OPINIÓN

Mi paso por ‘La Tramacúa’: una deuda pendiente con quienes fui feliz

Aún recuerdo con alegría la llamada que recibí por parte del Banco de la República para invitarme a dictar un taller de escritura con el fin de trabajar con internos de la Cárcel de Mediana y Alta seguridad de Valledupar CPAMS, en el marco del proyecto ‘Biblioteca Sin Fronteras’.

Cárcel de Alta y Mediana Seguridad de Valledupar, 'La Tramacúa'.

Cárcel de Alta y Mediana Seguridad de Valledupar, 'La Tramacúa'.

canal de WhatsApp

Aún recuerdo con alegría la llamada que recibí por parte del Banco de la República para invitarme a dictar un taller de escritura con el fin de trabajar con internos de la Cárcel de Mediana y Alta seguridad de Valledupar CPAMS, en el marco del proyecto ‘Biblioteca Sin Fronteras’. Sin pizca de duda acepté y salí corriendo a las repisas de mi biblioteca para que los autores que reposan allí me dieran una mano con tremenda misión. 

Leí varios artículos académicos sobre lectura y escritura en las cárceles del país, investigué sobre política pública, leí un par de noticias, contacté un par de personas y, finalmente, me senté a escribir el programa detallado para los talleres de ese año: de lo macro a lo micro con una especificidad que me emocionaba, sin dejar por fuera una recomendación hecha por un exinterno que había estado en ese mismo lugar hace muchos años y que hoy escribe sus propios libros: “No los subestimes”. 

Cuando busqué noticias relacionadas con la cárcel de Valledupar encontré titulares preocupantes, pues es considerada por la opinión pública como la más “terrible” de Colombia: recibe a los mayores criminales del país. Es decir, quien ingresa a la “Tramacúa”, como se le conoce popularmente, es un criminal de alto calibre. Esto, por supuesto, en vez de tranquilizar a mis amigos y familiares causó desconcierto y resistencia. Sin embargo, como tozuda que soy, en vez de dudar, continué, pues era lo que había querido hacer desde siempre.

Tampoco les mentiré: cuando estuve allí el primer día mis deseos se vieron contrariados: ¿y si me dejan sola con alguno de ellos? ¿Y si me toman como rehén? ¿Y si… ? Los prejuicios se apoderaron de mí, me retuvieron las certezas y pusieron a bambolear mis pensamientos, todo esto en cuestión de segundos mientras entregaba mis joyas en la entrada, me requisaban y pasaba por cada uno de los filtros que tiene la cárcel para llegar a la sala en la que dictaría los talleres. 

Una vez allí los prejuicios se resquebrajaron y cayeron en pedazos cuando saludé a los internos, los vi a los ojos y los escuché. No solo me sentí cómoda con ellos, sino que disfruté cada una de las sesiones en las que estuvimos leyendo, conversando y, sobre todo, escuchándonos. Llevé el programa al pie de la letra y fue un aprendizaje en doble vía: yo les enseñaba lo poco que sé y ellos me enseñaban, sin proponérselo, sobre resiliencia, respeto, desacuerdos, injusticias y culpas. 

Al año siguiente, o sea, este año, me volvieron a llamar del Banco y no pude más que ser feliz. Sin embargo, me había percatado de que debía reestructurar el programa, pues debían ser talleres de escritura, claro, pero también de lectura y, por supuesto, talleres de conversación, pues leer, escribir y hablar nos ayuda a sanar o, al menos, a ser libres por un par de horas.

De modo que me puse manos a la obra y elegí cuidadosamente las lecturas para cada sesión, revisé en detalle las preguntas orientadoras y las actividades para cada ejercicio. ¡No se imaginan lo felices que fuimos! Leímos y discutimos sobre la importancia de nombrar, a propósito de Gabriel García Márquez y su peste del olvido; debatimos sobre los Nadies de Eduardo Galeano; discutimos y nos conmovimos con cómo influyen las palabras que no se dicen con Elena Poniatowska con una carta de Quiela a su querido Diego; analizamos, dibujamos y filosofamos con Platón sobre las percepciones y la realidad; y nos volamos la cabeza escudriñando la toma de decisiones en No te salves, de Mario Benedetti. Literatura, poesía y filosofía. Cerramos los talleres con la pregunta por el lenguaje como herramienta de transformación, y concluimos que saber leer y escribir nos permite navegar y conocer infinitos mundos, relacionarnos con los demás y, para ellos, los internos, representan dignidad y herramientas de justicia. 

¿Y por qué contar esta experiencia? Porque lejos de lavar culpas o quitar responsabilidades, me interesa mostrar que hay humanos con emociones, con arrepentimientos y con ganas de aportar a la sociedad. Me interesa visibilizar al humano que es capaz de sentarse frente al que fue su enemigo por mucho tiempo, conversar sobre Platón y entenderse en medio de las diferencias. Me interesa al humano que se conmueve porque sus palabras no dichas se acumulan en los ojos y caen con tristeza porque nunca llegarán a destino. Me interesa exponer que no todos son criminales de “alto calibre”, sino que son también víctimas de la injusticia colombiana, de la ineficiencia estatal, del ciclo de violencia perpetuado por años, de las trampas de la vida o de la ignorancia. 

Apuesto, como ellos mismos dicen, a una sociedad que dé segundas oportunidades, que se la juegue por una justicia menos punitiva y abra, al menos, la posibilidad de la escucha o, en este caso, de la lectura sobre personas como usted y como yo que un día cometieron un error que no solo les quitó la libertad, sino que los alejó de sus familias, de ver crecer a sus hijos, de abrazar a sus padres, de ser olvidados por aquellos que aman o de ser convertidos en meras cifras para un sistema que piensa más en sentenciar que en educar. 

Los invito a leer los escritos de cada uno de los internos que reposan en el blog de Fermina, un colectivo cultural que promueve el tejido social a través de la lectura, la escritura y la oralidad. Visibilizar sus palabras es una pequeña manera de contribuir a la justicia social que tanto necesita el país. 

Para ustedes, queridos compañeros del taller: Fredy, Yeferson, Benancio, Javier, William, Jose, Wilmer, Roberto, Edilson, Gerardo, Wilson, Dilson, Álvaro, Eduardo, Miguel, Yamir, Alexis, Ronaldín, Julio, Gilberto, Hernán, Edinson, Breyner, Octavio y Carlos, miles de gracias por permitirme vivir esta experiencia y por permitirse la posibilidad del encuentro y de la palabra. Deseo de corazón que este pequeño texto los haga menos invisibles y sea resistencia contra el olvido.

Por Laura Gómez García.

Blog de Fermina: Ferminaespaciocultural.wordpress.com

TE PUEDE INTERESAR