Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 17 mayo, 2010

Los Judas de la patria

Por: José Atuesta Mindiola ¡Patria! te adoro en mi silencio mudo, así cantaba el poeta Miguel Antonio Caro en el año 1843: ¡Patria! Te adoro en mi silencio mudo, y temo profanar tu nombre santo. Por ti he gozado y padecido tanto cuanta lengua mortal decir no pudo. Este canto es un arquetipo del amor […]

Boton Wpp

Por: José Atuesta Mindiola
¡Patria! te adoro en mi silencio mudo, así cantaba el poeta Miguel Antonio Caro en el año 1843:


¡Patria! Te adoro en mi silencio mudo,
y temo profanar tu nombre santo.
Por ti he gozado y padecido tanto
cuanta lengua mortal decir no pudo.

Este canto es un arquetipo del amor que toda persona debe tener por su patria. La patria es sagrada, es territorio y territorialidad que da identidad ciudadana. Es la madre geográfica, terrenal y cultural que desarrolla el perfil personal y colectivo. El amor que siente un ciudadano por su patria es recíproco al amor de la patria por sus hijos.
La patria representada  por el Estado para demostrar amor por sus hijos, debe cumplir fielmente los preceptos constitucionales, como garantizar el derecho a la protección y al desarrollo de la vida en condiciones dignas, el derecho  a la educación, al trabajo, el derecho a disfrutar de un ambiente sano,  de la salud, de la movilidad, de la recreación y el deporte, y el derecho a expresarse libremente, y a elegir y ser elegido.
El respeto por la Constitución, Leyes, Decretos y demás normas legales es un compromiso ciudadano; es la lógica natural, pero infortunadamente existe la incultura del desacato. Todavía un alto porcentaje de los ciudadanos en Colombia no cumple a cabalidad con las normas establecidas; una de las razones que motiva este mal comportamiento es porque muchos  miembros  activos del gobierno, que desde sus funciones deben ser ejemplos en obediencia y defensa de la legalidad de las normas, son los primeros en quebrantarlas.
Tal parece que muchos ciudadanos vivieran sumergidos en la paradoja del triunfador, y consideran que la  distancia más larga entre dos puntos es la línea recta, por eso sesgan la ruta, se diluyen en la sombra, bifurcan el camino, se salpican de légamo: sus designios son llegar primero; no importa que las efímeras banderas flamantes de victorias  se deslicen a indomables abismos.
El que quebranta las normas es un traidor. Al leer o escuchar el termino traidor, la relación mental es inevitable con el nombre de  Judas Iscariote, que es para los cristianos el símbolo de la traición. El mayor traidor de la historia de la humanidad; su sólo nombre evoca falsedad, porque delató a Jesucristo por unas monedas de plata. En la historia de Colombia, el nombre del presidente José Manuel Marroquín encabeza la lista  de los traidores de la patria, porque durante su gobierno vendió a Panamá en 1903, que en ese entonces era un departamento del país, y ante la crítica de un periodista, respondió: “en vez de criticarme, deben felicitarme, porque recibí un país y final de mi mandato entrego dos”.
Los traidores de la patria son los que no cumplen a cabalidad con las funciones legales de su trabajo y quebrantan las normas de convivencia humana.  No sólo es traidor quien va al exterior a difamar de la patria, también lo es quien se apropia de los dineros públicos o viola los principios de economía y trasparencia.  El funcionario que no cumpla con la ética del juramento de su trabajo es un traidor.  El gobernante que patrocina la corrupción, que infringe sistemáticamente las leyes, que pone sus intereses particulares sobre los generales, es un traidor.  Los que impiden que haya pluralidad ideológica y proyectan el  cambio de la Constitución a su acomodo para eternizarse en el poder, son traidores de la patria.
Son traidores de la patria quienes se proclaman defensores de la justicia y de la paz, y violan los principios fundamentales de la vida y acometen actos terroristas. Los que autorizan las desviaciones de los ríos, las talas indiscriminadas de bosques, las contaminaciones del ambiente y participan de los negocios de la guerra. Son traidores de la patria  y de la vida  los que todavía piensan en las armas  como única forma de reconstruir la democracia.

