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Columnista - 15 enero, 2022

Mis cuatro mamás

La historia es fascinante.

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En el mismo viaje a Europa del 2005, en el que conocí a mi mamá alemana, Dorotea, de quien les escribí la semana pasada, conocí a mi mamá belga: Jeanine. La historia es fascinante.

Poco antes de que terminara la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, Alemania, salí de ese país con otra amiga colombiana para conocer Bélgica, Holanda y Francia. La verdad difícilmente veía en ese momento opciones de volver a Europa y quería aprovechar unos días más antes de regresar a trabajar en Bogotá. 

El primer destino saliendo de Colonia era Bruselas, Bélgica. Ziegfried, mi papá alemán, nos había dicho que no le gastáramos mucho tiempo a Bruselas y más bien le dedicara más a Brujas. En principio así organizamos el viaje: un día en la capital de la Unión Europea, 3 días en Brujas y luego rumbo a Ámsterdam, Rotterdam, La Haya y Maastricht antes de tomar el tren a París.

Llegamos en tren a Bruselas y me acerqué al punto de atención al turista de la estación central. Allí pedí asesoría para conseguir un hotel en Brujas, a donde llegaría con mi amiga en la noche de ese día. Me dijeron que no me preocupara, que había suficientes habitaciones libres y que me recomendaban más bien llegar allá y elegir un hotel de mi gusto. Quedamos tranquilos y salimos a recorrer Bruselas. La ciudad nos encantó. El centro es hermoso, con plazoletas y edificios antiguos muy bien conservados, ese lugar huele a chocolate todo el tiempo, porque allí venden los waffles -gofres en Castellano- en varios lugares. Su sabor no tiene comparación.

Estuvimos en el museo de Tin Tín y caminamos al palacio real. Los jardines en sus alrededores eran hermosos. Comimos también papás fritas que compramos en un carrito en la calle; ¡espectaculares! Bruselas nos cautivó. Pasó el tiempo a mil, y cuando nos dimos cuenta ya estaba oscureciendo. Corrimos a la estación central para tomar el tren a Brujas. 

Cada país en Europa tiene su sistema de trenes y aunque son similares tienen sus particularidades. Yo tenía mis instrucciones a la mano para estar seguro de esperar el tren en el lugar correcto. Por nuestro bajo presupuesto teníamos unos tiquetes que no eran reembolsables y de perder el tren tendríamos que comprar otros. 

Una señora de unos 55 años, de pelo mono y que tenía una bufanda del Anderlecht -equipo de fútbol de Bruselas-, me vio tratando de asegurarme de estar en el lugar correcto, se me acercó amablemente, me preguntó si hablaba Inglés y que si necesitaba ayuda. Le dije que sí a ambas preguntas, me aclaró que estábamos en el lugar correcto y que ella tomaría el mismo tren pero se bajaría antes, en Gante. 

Quedamos muy tranquilos. Llegó el tren, nos subimos y nos sentamos frente a frente. Ahí me preguntó que si teníamos hotel en Brujas y simplemente le conté lo que me habían dicho en el punto de atención al turista, unas 10 horas antes. Me miró preocupada y me dijo que no era así, que ella hacía muy poco había estado allá y que la ciudad estaba a reventar. Casi me da un ataque, sé que me puse pálido porque ya me veía durmiendo en un parque. Ella cariñosamente me dijo: “…pero pueden quedarse en mi casa esta noche y mañana temprano los llevo a tomar el tren a Brujas; eso sí, deben comprar otro boleto para ese trayecto pero tienen dónde dormir esta noche.”

Mi amiga y yo quedamos atónitos. Cómo sería la cara que le hicimos a la señora, que luego nos dijo: “…pero no se preocupen, tranquilos, si no, no hay problema”. Esta señora que no sabía quiénes éramos y que nos acababa de conocer, nos ofrecía su casa, llevarnos allí, alimentarnos y cuidarnos. Increíble. Obviamente ambos aceptamos su ofrecimiento. 

Una hija de Jeanine la llamó mientras íbamos en el tren y le pareció una locura lo que estaba haciendo. Discutieron en Flamenco. Jeanine colgó molesta. Al ver que nada haría cambiar de parecer a su mamá, le avisó a los vecinos para que fueran a vernos y revisaran que todo estaba bien. Llegamos a Gante, tomamos el carro de Jeanine que estaba parqueado en la estación del tren y salimos para su casa. Una vez llegamos abrió una botella de champaña.

Continuará y vendrá la historia de mi cuarta mamá, la española…

Por Jorge Eduardo Ávila

Columnista
15 enero, 2022

Mis cuatro mamás

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jorge Eduardo Ávila

La historia es fascinante.


