Para los creyentes en Cristo, la Santa Biblia es la Palabra de Dios escrita que viene a nosotros en lenguaje humano. En cambio, quienes no creen ven simplemente un libro de literatura religiosa lleno de contradicciones. Sin embargo, querido amigo Hugo Mendoza, no basta leer y citar textos por citar sin conocer por lo […]
Para los creyentes en Cristo, la Santa Biblia es la Palabra de Dios escrita que viene a nosotros en lenguaje humano. En cambio, quienes no creen ven simplemente un libro de literatura religiosa lleno de contradicciones. Sin embargo, querido amigo Hugo Mendoza, no basta leer y citar textos por citar sin conocer por lo menos tres contextos fundamentales para su correcta interpretación: la historia, literatura y teología o sentido espiritual determinado. Porque si tratamos a la Biblia como un manual para sacar respuestas puntuales, casi a las medidas de las necesidades apremiantes del momento, estaríamos siempre cometiendo un error en la exégesis, hermenéutica o sencillamente interpretación del pasaje bíblico citado.
También a Jesús, Nuestro Señor y Maestro, los fariseos amantes de las leyes le citaron diversos pasajes del Antiguo Testamento, como por ejemplo, que no se debía hacer nada el sábado, pero erraban en su interpretación, porque subordinaron la persona humana y su dignidad al cumplimiento cegado de las leyes dadas por el mismo Dios, a lo que Jesús responde diciendo que Él es Señor del sábado, mostrando así que la Ley Suprema es el amor. (Cf. Mt 12, 1-14)
En mi columna anterior, solo cité un texto bíblico: “Dichosos o Felices los que trabajan por paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9), con el ánimo de llamar a la conciliación al amigo y colega columnista. Este sigue siendo mi objetivo ante sus palabras. Usted vía WhatsApp, me dice: “El martes le contesto al Padre Camilo, perdón al Padre Juanka…”.
Veo que al llamarme Padre Camilo y después Padre Juank, desde la metonimia puedo captar que me dijo prácticamente cura guerrillero. Esta es, pues, una triste realidad de nuestra amada Colombia, cuando alguien opina diferente o reclama ante una injusticia histórica, ya es sinónimo de guerrillero. Me imagino lo mismo dirían de Jesús si viviera en nuestros tiempos al denunciar actitudes inadmisibles de quienes detentan el poder. Muchos han tratado de usar a Jesús como guerrillero para defender su causa armada en favor de la liberación y es un gran error teológico. Porque la verdadera revolución de Jesús es la del amor, esta fue su única arma, esa que inspiró al mismo Gandhi, a Martin Luther King, Nelson Mandela y tantos otros a lo largo de la historia en la búsqueda de la paz a través de la no violencia.
No violencia en ninguna de sus manifestaciones, ni en pensamientos, palabras y mucho menos acciones. Al hablar de “la fuerza de las palabras” supongo que dicha presentación va dirigida no solo a mí, sino también al amigo Aponte, pues sus palabras jocosas las consideré con mucha fuerza, además de inapropiadas, por eso mi respuesta en la columna anterior que algunos lectores de EL PILÓN no conocen, pues fue publicada en dos medios distintos a él.
Somos personas con posturas diversas, pero lo más maravilloso es que podemos vivir en paz, porque vivir es convivir. Deseo que nuestras opiniones distintas en los extremos, coincidentes en el centro, animen a otros en la principal necesidad de Colombia: retomar la senda de la paz. Esa paz, estable y duradera, no romántica y etérea, que requiere: verdad, justicia, reparación y no repetición. Ella es una promesa de Dios a la humanidad, que solo reside en el corazón que la acoge y coopera libremente: “Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón. La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra; la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan” (Salmo 84, 9-11). Vale la pena recordar que corazón en la Biblia designa el mundo interior del ser humano. Por eso, con más razón se deben cuidar las palabras y argumentos al hablar, no es suficiente decir las cosas, hay que saber decirlas, como ha enseñado Jesús: “Lo que rebosa el corazón, habla la boca” (Lc 6, 45).
