La doctora Gutiérrez era la Jefe del departamento comercial de la empresa, economista encantadora, cabello finamente cuidado, vestidos costosos de última moda, perfumes exquisitos y pecho dormido.
Por Leonardo José Maya
La doctora Gutiérrez era la Jefe del departamento comercial de la empresa, economista encantadora, cabello finamente cuidado, vestidos costosos de última moda, perfumes exquisitos y pecho dormido.
Fello el mensajero, vivía en el barrio obrero, andaba en motocicleta, cabello engominado y gafas de aviador. Una mañana de mayo se apareció con una rosa espléndida que le enviaba un señor desconocido, aparentemente era un tipo distinguido, de auto lujoso y lenguaje excelso.
Después le llevaba poemas hermosos que hablaban de amores imposibles, ella los leía entusiasmada con el admirador desconocido y los ansiaba con desespero.
Por sus versos de encanto llegó a imaginárselo apuesto, elegante y de finos modales. Este es mi hombre ideal –pensaba- hasta parece que me conociera. Comenzó a vivir la nueva ilusión. Su closet se llenó de elegantes vestidos nuevos, cambió su vehículo por uno de mejor gama y comenzó a interesarse en escritores y poetas. Estaba preparada para recibir a su hombre ideal, las rosas y poemas continuaban llegando, nadie hasta ese momento le había escrito frases tan hermosas y sentidas.
Definitivamente estaba enamorada, en ciertos días difíciles mandaba al mensajero a que buscara al pretendiente desconocido, el salía, con equivocado entusiasmo, a recorrer la ciudad y al poco rato regresaba con frescos poemas nuevos que le elevaban el ánimo y le alegraban la vida, ella estaba decidida, solo esperaba conocer al hombre de sus delirios. Así transcurrieron varios meses.
Un sábado de octubre, en una fiesta de la empresa se embriagaron todos. En la madrugada, ella buscó a Fello y le pidió con insistencia que le dijera quien era el admirador secreto, él se negaba con evasivas etéreas: le pidió que viviera su ilusión
– Es lo mejor -le dijo- es el único paraíso que existe, la magia está en saber cómo lo alcanzas, porque siempre la ilusión es mucho más grande que la realidad.
Ella no entendía nada, presionó de nuevo y otra vez le hizo el quite.
– No insista – le dijo- ¿no ve que los únicos que viven realmente el amor son aquellos que aman a personas que no serán para ellos?
Ella insistió de nuevo y él le habló esta vez con la sinceridad del que sabe que morirá al amanecer.
– Tengo el presentimiento -dijo – que el recuerdo de ese hombre la perseguirá por siempre.
En el horizonte despuntaba el día, ya se disipaban lentamente las brumas de la mañana. Ella seguía insistiendo y se obstinó tanto que él no tuvo otra salida. Decidió salir de la penumbra y le reveló su gran verdad. Era él quien enviaba las flores y escribía los poemas.
Ella, mareada por la impresión descomunal, se sintió confundida, al borde de un precipicio, como desprovista de voluntad, dejó avanzar el inesperado momento siempre atenta a los cambios repentinos: lloraron juntos, se abrazaron y hasta se dieron besitos nuevos en los ojos, por un instante él tuvo la vívida sospecha de que era amor… Ella estaba conmocionada, lloró con él, pero mantuvo sus impulsos ordenados y al final… no se quedó.
El lunes siguiente el espejismo terminó. Lo citó a su lujosa oficina.
_ No puedo amarte, le dijo.
No lo encontró desprevenido. Él esperaba el veneno de la realidad, sabido de que había llegado a donde ni siquiera el amor se atreve.
Sobre su escritorio reposaba un verso sencillo, escrito a mano en papel corriente que había recibido la tarde del último viernes.
Si supieras que te miro, te escucho, te sueño,
Sé que existes, que suspiras, que esperas
Mientras yo te encuentro en las rosas, en el viento, en los versos fluidos.
¿Vendrán tus parpados a disipar tu ausencia?
Te espero y al final solo viene la mañana, tan inmensa sin ti
Hay veces que sueño mentiras para ocultar mis verdades
Pero te juro que cruzaría la tierra preguntando si vendrás
O si me dejarás esperándote por siempre…
Era un poeta. Ella lo supo mucho tiempo después, cuando él -evidentemente- se le convirtió en el recuerdo persistente de lo que nunca fue y aún anhela, un hombre capaz de llevarla a las fronteras del delirio donde la había llevado el mensajero del amor.
