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Las omisiones

Eso de escribir relacionando nombres es una labor delicada en este oficio, pues involuntariamente se cometen omisiones que crean situaciones muy desagradables.

Las omisiones

Las omisiones

Por: José M.

@el_pilon

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Eso de escribir relacionando nombres es una labor delicada en este oficio, pues involuntariamente se cometen omisiones que crean situaciones muy desagradables.

Hace más de 25 años se casó mi adorada hija “Meche” con el mejor cachaco del mundo, Juan Pablo Guzmán, y duramos muchas horas haciendo la lista de invitados: yo agregando, y Mercy y María Luisa tachando, hasta que por fin terminamos y mandamos a hacer las tarjetas, que yo, escondido, aumenté en número, pues también las envié a escondidas a los “tachados”, ya que sabía que no asistirían por múltiples razones, entre ellas el temible esmoquin.

Se casaron y no hubo sorpresas, no fallé, pero algunos mandaron regalos y tuve que confesar lo que había hecho. No pasó nada grave, una braviadita, y nada más.

El lunes siguiente tuve que llevar el bloque de un tractor donde Joaquín Pérez, el pionero de la rectificación en esta ciudad, el famoso y siempre recordado “Joaco”, mi compañero de parrandas y cómplice de mis amores con Mercy, y cuando me vio, ¡pa qué fue aquello!, colorao y descompuesto se me vino encima y me dijo: “Desagradecido, buen ron, buena comida y música les di en mi casa, que es tuya, y tuviste la cáscara de no invitarme al matrimonio. Julia y yo estamos aterrados”. 

No tuve argumentos de defensa, porque Joaco tenía toda la razón. Resulta y pasa, como dicen “argunos”, que don Hernando Morón Canales, mi inolvidable suegro, no podía verme ni en pintura, y tenía toda la razón, lo que me obligaba a verme a escondidas con Mercy en todo el vecindario, pero especialmente donde César Gómez, quien ya había casado a mi cuñada Gladys con el Negro Morón, con el concurso de su elegante e inolvidable señora Yolanda Valle. Lo mismo hacía Joaco Pérez y Julia, y terminábamos donde Encha, una sobrina de don Hernando que nos quería mucho y vendía paletas e insuperable chicha. En las noches íbamos a cine al Cesar y al San Jorge, hasta que un día, así como es ella, me dijo: “O nos casamos el 1.º de mayo o te dejo”, y hoy, 54 años después, me siento realizado, con hijos y nietos. Le pido a Dios que me dé la dicha de ver mi primer biznieto, y por eso vivo acosando a mi bella, brillante e inteligente nieta Sofy, para que se case rápido y gozar de esa grata experiencia. 

En mi columna anterior recordé y cité muchos nombres, pero omití muchísimos, y ahora, a cualquier hora del día o de la noche, me reclaman en forma airada mi olvido. Los primeros fueron mis primos urumiteros: Chayo, Clarita, Chálalo y Armando Aponte López; después, Vavo y Colacho Manjarrez, Lucho y Raúl Lacouture, Nando Ariza y mi prima Nina, desde San Juan. Semejante vaciada me pegó mi compadre Armando León Quintero, desde Codazzi, al igual que Napoleón y El Pollo Pinto Ávila, y mis primos Acha, El Macho y El Papi Celedón, Lucho Puñaleto y Joaco Manjarrez. 

No se quedaron atrás Efraín, Rodrigo, El Zombi y Alberto Dangond, desde Barranquilla, donde tampoco se quedaron callados Armando Cuello y la bella María Elisa, los primos Gonzalo y Celina Martínez, y mis tíos Alcides, Galeano, Alberto, Panchita, Alicia y Lucila Martínez Calderón; mis también tíos Lucho y Picho Martínez. Y no podían faltar la Perra Negra, el inolvidable Carlos Carrillo, con Siete Brincos, mi gran amigo Álvaro Mazeneth, desde Santa Marta, y ¡pa’ qué fue aquello!: los pacíficos se alborotaron, con mi inolvidable concuñado El Negro Morón a la cabeza; sus hermanos, Pedro Andrés, Ovidio y Ubaldo Torres, El Popi Aarón, Armando Cotes, Juan Carlos, Piter, Juancho y don Pedro Olivella, Mano Teo, Diógenes Pérez, Hugues, Elver y Julio Araujo, José Carlos, Efraín y Hernán Morón Cotes, Jorge Oñate y Jesualdo y Gustavo Gnecco; mi cuñada Fanny Morón y sus hermanas María Teresa y Amanda, Luisa y Delfina Oñate, y Gabelo Oñate

¿Será que continúo? Porque me faltan muchísimos del Valle, Riohacha, La Jagua, San Diego, Guacoche, Patillal, y especialmente El Molino y Villanueva, cunas de las familias Aponte y Martínez. ¿Y cómo se me va a olvidar el gran Toño Sagbini, el esposo de mi hermana Tere, que tantos servicios nos prestaba a cualquier hora del día o de la noche? 

Por: José Manuel Aponte Martínez.

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