Ahora que veo la publicidad del concurso “Leer es nuestro cuento” / ‘dirigido a colegios’, patrocinado por el diario El Pilón, viene a mi memoria la anécdota de una niña lectora (a la que llamaremos Isabel) y un libro. Y de paso, la ocasión para saludar este concurso, que habla muy bien de la misión […]
Ahora que veo la publicidad del concurso “Leer es nuestro cuento” / ‘dirigido a colegios’, patrocinado por el diario El Pilón, viene a mi memoria la anécdota de una niña lectora (a la que llamaremos Isabel) y un libro. Y de paso, la ocasión para saludar este concurso, que habla muy bien de la misión del periódico: formar lectores y potenciales escritores.
Isabel (cuya edad no pasa de 8 años) no es esa niña que se fastidia cuando tiene que acompañar a sus padres a una visita. Isabel es diferente. Ella sí los acompaña, pero bajo una condición: «Si me garantizan que en esa casa hay biblioteca, voy». Mi casa está en la lista de ‘hogares privilegiados’ visitados por la infanta Isabel.
Isabel no llega para sentarse en la sala de visitas, ella intuye el camino; se disculpa y va derecho a la biblioteca; pasados unos minutos ya tiene dos o tres libros elegidos. Pero ahí no acaba la anécdota. Isabel llegó con un bolsito que observaba con picardía; en un momento de distracción sacó un paquete y lo dejó en la mesita de centro: «Para Donaldo». Al abrir el misterio… ¡Eureka!… Un libro. Isabel me trajo a regalar un libro el día de mi santo…
Un libro de sugestivo título: ’La noche en que Frankenstein leyó el Quijote’, del escritor español Santiago Posteguillo (tercera edición, Ed. Planeta, 2015). Posteguillo hace un viaje por épocas y continentes para contarnos en buen estilo la historia, entre curiosa e insólita, de libros cuyos títulos son familiares para el lector habitual. La portada es ya sugerente: un personaje de ficción, Frankenstein, de la novela de Mary Shelley, inmerso en la historia de su homólogo don Quijote.
La obra cuenta las vicisitudes previas a la publicación de un libro, enfatizando la vocación a veces suicida de sus autores (más si son mujeres). ¿Quién no recuerda las penurias de Gabo para mandar el paquete (partido en dos) con Cien años de soledad a Ed. Suramericana, en Argentina? Pero esta historia no está incluida, es reciente y demasiado conocida.
Son veintitrés las historias de Posteguillo. La primera, por supuesto, es la legendaria Biblioteca de Alejandría, de casi un millón de rollos.
En el índice, la segunda historia no es un libro, sino Dublín (Irlanda), la «Ciudad-Libro». Acuérdense que en esa ciudad bendita nacieron y escribieron Jonathan Swift, Óscar Wilde, Bernard Shaw, Samuel Beckett, James Joyce, Bram Stoker, William Butter Yeats. De ese grupo, dejo al lector la tarea de averiguar quiénes son premios Nobel. ¿Y por qué bendita?, porque, mientras “En otras ciudades, la gente inteligente sale y hace dinero. En Dublín, la gente inteligente se queda en casa y escribe libros”. En 2010, Dublín fue designada por la UNESCO ‘Ciudad de la Literatura’.
El apetito va en crescendo, y cada libro reclama su artículo. Ante ese imposible, dejo sugerida al ‘desocupado lector’ la visita de esta obra, que se cierra con “La historia de una niña de ocho años a la que le gustaba leer”. A esta niña (Alice) se debe que hasta la fecha (datos de la Web) se hayan vendido más de cuatrocientos millones de ejemplares en todo el mundo, de una saga que comenzó con Harry Potter y la piedra filosofal; su autora, “J. K. Rowling, ha hecho que millones de niños y adolescentes se acostumbren a leer libros de hasta novecientas páginas”. Un verdadero milagro en un siglo tan virtual.
Por: Donaldo Mendoza.
