Aunque pueda parecer inverosímil, hay lugares en el mundo que está prohibido morirse, y podríamos citar muchos casos en donde, incluso con normas legales de obligatorio cumplimiento, se le prohíbe a la gente morirse.
Aunque pueda parecer inverosímil, hay lugares en el mundo que está prohibido morirse, y podríamos citar muchos casos en donde, incluso con normas legales de obligatorio cumplimiento, se le prohíbe a la gente morirse. Pero más allá de lo “macondiano” que pueda parecer tal prohibición, lo cierto es que cada autoridad y cada quien tendrá sus razones para hacerlo, ya sea por el permafrost del suelo, o ya sea para preservar la pureza del lugar, o porque los camposantos están desbordados de difuntos, o por cualquier otro motivo.
Pero aquí a la prohibición que me refiero es a otra: “Prohibido morirse en diciembre”. En muchas oportunidades escuché a mi suegra decir que, si ella llegase a morir en diciembre, le pedía a sus hijos que la metieran en el congelador y celebraran sus exequias pasadas las festividades decembrinas, pues decía que quien se moría en este mes le tiraba la celebración a todos y no estaba de acuerdo con ese acto egoísta, era una forma de no aguarle la fiesta a los demás. Y aunque lo decía de manera jocosa era una verdad triste que prácticamente es inevitable que suceda, pues, quien está planillado, como digo a veces, muere cuando tiene que morir y no en la víspera.
Aunque sean muchos los que no celebren la Navidad y el Año Nuevo, somos muchos más los que celebramos tales fechas, incluyendo el día de velitas y las novenas de aguinaldo, y que a través de los tiempos hemos institucionalizado las mismas, acudiendo desde donde estemos en lugares lejanos o remotos al encuentro familiar, retornando al seno hogareño de abuelos o padres u otros familiares que nos esperan con brazos abiertos para al menos vivir unos días con alegría, entre nostalgia y recuerdos que permitan reencontrarnos en paz.
Si se pudiera evitar morir en diciembre, créanme que yo sería uno de los que procuraría acatar tal evasiva, pues, al igual que mi suegra, comparto con vehemencia tal circunstancia, por más curiosa que sea. Creo que es suficiente ya traer a la memoria con nostalgia los recuerdos de aquellos que seguimos amando y que ya no están con nosotros en estas fechas departiendo con regocijo. A mí, personalmente, se me enguarapan los ojos cuando escucho “Ven a cantar” o la de Marco Antonio, ‘Navidad sin ti’. Son canciones mortales, no hay valor que me sostenga y detenga las lágrimas que como catarata empiezan a rodar sobre mis mejillas. Antes las disimulaba y trataba de ocultarlas de aquellos que me rodeaban; hoy, me importa un carajo y dejo que el sabor salobre de las mismas se precipite sobre mi rostro y mojen cuanto tenga a mi disposición.
Pero, la realidad como he dicho es otra, no se puede evitar morirse cuando le toca y la tristeza ha de surgir en cualquier día del año sin reparo alguno, sea Navidad o semana santa, sea día del padre o de la madre, cuando toca, toca. Sin embargo, aunque esta compañera de la vida algún día nos ha de abrazar, lo cual debemos aceptar, porque así es la ley natural, también debemos procurar en la nostalgia apretar y honrar el recuerdo de aquellos que se van en estas fechas por los designios de Dios, pues, estoy seguro que aquellos que parten no quieren vernos tristes y acongojados, negándonos a celebrar lo que sin duda estaría celebrando junto a nosotros y su máximo deseo, sin duda alguna, desde donde estén, será ese, vernos sonreír y celebrar estas fiestas decembrinas.
Lloremos si hemos de llorar, sin pena o vergüenza, pero también debemos sonreírle a la vida y agradecer por la compañía ausente de aquellos que ya no están físicamente a nuestro lado; abracémoslos con el recuerdo hermoso que nos han dejado y agradezcamos al Gran Eterno por nuestras vidas y el habernos permitido reencontrarnos con los que amamos y nos aman, siendo conscientes que algún día seremos recuerdos maravillosos para aquellos que se quedan aunque ya no estemos y que las lágrimas que emanan de aquellos que nos recuerdan, sean las mismas que en alegría nos dijeron algún día nos amaron.
Es mi nostalgia la que hoy escribe, recordando a muchos que ya no están, pero que seguramente en estas fiestas, con nosotros brindarán.
Por Jairo Mejía.
