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La belleza que nace de la selva

Uno de los viajes que más me ha marcado en la vida fue a Leticia, en el corazón del Amazonas. Aún puedo recordar ese momento en el avión cuando, al mirar por la ventana, descubrí un mar infinito de árboles. Una alfombra verde que se extendía más allá del horizonte, viva, indomable, casi mágica. Sentí una mezcla de asombro, pequeñez y gratitud.

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Uno de los viajes que más me ha marcado en la vida fue a Leticia, en el corazón del Amazonas. Aún puedo recordar ese momento en el avión cuando, al mirar por la ventana, descubrí un mar infinito de árboles. Una alfombra verde que se extendía más allá del horizonte, viva, indomable, casi mágica. Sentí una mezcla de asombro, pequeñez y gratitud. Era como si la tierra respirara con una fuerza propia, recordándonos que somos apenas una mínima parte de su grandeza.

El Amazonas tiene ese poder: el de despertar una conciencia dormida. Allí, la belleza no se mide en apariencias, sino en armonía. Es la belleza que brota de la vida misma, la que no necesita adornos porque su perfección está en el equilibrio. Es la sabiduría ancestral de los pueblos indígenas que aprendieron, desde hace siglos, a convivir con la selva sin pretender dominarla. Ellos saben que todo lo que se toma debe devolverse; que la tierra da, pero también enseña.

Esa filosofía, tan nuestra y tan olvidada a veces, ha comenzado a encontrar eco en el mundo moderno. En medio de una era de consumo rápido, hay marcas que se atreven a mirar hacia atrás, hacia lo esencial. Una de ellas es Natura, la firma brasileña que ha sabido traducir la riqueza del Amazonas en una experiencia de bienestar. No se trata solo de cosmética, sino de un diálogo entre la naturaleza y el ser humano.

Sus productos nacen de frutos como el açaí, la castaña, el maracuyá o el tukumã, ingredientes que crecen en las entrañas de la selva y que guardan en sí la energía de la tierra. Lo más valioso, sin embargo, no está solo en sus aromas o texturas, sino en el modo en que se obtienen: con respeto, con propósito, con la colaboración de comunidades que viven del bosque sin destruirlo. Es un modelo de economía regenerativa que demuestra que la belleza puede ser sostenible, consciente y justa.

Ahora, esa esencia del Amazonas cruza el océano y llega a España, donde la marca inicia su expansión. Su presencia no solo representa un logro comercial, sino un símbolo: el reconocimiento de que Latinoamérica tiene mucho que enseñar al mundo. Porque en nuestras tierras, la belleza siempre ha tenido alma. Está en las manos de nuestras abuelas que mezclaban aceites naturales, en los rituales de nuestras comunidades, en el saber que se transmite de generación en generación.

Ver una marca latinoamericana inspirada en esas raíces conquistar nuevos espacios emociona. Es un recordatorio de que lo que nace de nuestra tierra tiene fuerza universal. Que la sabiduría ancestral no es pasado, sino futuro. Que cuidar la piel y cuidar el planeta pueden ser la misma cosa.

Quizás por eso, cuando pienso en la palabra “belleza”, ya no la asocio solo con una imagen, sino con una actitud. Con el respeto por lo que nos rodea, con la conexión con lo esencial, con la capacidad de vivir en armonía. Porque la belleza, la verdadera, florece cuando se respeta la raíz.

Por: Brenda Barbosa.

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