La doctora Gutiérrez era la Jefe del departamento comercial de la empresa, economista encantadora, cabello finamente cuidado, vestidos costosos de última moda, perfumes exquisitos y pecho dormido.
Por Leonardo José Maya
La doctora Gutiérrez era la Jefe del departamento comercial de la empresa, economista encantadora, cabello finamente cuidado, vestidos costosos de última moda, perfumes exquisitos y pecho dormido.
Fello el mensajero, vivía en el barrio obrero, andaba en motocicleta, cabello engominado y gafas de aviador. Una mañana de mayo se apareció con una rosa espléndida que le enviaba un señor desconocido, aparentemente era un tipo distinguido, de auto lujoso y lenguaje excelso.
Después le llevaba poemas hermosos que hablaban de amores imposibles, ella los leía entusiasmada con el admirador desconocido y los ansiaba con desespero.
Por sus versos de encanto llegó a imaginárselo apuesto, elegante y de finos modales. Este es mi hombre ideal –pensaba- hasta parece que me conociera. Comenzó a vivir la nueva ilusión. Su closet se llenó de elegantes vestidos nuevos, cambió su vehículo por uno de mejor gama y comenzó a interesarse en escritores y poetas. Estaba preparada para recibir a su hombre ideal, las rosas y poemas continuaban llegando, nadie hasta ese momento le había escrito frases tan hermosas y sentidas.
Definitivamente estaba enamorada, en ciertos días difíciles mandaba al mensajero a que buscara al pretendiente desconocido, el salía, con equivocado entusiasmo, a recorrer la ciudad y al poco rato regresaba con frescos poemas nuevos que le elevaban el ánimo y le alegraban la vida, ella estaba decidida, solo esperaba conocer al hombre de sus delirios. Así transcurrieron varios meses.
Un sábado de octubre, en una fiesta de la empresa se embriagaron todos. En la madrugada, ella buscó a Fello y le pidió con insistencia que le dijera quien era el admirador secreto, él se negaba con evasivas etéreas: le pidió que viviera su ilusión
– Es lo mejor -le dijo- es el único paraíso que existe, la magia está en saber cómo lo alcanzas, porque siempre la ilusión es mucho más grande que la realidad.
Ella no entendía nada, presionó de nuevo y otra vez le hizo el quite.
– No insista – le dijo- ¿no ve que los únicos que viven realmente el amor son aquellos que aman a personas que no serán para ellos?
Ella insistió de nuevo y él le habló esta vez con la sinceridad del que sabe que morirá al amanecer.
– Tengo el presentimiento -dijo – que el recuerdo de ese hombre la perseguirá por siempre.
En el horizonte despuntaba el día, ya se disipaban lentamente las brumas de la mañana. Ella seguía insistiendo y se obstinó tanto que él no tuvo otra salida. Decidió salir de la penumbra y le reveló su gran verdad. Era él quien enviaba las flores y escribía los poemas.
Ella, mareada por la impresión descomunal, se sintió confundida, al borde de un precipicio, como desprovista de voluntad, dejó avanzar el inesperado momento siempre atenta a los cambios repentinos: lloraron juntos, se abrazaron y hasta se dieron besitos nuevos en los ojos, por un instante él tuvo la vívida sospecha de que era amor… Ella estaba conmocionada, lloró con él, pero mantuvo sus impulsos ordenados y al final… no se quedó.
El lunes siguiente el espejismo terminó. Lo citó a su lujosa oficina.
_ No puedo amarte, le dijo.
No lo encontró desprevenido. Él esperaba el veneno de la realidad, sabido de que había llegado a donde ni siquiera el amor se atreve.
Sobre su escritorio reposaba un verso sencillo, escrito a mano en papel corriente que había recibido la tarde del último viernes.
Si supieras que te miro, te escucho, te sueño,
Sé que existes, que suspiras, que esperas
Mientras yo te encuentro en las rosas, en el viento, en los versos fluidos.
¿Vendrán tus parpados a disipar tu ausencia?
Te espero y al final solo viene la mañana, tan inmensa sin ti
Hay veces que sueño mentiras para ocultar mis verdades
Pero te juro que cruzaría la tierra preguntando si vendrás
O si me dejarás esperándote por siempre…
Era un poeta. Ella lo supo mucho tiempo después, cuando él -evidentemente- se le convirtió en el recuerdo persistente de lo que nunca fue y aún anhela, un hombre capaz de llevarla a las fronteras del delirio donde la había llevado el mensajero del amor.