento todas sus áreas, encontrar espacios vacíos para proyectar lo que llamamos bosques urbanos, con el fin de aumentar las áreas verdes por habitantes y contrarrestar la contaminación.

Le también: ¿Mello Castro inaugurará la primera fase de la Casa en el Aire?

Ese lujo es el que aún tenemos en Valledupar por la naturaleza que nos rodea; pero escribir sobre la casa en al aire es tener que recordarnos lo fácil que podemos afectar nuestra ciudad. Porque la idea de una casa en el aire, no es sólo un proyecto que los amantes del vallenato teníamos en la imaginación, sino también su actual localización tiene un significado emocional y ambiental para Valledupar.

Todos los proyectos de interés colectivo y que impacten el paisaje urbano, deben con mayor rigor reconocer y analizar el entorno desde el inicio. No sólo por la actividad que representan, sino también por el impacto que generan.

En estos tiempos en que se ha demostrado que el cemento no es sinónimo de desarrollo y que por el contrario una ciudad con calidad de aire, calidad de espacios y calidad de vida son las verdaderamente atractivas y competitivas.

Todos los proyectos deben ser formulados buscando alcanzar el máximo bienestar social, integrando todos los componentes que hacen una ciudad: la movilidad, la economía, el medio ambiente, las interacciones y hasta el clima. Y es que no se nos puede olvidar la tarea y responsabilidad tan importante y difícil que tenemos los que trabajamos en la planificación y el desarrollo de ciudades, pues somos nosotros los que impactamos en sus dinámicas sociales, económicas y en ese bienestar.

Desde el grupo de Desarrollo Urbano, este proyecto nos preocupó desde su concepción; no sólo por su tamaño, diseño y costo; pero sobre todo por su localización actual, aunque en el Plan de Desarrollo 2016-2019 quedó establecido que se iba a localizar en Patillal (dónde tiene más sentido).

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Pero esa localización actual, desde nuestro criterio, es un lugar erróneo, no sólo por haber escogido el borde del cerro, considerado área de protección; pero también por excluirlo de la estrategia del proyecto.

Y es que resulta complejo desarrollar un proyecto en un área de protección ambiental; pero sobre todo más difícil y agresivo intentar hacerlo con concreto, material fuerte utilizado más para marcar límites y bordes que para mimetizar y generar relaciones visuales y físicas.

Cuesta asimilar cómo se desaprovechó esa localización para lograr algo más respetuoso y en armonía con la naturaleza, un cerro que fácilmente se pudo convertir en el eje estructurador, en un aliado estratégico para potenciar el uso y no en el patio trasero.

Pensar esto no es un imposible, de necesitarlo, podemos mirar ejemplos a nivel mundial, dónde proyectos arquitectónicos que logran esa armonía se han convertido en referencias arquitectónicas reconocidas que se mantienen y transforman.

Por ejemplo, La casa de la cascada proyectada en 1934 por Frank Lloyd Wright: Una casa privada en una reserva natural, que en su proceso de diseño y construcción se encontró con lo necesario de entender el lugar dónde estaría, integrarlo y usarlo para su beneficio, pues sino se convertiría en un invasor en la naturaleza. Las rocas se usaron para los cimientos y para configurar los espacios, la cascada la integró a la casa y se reforzó la armonía entre naturaleza y hombre.

Hoy en día el proyecto es un clásico de la arquitectura que se convirtió en un atractivo turístico gestionado por una fundación, donde realizan desde visitas guiadas hasta matrimonios.

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Tener la capacidad de resolver este tipo de desafíos se convierten en auténticas referencias a nivel internacional, dónde cada día se resalta la protección y convivencia con la naturaleza, y donde los turistas cada vez más escogen proyectos auténticos, innovadores y respetables con el medio ambiente.

Pero, como muchas veces identificar el problema es la tarea más sencilla, en el grupo nos propusimos pensar: ¿Cómo hacemos ahora para intentar mejorar este proyecto, mejorar lo construido? ¿Cómo podemos aportarle algo a la ciudad e intentar rescatar la inversión ya realizada?

Se nos ocurren varias ideas que involucran creatividad, materiales y vegetación. Primero, cambiarle el nombre, pues no representa una casa en el aire, puede ser más un museo o un equipamiento cultural.

Segundo, recubrirlo con vegetación a través de jardines verticales, enredaderas, rodearlo de árboles y vegetación nativa que logren esconder el concreto, mimetizar el impacto del proyecto y dejar a la vista solo la parte más alta, reduciendo el impacto visual y ambiental a ese pulmón verde que es el cerro.

Y tercero, asegurarse que la movilidad no se convierta en un problema, y no sólo refiriéndonos al carro particular, sino a proyectar una solución vial integral: con paraderos de buses, reducir el uso del carro, promoviendo y facilitando el acceso peatonal y en bicicleta. Es necesario a toda costa no dejar que este proyecto afecte el tráfico, dañe el paisaje urbano, y afecte aún más, nuestro pulmón verde.

No se puede negar la importancia de los atractivos turísticos en las ciudades, el potencial que tiene nuestro departamento y la necesidad de diversificar las actividades para generar ingresos económicos que tiene Valledupar.

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Pero para poder aprovechar este potencial, sin afectar nuestros recursos naturales y sin deformar nuestra ciudad es importante que todos los proyectos de interés público, cuenten con procesos de alta rigurosidad y visión a largo plazo; es necesario dejar de construir para el corto plazo; y para marcar “finalizado” en una lista de proyectos que quedaron mencionados en un Plan de Desarrollo.

La casa en al aire es un ejemplo de los proyectos que no podemos permitir que se realicen sin una buena estructuración en todos los momentos que marcan un proyecto urbano, se debe pensar su impacto urbano, económico, ambiental y social, desde su concepción, su desarrollo y su sostenibilidad en el tiempo. Para eso conformamos este equipo, para ofrecer veeduría y apoyo en los proyectos y recuperar esa ciudad diáfana y prometedora.

Por: María Amaya Saade – Grupo de Desarrollo Urbano / EL PILÓN