Para los creyentes en Cristo, la Santa Biblia es la Palabra de Dios escrita que viene a nosotros en lenguaje humano. En cambio, quienes no creen ven simplemente un libro de literatura religiosa lleno de contradicciones. Sin embargo, querido amigo Hugo Mendoza, no basta leer y citar textos por citar sin conocer por lo […]
Para los creyentes en Cristo, la Santa Biblia es la Palabra de Dios escrita que viene a nosotros en lenguaje humano. En cambio, quienes no creen ven simplemente un libro de literatura religiosa lleno de contradicciones. Sin embargo, querido amigo Hugo Mendoza, no basta leer y citar textos por citar sin conocer por lo menos tres contextos fundamentales para su correcta interpretación: la historia, literatura y teología o sentido espiritual determinado. Porque si tratamos a la Biblia como un manual para sacar respuestas puntuales, casi a las medidas de las necesidades apremiantes del momento, estaríamos siempre cometiendo un error en la exégesis, hermenéutica o sencillamente interpretación del pasaje bíblico citado.
También a Jesús, Nuestro Señor y Maestro, los fariseos amantes de las leyes le citaron diversos pasajes del Antiguo Testamento, como por ejemplo, que no se debía hacer nada el sábado, pero erraban en su interpretación, porque subordinaron la persona humana y su dignidad al cumplimiento cegado de las leyes dadas por el mismo Dios, a lo que Jesús responde diciendo que Él es Señor del sábado, mostrando así que la Ley Suprema es el amor. (Cf. Mt 12, 1-14)
En mi columna anterior, solo cité un texto bíblico: “Dichosos o Felices los que trabajan por paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9), con el ánimo de llamar a la conciliación al amigo y colega columnista. Este sigue siendo mi objetivo ante sus palabras. Usted vía WhatsApp, me dice: “El martes le contesto al Padre Camilo, perdón al Padre Juanka…”.
Veo que al llamarme Padre Camilo y después Padre Juank, desde la metonimia puedo captar que me dijo prácticamente cura guerrillero. Esta es, pues, una triste realidad de nuestra amada Colombia, cuando alguien opina diferente o reclama ante una injusticia histórica, ya es sinónimo de guerrillero. Me imagino lo mismo dirían de Jesús si viviera en nuestros tiempos al denunciar actitudes inadmisibles de quienes detentan el poder. Muchos han tratado de usar a Jesús como guerrillero para defender su causa armada en favor de la liberación y es un gran error teológico. Porque la verdadera revolución de Jesús es la del amor, esta fue su única arma, esa que inspiró al mismo Gandhi, a Martin Luther King, Nelson Mandela y tantos otros a lo largo de la historia en la búsqueda de la paz a través de la no violencia.
No violencia en ninguna de sus manifestaciones, ni en pensamientos, palabras y mucho menos acciones. Al hablar de “la fuerza de las palabras” supongo que dicha presentación va dirigida no solo a mí, sino también al amigo Aponte, pues sus palabras jocosas las consideré con mucha fuerza, además de inapropiadas, por eso mi respuesta en la columna anterior que algunos lectores de EL PILÓN no conocen, pues fue publicada en dos medios distintos a él.
Somos personas con posturas diversas, pero lo más maravilloso es que podemos vivir en paz, porque vivir es convivir. Deseo que nuestras opiniones distintas en los extremos, coincidentes en el centro, animen a otros en la principal necesidad de Colombia: retomar la senda de la paz. Esa paz, estable y duradera, no romántica y etérea, que requiere: verdad, justicia, reparación y no repetición. Ella es una promesa de Dios a la humanidad, que solo reside en el corazón que la acoge y coopera libremente: “Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón. La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra; la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan” (Salmo 84, 9-11). Vale la pena recordar que corazón en la Biblia designa el mundo interior del ser humano. Por eso, con más razón se deben cuidar las palabras y argumentos al hablar, no es suficiente decir las cosas, hay que saber decirlas, como ha enseñado Jesús: “Lo que rebosa el corazón, habla la boca” (Lc 6, 45).