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La Guajira: entre el esplendor y la realidad

Hace poco regresé al departamento de La Guajira y, aunque he estado pocas veces, cada visita me recuerda que nunca me cansaré de volver. Cada viaje me deslumbra: su sol radiante, sus arenas interminables, sus casas pintorescas, sus escenarios y, sobre todo, su música, esa que marca la parada en la tradición de mil historias […]

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Hace poco regresé al departamento de La Guajira y, aunque he estado pocas veces, cada visita me recuerda que nunca me cansaré de volver.

Cada viaje me deslumbra: su sol radiante, sus arenas interminables, sus casas pintorescas, sus escenarios y, sobre todo, su música, esa que marca la parada en la tradición de mil historias contadas.

La Guajira es una sorpresa constante. Su encanto y esplendor a veces no alcanzan para que su hermosa luna ilumine los obstáculos que este majestuoso departamento tiene en el camino. Recorriendo sus carreteras descubrí que el inhóspito desierto guarda vida, pero también dificultad; que, en las altas horas de la noche, la prudencia vale más que la libertad; que el comercio no se mueve solo; y, sin embargo, los buenos corazones aún persisten entre la adversidad.

La canción “La dama Guajira” del compositor Hernando Marín me acompañó durante el viaje, recordándome que este departamento es una moneda de dos caras: por un lado, la fantasía hecha realidad; por otro, el abandono estatal que la costumbre ha hecho tolerable. Sabiamente Marín lo dijo: mientras el carbón, el gas y la sal se van al extranjero, a los locales solo les queda la contemplación.

“Encabezando el mapa, cual pedestal representando a un reino” es la perfecta frase que podría describir si grandeza y su privilegio. Su gente nos recuerda que admirarla implica conocerla, y que conocerla revela su belleza entre tantas desigualdades; aun así, valorarla y cuidarla sigue siendo lo mejor que podemos hacer.

Por: Ana María Santos Murgas

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