Casi 20 años han pasado desde que Fabio Valencia Cossio, como presidente del Senado en el discurso de posesión de Andrés Pastrana, sentenciara a sus colegas congresistas con la doblemente incumplida frase, “o cambiamos o nos cambian”, en clara alusión a una potencial sanción democrática por la galería de vicios, mañas y zancadillas a la […]
Casi 20 años han pasado desde que Fabio Valencia Cossio, como presidente del Senado en el discurso de posesión de Andrés Pastrana, sentenciara a sus colegas congresistas con la doblemente incumplida frase, “o cambiamos o nos cambian”, en clara alusión a una potencial sanción democrática por la galería de vicios, mañas y zancadillas a la ley, que como endémicos fantasmas dominan los quicios del Congreso de la República.
Con muy contadas excepciones seguimos votando por lo mismo, así las caras cambien por sucesión familiar cuasi monárquica o por el cumplimiento de turnos políticos, como en una carrera de relevos con una credencial como testigo. Nuestra voluntad política ha sido inferior al rosario esquinero de críticas que olvidamos al momento de votar.
Afortunadamente la implementación de los acuerdos de Paz y del Estatuto de la Oposición fortalecerá el debate político, reconociendo a los partidos que quijotescamente han hecho esfuerzos por hacerse escuchar, en un mercenario espacio gravitado por el fundamentalismo político o por los intereses particulares, que casi siempre terminan al servicio del gobernante de turno y no del pueblo que los eligió.
Esta vez guardamos la esperanza de que sea diferente; esperamos una prolífica actividad parlamentaria, capaz de contagiar a anónimos congresistas que sin vocación pasan por el congreso sin darse cuenta de ello. El buen congresista no va a ser quien caliente la silla, incendie las masas con odio o protagonice escándalos de corrupción, sino quien lleve a las discusiones nacionales los problemas que aquejan los olvidados rincones que fungen de cantera de los grupos ilegales.
La oposición de hoy sabe que la disciplina y coherencia ideológica del Centro Democrático, capitalizó su opción de poder en la elección presidencial. También sabe que necesitan acompañar el silencio de los fusiles con buenas prácticas políticas, si se quiere derrotar la desesperanza que nos lleva a votar por los mismos. Su trabajo va a ser aplicado como en su momento lo hizo el expresidente Uribe y sus muchachos.
Es así que tendremos que acostumbrarnos a las excentricidades de Mockus, a los candentes debates de Petro, a las juiciosas ponencias de Robledo, a las opiniones de los exguerrilleros de las Farc y a cada manifestación democrática que los más conservadores quieren reprimir escudados en la inexistente solemnidad de un recinto, ya vulnerado mil veces por las non sanctas prácticas politiqueras.
La bancada de gobierno hará lo propio, su principal función será abrir paso a las iniciativas legislativas y mantener la armonía del matrimonio Duque-electores, pero como en tiempo de crisis es más fácil criticar que ejecutar, muy seguramente les va a tocar multiplicarse a pesar de contar con las ‘ayudas’ que brindará el ejercicio del poder.
Es cierto que no cambiaron ni los cambiamos, pero en la dinámica de hoy soñamos con una corporación activa y menos cuestionada, capaz de liderar y controlar políticamente los cambios que por fin favorezcan nuestro desarrollo. Así sea. Un abrazo.
Por Antonio María Araújo Calderón
[email protected]
@antoniomariaA
Casi 20 años han pasado desde que Fabio Valencia Cossio, como presidente del Senado en el discurso de posesión de Andrés Pastrana, sentenciara a sus colegas congresistas con la doblemente incumplida frase, “o cambiamos o nos cambian”, en clara alusión a una potencial sanción democrática por la galería de vicios, mañas y zancadillas a la […]
Casi 20 años han pasado desde que Fabio Valencia Cossio, como presidente del Senado en el discurso de posesión de Andrés Pastrana, sentenciara a sus colegas congresistas con la doblemente incumplida frase, “o cambiamos o nos cambian”, en clara alusión a una potencial sanción democrática por la galería de vicios, mañas y zancadillas a la ley, que como endémicos fantasmas dominan los quicios del Congreso de la República.
Con muy contadas excepciones seguimos votando por lo mismo, así las caras cambien por sucesión familiar cuasi monárquica o por el cumplimiento de turnos políticos, como en una carrera de relevos con una credencial como testigo. Nuestra voluntad política ha sido inferior al rosario esquinero de críticas que olvidamos al momento de votar.
Afortunadamente la implementación de los acuerdos de Paz y del Estatuto de la Oposición fortalecerá el debate político, reconociendo a los partidos que quijotescamente han hecho esfuerzos por hacerse escuchar, en un mercenario espacio gravitado por el fundamentalismo político o por los intereses particulares, que casi siempre terminan al servicio del gobernante de turno y no del pueblo que los eligió.
Esta vez guardamos la esperanza de que sea diferente; esperamos una prolífica actividad parlamentaria, capaz de contagiar a anónimos congresistas que sin vocación pasan por el congreso sin darse cuenta de ello. El buen congresista no va a ser quien caliente la silla, incendie las masas con odio o protagonice escándalos de corrupción, sino quien lleve a las discusiones nacionales los problemas que aquejan los olvidados rincones que fungen de cantera de los grupos ilegales.
La oposición de hoy sabe que la disciplina y coherencia ideológica del Centro Democrático, capitalizó su opción de poder en la elección presidencial. También sabe que necesitan acompañar el silencio de los fusiles con buenas prácticas políticas, si se quiere derrotar la desesperanza que nos lleva a votar por los mismos. Su trabajo va a ser aplicado como en su momento lo hizo el expresidente Uribe y sus muchachos.
Es así que tendremos que acostumbrarnos a las excentricidades de Mockus, a los candentes debates de Petro, a las juiciosas ponencias de Robledo, a las opiniones de los exguerrilleros de las Farc y a cada manifestación democrática que los más conservadores quieren reprimir escudados en la inexistente solemnidad de un recinto, ya vulnerado mil veces por las non sanctas prácticas politiqueras.
La bancada de gobierno hará lo propio, su principal función será abrir paso a las iniciativas legislativas y mantener la armonía del matrimonio Duque-electores, pero como en tiempo de crisis es más fácil criticar que ejecutar, muy seguramente les va a tocar multiplicarse a pesar de contar con las ‘ayudas’ que brindará el ejercicio del poder.
Es cierto que no cambiaron ni los cambiamos, pero en la dinámica de hoy soñamos con una corporación activa y menos cuestionada, capaz de liderar y controlar políticamente los cambios que por fin favorezcan nuestro desarrollo. Así sea. Un abrazo.
Por Antonio María Araújo Calderón
[email protected]
@antoniomariaA