Por Valerio Mejía Araujo “¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria? 1° Corintios 15:55 Se cumplen nueve […]
Por Valerio Mejía Araujo
“¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria? 1° Corintios 15:55
Se cumplen nueve noches de la partida a la eternidad de nuestra amada Mami-Mire. Muchas gracias a todos los amigos, parientes y familiares por todas las manifestaciones de cariño recibidas. Gracias por cada visita, cada escrito y cada gesto de cariño; por cada abrazo y cada lágrima derramada con nosotros. Eso fortaleció nuestra fe, acrecentó nuestra esperanza y nos dio un gran sentido de comunidad.
También gracias por la compañía de cada Ministro del Evangelio que con su presencia y oración trajeron consuelo a nuestras almas. Especiales gracias a Monseñor Oscar Vélez por su generoso acompañamiento y sus manifestaciones de cariño con toda la familia.
Aquellos que lo han vivido, saben lo que significa pasar por el dolor de una pérdida. El pesar moviliza muchas emociones, incluyendo la sorpresa y la incredulidad. Esto llegó tan de repente, en forma tan inesperada, que no parece ser verdad. Es como un mal sueño del que uno espera despertar. Cuando perdemos a alguien por la muerte, sentimos enojo ante lo injusto de nuestra pérdida. Incluso hasta pueden surgir sentimientos de culpa de que no hicimos todo lo que hubiéramos podido. Pero el tiempo y la gracia de Dios van sanando hasta conducirnos a una aceptación eventual.
Si pudiéramos vislumbrar la muerte por medio de los ojos de Dios, entonces perdería su terror. Se le quitaría su aguijón que punza y hace doler. La muerte es el fin de las lágrimas, el pesar y las limitaciones de este cuerpo mortal. La muerte es la continuación de la vida abundante en la presencia de Cristo. Es como un barco que navega hasta desaparecer en el horizonte, que aunque ya no lo podamos ver, sigue avanzando hacia su destino, su puerto de llegada.
La muerte desde la perspectiva de Dios, también constituye un nuevo comienzo feliz en comunión con él mismo y con todos los santos que nos han precedido. En el facebook, su nieta Dina, escribió: “¡Llegó una guerrera al cielo!”. Estoy seguro que fue una alegre reunión con sus amigos y su Señor.
“Sabemos que si esta tienda de campaña en que vivimos se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas”.
Así pues, nuestro dolor, está anclado en la esperanza. La muerte para el creyente es dormir en el ahora eterno de Dios. Quien vive y muere en Cristo, resucitará en Cristo. Por eso la esperanza que nos inspira, no es una cosa, una idea o un concepto, sino una persona. La persona de Jesús, quien está vivo… y nos espera más allá de la muerte, donde nos dijo que prepararía un lugar para nosotros.
Hoy los invito a que encontremos consuelo en la Palabra de Dios y en el cálido recuerdo de nuestros seres queridos. Dios Espíritu Santo, está con nosotros ejerciendo su maravilloso ministerio de Consolador.
“Que el Dios de la esperanza nos llene de toda alegría y paz a todos los que creemos en Él, para que rebosemos de esperanza por el poder del Espíritu Santo”.
Mami-Mire, nos vemos en el cielo…
Abrazos cariñosos…
Por Valerio Mejía Araujo “¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria? 1° Corintios 15:55 Se cumplen nueve […]
Por Valerio Mejía Araujo
“¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria? 1° Corintios 15:55
Se cumplen nueve noches de la partida a la eternidad de nuestra amada Mami-Mire. Muchas gracias a todos los amigos, parientes y familiares por todas las manifestaciones de cariño recibidas. Gracias por cada visita, cada escrito y cada gesto de cariño; por cada abrazo y cada lágrima derramada con nosotros. Eso fortaleció nuestra fe, acrecentó nuestra esperanza y nos dio un gran sentido de comunidad.
También gracias por la compañía de cada Ministro del Evangelio que con su presencia y oración trajeron consuelo a nuestras almas. Especiales gracias a Monseñor Oscar Vélez por su generoso acompañamiento y sus manifestaciones de cariño con toda la familia.
Aquellos que lo han vivido, saben lo que significa pasar por el dolor de una pérdida. El pesar moviliza muchas emociones, incluyendo la sorpresa y la incredulidad. Esto llegó tan de repente, en forma tan inesperada, que no parece ser verdad. Es como un mal sueño del que uno espera despertar. Cuando perdemos a alguien por la muerte, sentimos enojo ante lo injusto de nuestra pérdida. Incluso hasta pueden surgir sentimientos de culpa de que no hicimos todo lo que hubiéramos podido. Pero el tiempo y la gracia de Dios van sanando hasta conducirnos a una aceptación eventual.
Si pudiéramos vislumbrar la muerte por medio de los ojos de Dios, entonces perdería su terror. Se le quitaría su aguijón que punza y hace doler. La muerte es el fin de las lágrimas, el pesar y las limitaciones de este cuerpo mortal. La muerte es la continuación de la vida abundante en la presencia de Cristo. Es como un barco que navega hasta desaparecer en el horizonte, que aunque ya no lo podamos ver, sigue avanzando hacia su destino, su puerto de llegada.
La muerte desde la perspectiva de Dios, también constituye un nuevo comienzo feliz en comunión con él mismo y con todos los santos que nos han precedido. En el facebook, su nieta Dina, escribió: “¡Llegó una guerrera al cielo!”. Estoy seguro que fue una alegre reunión con sus amigos y su Señor.
“Sabemos que si esta tienda de campaña en que vivimos se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas”.
Así pues, nuestro dolor, está anclado en la esperanza. La muerte para el creyente es dormir en el ahora eterno de Dios. Quien vive y muere en Cristo, resucitará en Cristo. Por eso la esperanza que nos inspira, no es una cosa, una idea o un concepto, sino una persona. La persona de Jesús, quien está vivo… y nos espera más allá de la muerte, donde nos dijo que prepararía un lugar para nosotros.
Hoy los invito a que encontremos consuelo en la Palabra de Dios y en el cálido recuerdo de nuestros seres queridos. Dios Espíritu Santo, está con nosotros ejerciendo su maravilloso ministerio de Consolador.
“Que el Dios de la esperanza nos llene de toda alegría y paz a todos los que creemos en Él, para que rebosemos de esperanza por el poder del Espíritu Santo”.
Mami-Mire, nos vemos en el cielo…
Abrazos cariñosos…