En los hilos del tiempo se teje la vida. Las madejas comienzan a entrelazarse con los colores candorosos de la infancia y los dorados paisajes juveniles del amor y de los sueños; prosiguen los radiantes colores del regocijo y las victorias, que en instantes se diluyen en el gris penumbroso de la tristeza y las derrotas. Así es la vida, un tejido de hilos brillantes y oscuros; pero la fortaleza del alma, el amor a Dios y el apego a las acciones del bien, resaltan la luminosidad de los colores.
Félix Antonio Díaz Molina con los colores de la decencia, la tolerancia, el respeto, el estudio y el trabajo enalteció su vida y su profesión docente. Heredó de su padre, el reconocido pedagogo Francisco Molina Sánchez, la vocación de maestro. De su madre, Ana Dolores Díaz, la humildad, la sencillez y la fe en Dios. Nació el 7 de julio de 1940, en Villanueva, la tierra de su madre, y allí vivió su primera infancia. Después se trasladó con su madre a Valledupar, terminó el ciclo de la primaria en la Escuela Parroquial y funge como acólito del sacerdote Vicente de Valencia, en la parroquia Inmaculada Concepción. El bachillerato lo inició en la Escuela Industrial, y en Barranquilla, en el Instituto Técnico Industrial, se graduó de bachiller en la especialidad de dibujo técnico (1964).
En Valledupar empieza su carrera docente, 1965, en el recién creado Colegio Ateneo El Rosario del pedagogo César Pompeyo Mendoza Hinojosa (ahí fui su alumno). En 1968 es nombrado profesor en el Instpecam, y siete años después es designado coordinador académico, jornada de la mañana. En 1976 fue nombrado profesor, jornada de la tarde, en el colegio Prudencia Daza, a los cinco años fue ascendido a coordinador académico. Con disciplina y responsabilidad, entendió que la docencia amerita actualización de conceptos y procesos, esto lo motiva a seguir estudiando: en la Universidad Javeriana termina la licenciatura en Administración Educativa (1992), y en la Universidad del Bosque, Especialización en docencia (1994).
El cariño, la amistad y el respeto fueron tributos de su personalidad. Escuchar sus opiniones era una cátedra pedagógica en el fortalecimiento de la disciplina, el estudio y el sentido de pertenencia por la institución. Con los estudiantes era un padre bondadoso, que los orientaba en el proyecto ético de vida y en el cumplimiento del Manual de Convivencia.
El pasado 20 de noviembre, una leve sonrisa brilló en sus ojos, antes de que su espíritu viajara al paraíso celestial. Dios le regaló la dicha de vivir 85 años, disfrutar de la lucidez mental y del cariño de su familia: su esposa, Marina Leonis Rincones; tres hijos y ocho nietos. Dos de sus hijos, Félix y Lorcy, son docentes; y Harold, ingeniero electrónico. Y de sus tres hijos menores: Breiner, Helman y José Félix, que tuvo con Genith Gutiérrez.
Por: José Atuesta Mindiola.





