Gozo de precoz inteligencia, desde pequeño fue inquieto para los negocios, demostrando su destreza en el dominio de su intelecto, sabedor de que para salir adelante había que ganar dinero, por ello a los 13 años y hasta los 16 , Asterio Castilla se consiguió una chamba: la de vender loterías, sin embargo, su progenitor Marcelo Calderón consideró que el joven adolescente no debía madurar biche y, queriéndolo enrutar en la vida, le consiguió un cupo en el cuartel donde se forman los hombres de valor, el Ejército fue su escuela, fue reclutado en Valledupar y colocado a disposición del Batallón La Popa, con sede en aquel entonces en la ciudad de Barranquilla.
El soldado Castilla, al año de estar prestando el servicio a la patria, por su buen comportamiento, fue trasladado al Batallón “Juananbu” en Florencia, Caquetá, y de allí al puesto de control ubicado en la Pedrera, en límites de Colombia con el Perú.
En 1952, al terminar el servicio militar, regresa a Valledupar y, ante la escasez, decide retornar a sus antiguas labores. Aún con la disciplina cástrense, el exsoldado Castilla mantenía el corte militar y embolaba a diario sus zapatos a manos de un lustrabotas que frecuentaba “El Rey de los Bares”. Para llamar la atención y levantar mujeres, se convirtió en un camaján, usaba sombrero adornado con plumas de pavo real, zapatos en dos tonos, pantalón en tubos y chaleco de lentejuelas adornado con botones en la parte trasera, al buen estilo Cabirol.
Un buen día Emetiel Bermúdez lo buscaba por todo el Valle. Solía comprarle un billete todas las semanas; al encontrarlo le anunció que el único billete de lotería que tenía en su bolsillo era uno ajado que había asegurado y conservado para él, por cuanto se le había caído al bañarse en el cabaret “La Ceiba”, sitio preferido por los hombres del Valledupar que se fue.
El negro Bermúdez le insistió que le vendiera el billete, que no le importaba que estuviese mojado; Asterio se dejó convencer y, a los 5 minutos de haber entregado el billete de lotería, se enteró en una de las esquinas de “Cinco Esquinas” que el 7621 era el ganador. A Bermúdez la suerte lo premió a través de la Lotería del Libertador y dejó a un lado su oficio de maestro de obra para convertirse en un hombre próspero y adinerado.
A muchos hizo rico, vendiéndoles el premio mayor; mientras tanto, Asterio, a sus 90 , todavía camina el Valle ofertando su producto. Conoce su clientela, igual que Clemente Carabalí Serrano “La Octava Maravilla”, todavía mantiene intacto en su memoria los números y los nombres de los afortunados ganadores, quienes con un billete de lotería apostaron a cambiar su suerte, sonriendo para ellos la fortuna y cambiando de estatus social, pasando de pobres a ricos; en aquel entonces fueron favorecidos con la fama y la riqueza. Enrique Vargas Fonseca, dependiente del señor Luis Sierra, fue premiado con el premio mayor de 30 mil pesos.
En 1953 Juancho Fuentes fue ganador con el número 1409. Asterio le llevó la buena nueva, lo encontró enfermo de gripa en la casa donde vivía, pagaba una mensualidad donde Dorances Padron, en una pieza ubicada en el traspatio de la vivienda situada al lado del Parque de las Madres, donde hoy posa el emblemático edificio Santo Domingo. Castilla cuenta que con la buena noticia sintió de su amigo mejoría instantánea; partieron de inmediato a Santa Marta a cobrar el premio. Con buen billete en los bolsillos fueron a Barranquilla a festejar al barrio chino, en el famoso cabaret “La Quinta Máxima”. El nuevo rico ordenó cerrar el bar y decidió bailar con más de 30 mujeres quienes le hacían ronda; acalorada la fiesta, llegó la Policía pidiendo papeles. Asterio, todavía menor de edad, sacó un billete de 10 pesos que le pasó su patrocinador por debajo de la mesa y le dijo al policía: “El único papel que tengo es este”.
La bola del barrio chino se esparció en Valledupar, sumado a las bonanzas de nuestra región, y se convirtieron en el detonante para que florecieran en la ciudad muchos negocios similares, como el lujoso cabaret “El Bosque”, ubicado cerca a la DPA; “Los Manguitos”, en la salida a Fundación; “La Tranquilidad”, “El Pullman”, “Copacabana”, “Pequine”, “Palatino”, “Danubio”, “El Águila”, “Casa Blanca” y “Bar Nevada”, del reconocido hombre de negocios don Oscarito Pupo, atendido por su distinguido administrador “El Teniente Torres”; otros haciendo honor a sus amables y cariñosas anfitrionas como: “La Vieja Luz”, “Donde Amira”, Juana Pérez, Olga Bolaños, Rebeca, Teresa, La Chivolo y Toña la Negra.
Darío Pavajeau, siendo alcalde de Valledupar, prohibió que hubiesen mujeres de vida alegre cobrando un peso para saciar con cariño las inclemencias de sus clientes, la multa costaba 20 pesos.
Por: Pedro Norberto Castro Araújo.
El Cuento de Pedro.