En el mismo viaje a Europa del 2005, en el que conocí a mi mamá alemana, Dorotea, de quien les escribí la semana pasada, conocí a mi mamá belga: Jeanine. La historia es fascinante.

Poco antes de que terminara la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, Alemania, salí de ese país con otra amiga colombiana para conocer Bélgica, Holanda y Francia. La verdad difícilmente veía en ese momento opciones de volver a Europa y quería aprovechar unos días más antes de regresar a trabajar en Bogotá. 

El primer destino saliendo de Colonia era Bruselas, Bélgica. Ziegfried, mi papá alemán, nos había dicho que no le gastáramos mucho tiempo a Bruselas y más bien le dedicara más a Brujas. En principio así organizamos el viaje: un día en la capital de la Unión Europea, 3 días en Brujas y luego rumbo a Ámsterdam, Rotterdam, La Haya y Maastricht antes de tomar el tren a París.

Llegamos en tren a Bruselas y me acerqué al punto de atención al turista de la estación central. Allí pedí asesoría para conseguir un hotel en Brujas, a donde llegaría con mi amiga en la noche de ese día. Me dijeron que no me preocupara, que había suficientes habitaciones libres y que me recomendaban más bien llegar allá y elegir un hotel de mi gusto. Quedamos tranquilos y salimos a recorrer Bruselas. La ciudad nos encantó. El centro es hermoso, con plazoletas y edificios antiguos muy bien conservados, ese lugar huele a chocolate todo el tiempo, porque allí venden los waffles -gofres en Castellano- en varios lugares. Su sabor no tiene comparación.

Estuvimos en el museo de Tin Tín y caminamos al palacio real. Los jardines en sus alrededores eran hermosos. Comimos también papás fritas que compramos en un carrito en la calle; ¡espectaculares! Bruselas nos cautivó. Pasó el tiempo a mil, y cuando nos dimos cuenta ya estaba oscureciendo. Corrimos a la estación central para tomar el tren a Brujas. 

Cada país en Europa tiene su sistema de trenes y aunque son similares tienen sus particularidades. Yo tenía mis instrucciones a la mano para estar seguro de esperar el tren en el lugar correcto. Por nuestro bajo presupuesto teníamos unos tiquetes que no eran reembolsables y de perder el tren tendríamos que comprar otros. 

Una señora de unos 55 años, de pelo mono y que tenía una bufanda del Anderlecht -equipo de fútbol de Bruselas-, me vio tratando de asegurarme de estar en el lugar correcto, se me acercó amablemente, me preguntó si hablaba Inglés y que si necesitaba ayuda. Le dije que sí a ambas preguntas, me aclaró que estábamos en el lugar correcto y que ella tomaría el mismo tren pero se bajaría antes, en Gante. 

Quedamos muy tranquilos. Llegó el tren, nos subimos y nos sentamos frente a frente. Ahí me preguntó que si teníamos hotel en Brujas y simplemente le conté lo que me habían dicho en el punto de atención al turista, unas 10 horas antes. Me miró preocupada y me dijo que no era así, que ella hacía muy poco había estado allá y que la ciudad estaba a reventar. Casi me da un ataque, sé que me puse pálido porque ya me veía durmiendo en un parque. Ella cariñosamente me dijo: “…pero pueden quedarse en mi casa esta noche y mañana temprano los llevo a tomar el tren a Brujas; eso sí, deben comprar otro boleto para ese trayecto pero tienen dónde dormir esta noche.”

Mi amiga y yo quedamos atónitos. Cómo sería la cara que le hicimos a la señora, que luego nos dijo: “…pero no se preocupen, tranquilos, si no, no hay problema”. Esta señora que no sabía quiénes éramos y que nos acababa de conocer, nos ofrecía su casa, llevarnos allí, alimentarnos y cuidarnos. Increíble. Obviamente ambos aceptamos su ofrecimiento. 

Una hija de Jeanine la llamó mientras íbamos en el tren y le pareció una locura lo que estaba haciendo. Discutieron en Flamenco. Jeanine colgó molesta. Al ver que nada haría cambiar de parecer a su mamá, le avisó a los vecinos para que fueran a vernos y revisaran que todo estaba bien. Llegamos a Gante, tomamos el carro de Jeanine que estaba parqueado en la estación del tren y salimos para su casa. Una vez llegamos abrió una botella de champaña.

Continuará y vendrá la historia de mi cuarta mamá, la española…

Por Jorge Eduardo Ávila