Las declaraciones del representante a la Cámara, Ape Cuello, en el Concejo de Valledupar sobre la intervención de Emdupar merecen una total reflexión profunda y desapasionada, alejada de los discursos simplistas que ignoran la realidad estructural de la empresa.
No se trató de información o cifras distorsionada, sino de una crisis palpable que cada vallenato padecía en su diario vivir: un servicio de acueducto y alcantarillado ineficiente, con una administración negligente, indiferente, ineficiente y tarifas impuestas que, lejos de corresponderse con la calidad del servicio, parecían diseñadas con propósito para crucificar a los usuarios en lugar de beneficiarlos.
Durante años, la ciudadanía clamó y rogó por una solución a la ineficiencia administrativa y operativa de Emdupar. No fue una simple coyuntura producto de la pandemia lo que precipitó la intervención, sino un colapso anunciado -desde hace muchos años- que requería medidas de choque. La gestión de la empresa estaba marcada por una ausencia totalmente alarmante de planeación estratégica, un rezago en inversiones fundamentales y un modelo de recaudo que, con la participación de Radian, terminó por exacerbar la crisis en lugar de mitigarla.
Decir que no era necesaria la intervención de Emdupar es negar que la corrupción y la negligencia se habían tomado la empresa, afectando gravemente su estabilidad financiera y la calidad del servicio para los ciudadanos. ¿Cómo puede sostenerse que una empresa en estas condiciones no requería intervención? ¿Acaso la inacción habría sido una opción más responsable?
El agente interventor ha cumplido una labor titánica en la estabilización de Emdupar dentro de un contexto adverso. Su llegada no fue para perpetuar la crisis, sino para evitar que la empresa desapareciera en un mar de ineficiencia y deuda. La decisión del ex alcalde de Valledupar Mello Castro fue salomónica y más que entendible. El declive de Emdupar no se generó con la intervención; por el contrario, sin ella, el hundimiento hubiese sido aún más rápido y sin posibilidad de recuperación. Atribuir a la intervención la falta de inversiones ignora que la empresa venía de un estado financiero lamentable, donde la prioridad inicial no podía ser la ejecución de grandes proyectos, sino la recuperación de la viabilidad operativa. ¿No es más sensato reconocer el esfuerzo por estabilizar la empresa antes de exigir inversiones que, sin bases sólidas, solo serían paliativos temporales?
Es imperativo recordar que, antes de la intervención, la ciudadanía padecía las arbitrariedades de Radian, una empresa que implementó un esquema de recaudo agresivo sin mejorar la prestación del servicio. Hoy, aunque la situación no es la mejor o tal vez la más optima, los vallenatos no están sometidos a la misma desesperanza y atropello de aquellos años. Si bien es legítimo debatir sobre el futuro de Emdupar y exigir una hoja de ruta clara para su fortalecimiento, desconocer la función de la intervención y subestimar o trivializar sus efectos es un ejercicio de retórica política que no abona en la construcción de soluciones sostenibles. ¿Se trata de construir soluciones para el futuro o simplemente de buscar culpables en el presente? ¿Vamos a seguir centrándonos en el pasado de Emdupar o en la ruta para de una buena vez por todas se garantice su sostenibilidad futura?
El destino de Emdupar no debe estar sujeto a discursos efímeros ni a debates guiados por intereses particulares. Si algo nos ha enseñado su historia es que la indiferencia y la falta de planificación fueron las verdaderas responsables de su crisis. La intervención no fue un capricho, sino una necesidad impostergable para evitar su colapso definitivo.
Ahora, el desafío no es discutir si debió o no haberse intervenido, sino definir cómo se garantiza su sostenibilidad y eficiencia en el futuro. La crítica sin soluciones es estéril; la reflexión acompañada de acciones concretas es el único camino que merece transitarse. Porque lo que está en juego no es solo una empresa, sino el derecho de los vallenatos a recibir un servicio digno, eficiente y transparente.
Por Jesús Daza Castro










