Queridos lectores, hace algunos días celebramos el Día de los Difuntos, o como algunos lo conocen, el Día de los Muertos. Fecha en la cual muchos recordamos a los seres queridos que han partido de este mundo terrenal y que de una u otra forma aún se encuentran presentes en nuestro diario vivir, porque los muertos no se han ido, se han quedado en las sombras de todas las cosas.
Si hay un país que admiro por su cultura enriquecedora es México, cuyas costumbres y tradiciones se han mantenido vigentes a través de los años, haciendo casi suya una tradición milenaria la de celebrar el día de los muertos de una forma sui generis, dándole un tono casi carnavalesco y de jolgorio al mismo, más que impregnarlo de una rígida solemnidad envuelta en llanto y de tristeza. Y es que debe ser así, imponiendo la alegría de recordar a nuestros seres queridos que durante algún tiempo estuvieron junto a nosotros, lógico, con un matiz de nostalgia que se aferrará por siempre a nuestros corazones con el recuerdo casi eterno de sus presencias.
Hace algunos días, terminaba de escribir un cuento y no hallaba la forma o no encontraba la frase para culminar este, por coincidencia era el día de los muertos y me apresuraba para ir al camposanto a visitar la tumba de mi madre, fallecida hace poco tiempo. Me detuve, bloqueado mentalmente, mirando todo a mi alrededor, sabía que debía terminar de escribir porque de no hacerlo de una vez eso conllevaría a seguir extendiéndome en lo que estaba escribiendo y ya no me resultaría fácil acabarlo como quería, pero, como dije, no encontraba la forma de “cerrar la llave del grifo” sin ocasionar una interrupción brusca, por el contrario, quería que el lector a quien iba dirigido el cuento que estaba escribiendo se sintiera satisfecho de forma justa y no inflarlo innecesariamente. Entonces, algo llamó la atención. Un libro que perteneció a mi madre y que mantengo abierto en mi estudio, lo miré y suspiré, lo até al pensamiento como si fuera una alarma para culminar de forma inmediata lo que estaba haciendo y prepararme para irme a mi visita programada. Sin embargo, de un momento a otro, se me vino la frase a la mente: “Porque los muertos no se han ido, se han quedado en las sombras de todas las cosas”. Era como si alguien me la hubiera dictado, no ella, más bien muchas personas me lo gritaron en ese momento, a pesar de sonar como una sola voz.
No lo pensé dos veces y terminé la historia que estaba escribiendo con esta frase, que, para mí, escala en una reflexión más de tipo filosófica que cualquier otra cosa. Y entonces, después de guardar por completo el texto que acababa de escribir, que, entre otras cosas, lo debo decir, también inspirado por los muertos, me puse de pie y empecé a recorrer primero con la vista todo lo que había a mi alrededor y no solo fue aquel libro del que he hecho alusión, sino otros objetos los que empezaron a recordarme a muchos muertos ese día. Los tomaba y los acariciaba, e incluso, los olía cerrando los ojos y como si una película viniera a mi mente llegaron recuerdos de un pasado en un presente tan vívido que parecía que tuviera tanta gente visitándome ese día sin necesidad de verlos.
Me dije ese día, extasiado de escuchar, de ver y de incluso sentir que tal vez no tendría la necesidad de ir al camposanto de la forma urgente en que lo había programado desde el día anterior. Había recordado a mi madre entre todas las cosas, olido su aroma, el que desprendía después de salir del baño y cuando se embadurnaba de cremas tanto en el rostro como en sus brazos y manos, las que la hacían resbalar al simple tacto y que en muchas ocasiones me causaba una sensación extraña cuando se acercaba a mí o yo a ella. Ese olor volví a sentirlo, a extrañarlo, pero a la vez sentí alegría, porque supe que aún estaba presente en mis recuerdos, aunque no estuviera de pie a mi lado.
Pero, no solo la recordé a ella. Esa extraña sensación de haberme retrotraído en el tiempo esa mañana me hizo buscar entre las otras cosas que estaban a mi alrededor y empezaron a surgir otros recuerdos, otras visiones, otras conversaciones, otros olores y las sombras de todas las cosas me hicieron recordar que los muertos no se han ido, se han quedado en las sombras de todas las cosas.
Por: Jairo Mejía