Columnista
17 mayo, 2010

Los Judas de la patria

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

Por: José Atuesta Mindiola ¡Patria! te adoro en mi silencio mudo, así cantaba el poeta Miguel Antonio Caro en el año 1843: ¡Patria! Te adoro en mi silencio mudo, y temo profanar tu nombre santo. Por ti he gozado y padecido tanto cuanta lengua mortal decir no pudo. Este canto es un arquetipo del amor […]


Por: José Atuesta Mindiola
¡Patria! te adoro en mi silencio mudo, así cantaba el poeta Miguel Antonio Caro en el año 1843:


¡Patria! Te adoro en mi silencio mudo,
y temo profanar tu nombre santo.
Por ti he gozado y padecido tanto
cuanta lengua mortal decir no pudo.

Este canto es un arquetipo del amor que toda persona debe tener por su patria. La patria es sagrada, es territorio y territorialidad que da identidad ciudadana. Es la madre geográfica, terrenal y cultural que desarrolla el perfil personal y colectivo. El amor que siente un ciudadano por su patria es recíproco al amor de la patria por sus hijos.
La patria representada  por el Estado para demostrar amor por sus hijos, debe cumplir fielmente los preceptos constitucionales, como garantizar el derecho a la protección y al desarrollo de la vida en condiciones dignas, el derecho  a la educación, al trabajo, el derecho a disfrutar de un ambiente sano,  de la salud, de la movilidad, de la recreación y el deporte, y el derecho a expresarse libremente, y a elegir y ser elegido.
El respeto por la Constitución, Leyes, Decretos y demás normas legales es un compromiso ciudadano; es la lógica natural, pero infortunadamente existe la incultura del desacato. Todavía un alto porcentaje de los ciudadanos en Colombia no cumple a cabalidad con las normas establecidas; una de las razones que motiva este mal comportamiento es porque muchos  miembros  activos del gobierno, que desde sus funciones deben ser ejemplos en obediencia y defensa de la legalidad de las normas, son los primeros en quebrantarlas.
Tal parece que muchos ciudadanos vivieran sumergidos en la paradoja del triunfador, y consideran que la  distancia más larga entre dos puntos es la línea recta, por eso sesgan la ruta, se diluyen en la sombra, bifurcan el camino, se salpican de légamo: sus designios son llegar primero; no importa que las efímeras banderas flamantes de victorias  se deslicen a indomables abismos.
El que quebranta las normas es un traidor. Al leer o escuchar el termino traidor, la relación mental es inevitable con el nombre de  Judas Iscariote, que es para los cristianos el símbolo de la traición. El mayor traidor de la historia de la humanidad; su sólo nombre evoca falsedad, porque delató a Jesucristo por unas monedas de plata. En la historia de Colombia, el nombre del presidente José Manuel Marroquín encabeza la lista  de los traidores de la patria, porque durante su gobierno vendió a Panamá en 1903, que en ese entonces era un departamento del país, y ante la crítica de un periodista, respondió: “en vez de criticarme, deben felicitarme, porque recibí un país y final de mi mandato entrego dos”.
Los traidores de la patria son los que no cumplen a cabalidad con las funciones legales de su trabajo y quebrantan las normas de convivencia humana.  No sólo es traidor quien va al exterior a difamar de la patria, también lo es quien se apropia de los dineros públicos o viola los principios de economía y trasparencia.  El funcionario que no cumpla con la ética del juramento de su trabajo es un traidor.  El gobernante que patrocina la corrupción, que infringe sistemáticamente las leyes, que pone sus intereses particulares sobre los generales, es un traidor.  Los que impiden que haya pluralidad ideológica y proyectan el  cambio de la Constitución a su acomodo para eternizarse en el poder, son traidores de la patria.
Son traidores de la patria quienes se proclaman defensores de la justicia y de la paz, y violan los principios fundamentales de la vida y acometen actos terroristas. Los que autorizan las desviaciones de los ríos, las talas indiscriminadas de bosques, las contaminaciones del ambiente y participan de los negocios de la guerra. Son traidores de la patria  y de la vida  los que todavía piensan en las armas  como única forma de reconstruir la democracia.