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Óbito de una matrona

EL TINAJERO Por José Atuesta Mindiola Todos llevamos un cordón invisible amarrado a los pies, que en cualquier instante puede enredarse en los múltiples obstáculos del camino y lanzarnos  al insondable abismo de la muerte. Como todos amamos la vida, por eso casi nadie  habla de la muerte, y mucho menos de su propia muerte. […]

Óbito de una matrona

Óbito de una matrona

Por: José

@el_pilon

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EL TINAJERO

Por José Atuesta Mindiola

Todos llevamos un cordón invisible amarrado a los pies, que en cualquier instante puede enredarse en los múltiples obstáculos del camino y lanzarnos  al insondable abismo de la muerte.
Como todos amamos la vida, por eso casi nadie  habla de la muerte, y mucho menos de su propia muerte. Ella llega sin tocar la puerta, cabalgando silenciosa en el lomo oscuro de la noche o en la esquina iluminada  por los colores del día. Llega por el metal perdido de una mano ciega que dispara o por el alud que se desliza en el torrente del invierno, por las flamas de una terrible explosión o en las turbias aguas de una creciente.
Tantas son las formas inesperadas de la muerte, que a veces viene en las ruedas de los automóviles, independiente a la prisa de volver o  a  la lentitud del regreso. Nadie puede predecir la despedida de su cuerpo terrenal, porque un solo obstáculo alcanza para enredar el cordón invisible de los pies, tal como le sucedió el pasado 26 de septiembre a Ólfrida de Jesús Barrios Socarrás, cuando viajaba de regreso de Riohacha a Valledupar.
Ante la fatalidad de la pérdida de esta matrona querida, nos toca aferrarnos a la oración y evocar de manera permanente sus bellos recuerdos y las sublimes acciones de su periplo vital, para hacer  menos pesado el dolor de su ausencia corporal.
La espiritualidad de Ólfrida de Jesús se siente en cada rincón de la casa y está presente  en la memoria y en el corazón de todos los suyos y será difícil olvidarla, porque tuvo la  fortuna de amplificar el magnánimo sentimiento maternal, puesto que además de amar a sus seis hijos, amó como propios a sus sobrinos y a todos los hijos de su entrañable y adorado esposo, Manuel Francisco Rosado Gómez.
Ella fue una mujer cristiana, nacida en la población de Plato (Magdalena) y desde temprana edad llegó con sus padres a Valencia Jesús,  y en su época de mocedad piensa en el amor del distinguido valenciano Manuel Francisco, con quien se  traslada a Valledupar a construir el hermoso sueño de la familia. Aquí  nacen y crecen sus hijos (Edith, Víctor, Manuel, Martín, Osiris  y Álex),  y se gana el cariño y la amistad de sus nuevos familiares, de sus vecinos, de los amigos de sus hijos y de sus compañeros de trabajo en el Distrito de la Zona de Carretera de la ciudad, donde laboró por muchos años hasta obtener la pensión de jubilación.
Ya en la  edad septuagenaria disfrutaba del placer del descanso y de los viajes; su hija Osiris, la esposa del médico Rubén Sierra Deluque, solía ser su compañera en estos menesteres. En esta ocasión también le acompañaba su hermana  Leolfa, que vivía en San Ángel (Magdalena), para una integración familiar en Riohacha, en la casa de su cuñada, Francisca Rosado de Salas, con motivo de la visita de una hija de ésta que vive en los Estados Unidos.
De regreso de Riohacha, después de compartir felices la dicha del reencuentro familiar, sucede lo inesperado, un accidente fatal; al final cinco personas muertas,  entre ellas, Ólfrida y su hermana Olefa. Por fortuna, su hija Osiris ya se está recuperando.
Los que tuvimos la fortuna de conocer a Ólfrida, damos testimonio que fue una mujer premiada por Dios. Hizo realidad el sueño de ser madre  y  ser abuela. De vivir con serenidad, prudencia, honestidad, brindando afecto y ternura a  sus hijos, a sus nietos y demás familiares; fue una persona de fácil y agradable conversación. Su amabilidad no tuvo límites y sobre sus sienes en esplendor lucía la corona de extraordinaria anfitriona.

DECIMA DE LA SEMANA

Aún resuena en la memoria
un eco de campanario,
en este otro  aniversario
de la mujer que hizo historia,
y supo llenar de gloria
la música de este suelo,
y es la Cacica Consuelo
la Diosa de este folclor,
como estrella en esplendor
permanece en nuestro cielo.

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