Aunque pueda parecer inverosímil, hay lugares en el mundo que está prohibido morirse, y podríamos citar muchos casos en donde, incluso con normas legales de obligatorio cumplimiento, se le prohíbe a la gente morirse.
Aunque pueda parecer inverosímil, hay lugares en el mundo que está prohibido morirse, y podríamos citar muchos casos en donde, incluso con normas legales de obligatorio cumplimiento, se le prohíbe a la gente morirse. Pero más allá de lo “macondiano” que pueda parecer tal prohibición, lo cierto es que cada autoridad y cada quien tendrá sus razones para hacerlo, ya sea por el permafrost del suelo, o ya sea para preservar la pureza del lugar, o porque los camposantos están desbordados de difuntos, o por cualquier otro motivo.
Pero aquí a la prohibición que me refiero es a otra: “Prohibido morirse en diciembre”. En muchas oportunidades escuché a mi suegra decir que, si ella llegase a morir en diciembre, le pedía a sus hijos que la metieran en el congelador y celebraran sus exequias pasadas las festividades decembrinas, pues decía que quien se moría en este mes le tiraba la celebración a todos y no estaba de acuerdo con ese acto egoísta, era una forma de no aguarle la fiesta a los demás. Y aunque lo decía de manera jocosa era una verdad triste que prácticamente es inevitable que suceda, pues, quien está planillado, como digo a veces, muere cuando tiene que morir y no en la víspera.
Aunque sean muchos los que no celebren la Navidad y el Año Nuevo, somos muchos más los que celebramos tales fechas, incluyendo el día de velitas y las novenas de aguinaldo, y que a través de los tiempos hemos institucionalizado las mismas, acudiendo desde donde estemos en lugares lejanos o remotos al encuentro familiar, retornando al seno hogareño de abuelos o padres u otros familiares que nos esperan con brazos abiertos para al menos vivir unos días con alegría, entre nostalgia y recuerdos que permitan reencontrarnos en paz.
Si se pudiera evitar morir en diciembre, créanme que yo sería uno de los que procuraría acatar tal evasiva, pues, al igual que mi suegra, comparto con vehemencia tal circunstancia, por más curiosa que sea. Creo que es suficiente ya traer a la memoria con nostalgia los recuerdos de aquellos que seguimos amando y que ya no están con nosotros en estas fechas departiendo con regocijo. A mí, personalmente, se me enguarapan los ojos cuando escucho “Ven a cantar” o la de Marco Antonio, ‘Navidad sin ti’. Son canciones mortales, no hay valor que me sostenga y detenga las lágrimas que como catarata empiezan a rodar sobre mis mejillas. Antes las disimulaba y trataba de ocultarlas de aquellos que me rodeaban; hoy, me importa un carajo y dejo que el sabor salobre de las mismas se precipite sobre mi rostro y mojen cuanto tenga a mi disposición.
Pero, la realidad como he dicho es otra, no se puede evitar morirse cuando le toca y la tristeza ha de surgir en cualquier día del año sin reparo alguno, sea Navidad o semana santa, sea día del padre o de la madre, cuando toca, toca. Sin embargo, aunque esta compañera de la vida algún día nos ha de abrazar, lo cual debemos aceptar, porque así es la ley natural, también debemos procurar en la nostalgia apretar y honrar el recuerdo de aquellos que se van en estas fechas por los designios de Dios, pues, estoy seguro que aquellos que parten no quieren vernos tristes y acongojados, negándonos a celebrar lo que sin duda estaría celebrando junto a nosotros y su máximo deseo, sin duda alguna, desde donde estén, será ese, vernos sonreír y celebrar estas fiestas decembrinas.
Lloremos si hemos de llorar, sin pena o vergüenza, pero también debemos sonreírle a la vida y agradecer por la compañía ausente de aquellos que ya no están físicamente a nuestro lado; abracémoslos con el recuerdo hermoso que nos han dejado y agradezcamos al Gran Eterno por nuestras vidas y el habernos permitido reencontrarnos con los que amamos y nos aman, siendo conscientes que algún día seremos recuerdos maravillosos para aquellos que se quedan aunque ya no estemos y que las lágrimas que emanan de aquellos que nos recuerdan, sean las mismas que en alegría nos dijeron algún día nos amaron.
Es mi nostalgia la que hoy escribe, recordando a muchos que ya no están, pero que seguramente en estas fiestas, con nosotros brindarán.
Por Jairo Mejía.