Ahora que veo la publicidad del concurso “Leer es nuestro cuento” / ‘dirigido a colegios’, patrocinado por el diario El Pilón, viene a mi memoria la anécdota de una niña lectora (a la que llamaremos Isabel) y un libro. Y de paso, la ocasión para saludar este concurso, que habla muy bien de la misión […]
Ahora que veo la publicidad del concurso “Leer es nuestro cuento” / ‘dirigido a colegios’, patrocinado por el diario El Pilón, viene a mi memoria la anécdota de una niña lectora (a la que llamaremos Isabel) y un libro. Y de paso, la ocasión para saludar este concurso, que habla muy bien de la misión del periódico: formar lectores y potenciales escritores.
Isabel (cuya edad no pasa de 8 años) no es esa niña que se fastidia cuando tiene que acompañar a sus padres a una visita. Isabel es diferente. Ella sí los acompaña, pero bajo una condición: «Si me garantizan que en esa casa hay biblioteca, voy». Mi casa está en la lista de ‘hogares privilegiados’ visitados por la infanta Isabel.
Isabel no llega para sentarse en la sala de visitas, ella intuye el camino; se disculpa y va derecho a la biblioteca; pasados unos minutos ya tiene dos o tres libros elegidos. Pero ahí no acaba la anécdota. Isabel llegó con un bolsito que observaba con picardía; en un momento de distracción sacó un paquete y lo dejó en la mesita de centro: «Para Donaldo». Al abrir el misterio… ¡Eureka!… Un libro. Isabel me trajo a regalar un libro el día de mi santo…
Un libro de sugestivo título: ’La noche en que Frankenstein leyó el Quijote’, del escritor español Santiago Posteguillo (tercera edición, Ed. Planeta, 2015). Posteguillo hace un viaje por épocas y continentes para contarnos en buen estilo la historia, entre curiosa e insólita, de libros cuyos títulos son familiares para el lector habitual. La portada es ya sugerente: un personaje de ficción, Frankenstein, de la novela de Mary Shelley, inmerso en la historia de su homólogo don Quijote.
La obra cuenta las vicisitudes previas a la publicación de un libro, enfatizando la vocación a veces suicida de sus autores (más si son mujeres). ¿Quién no recuerda las penurias de Gabo para mandar el paquete (partido en dos) con Cien años de soledad a Ed. Suramericana, en Argentina? Pero esta historia no está incluida, es reciente y demasiado conocida.
Son veintitrés las historias de Posteguillo. La primera, por supuesto, es la legendaria Biblioteca de Alejandría, de casi un millón de rollos.
En el índice, la segunda historia no es un libro, sino Dublín (Irlanda), la «Ciudad-Libro». Acuérdense que en esa ciudad bendita nacieron y escribieron Jonathan Swift, Óscar Wilde, Bernard Shaw, Samuel Beckett, James Joyce, Bram Stoker, William Butter Yeats. De ese grupo, dejo al lector la tarea de averiguar quiénes son premios Nobel. ¿Y por qué bendita?, porque, mientras “En otras ciudades, la gente inteligente sale y hace dinero. En Dublín, la gente inteligente se queda en casa y escribe libros”. En 2010, Dublín fue designada por la UNESCO ‘Ciudad de la Literatura’.
El apetito va en crescendo, y cada libro reclama su artículo. Ante ese imposible, dejo sugerida al ‘desocupado lector’ la visita de esta obra, que se cierra con “La historia de una niña de ocho años a la que le gustaba leer”. A esta niña (Alice) se debe que hasta la fecha (datos de la Web) se hayan vendido más de cuatrocientos millones de ejemplares en todo el mundo, de una saga que comenzó con Harry Potter y la piedra filosofal; su autora, “J. K. Rowling, ha hecho que millones de niños y adolescentes se acostumbren a leer libros de hasta novecientas páginas”. Un verdadero milagro en un siglo tan virtual.
Por: Donaldo Mendoza.