En Colombia se han implementado normas que regulan el proceso de producción, insumos y calidad de los productos ecológicos, por lo que el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural ha creado el sello “Alimento ecológico”, con un manejo de estas prácticas que deben ser sostenibles hasta el consumidor final. Sin embargo, muchas veces no se cumplen.
Hoy en día, la humanidad está azotada por modernas calamidades que surgen de la industria alimentaria y de las economías familiares que, tal vez por ignorancia, consumen el “combustible interno” sin reflexionar sobre el impacto que este tiene sobre sus cuerpos. Todo inicia con el consumo incorrecto de grasas de aceites desnaturalizados (refinados), procedentes de cultivos genéticamente modificados como algodón, girasol, maíz y soya, resistentes a plagas por contener moléculas de una bacteria que controla larvas de lepidópteros. Así mismo, contienen moléculas de glifosato, herbicida que ha sido polémico por su efecto cancerígeno. De estos cultivos se extraen aceites con solventes químicos derivados del petróleo como el hexano o gasolina, además de blanqueadores y desodorizadores que eliminan al final los ácidos grasos esenciales, volviéndolos grasas trans y destruyendo enzimas, vitaminas y minerales.
El resultado final es un aceite muerto, con nefastas consecuencias para la salud del organismo humano. Peor aún sucede con las margarinas, que se obtienen calentando por segunda vez el aceite vegetal hasta los 180 grados centígrados, aplicando átomos de hidrógeno y níquel hasta endurecerlo. Es un producto cuya incidencia es más elevada en enfermedades coronarias y cáncer que otras grasas trans. En contraste, las grasas animales de cerdo o de res se consideran menos nocivas, razón por la cual han vuelto a comercializarse en los mercados.
El padre de la medicina, Hipócrates, expresó: “Que tu alimento sea tu medicamento”. Quiero referirme a los ácidos grasos esenciales, y son pocos los alimentos que contienen el básico Omega 3, muy difícil de conseguir. Entre ellos destacan la linaza y la Sacha Inchi (Plukenetia volubilis), esta última nativa de la selva amazónica y probada en lotes pilotos en el departamento del Cesar, donde se ha adaptado a diferentes pisos térmicos, desde el más cálido hasta los 2.000 metros sobre el nivel del mar.
El aceite extraído de la sacha contiene los tres ácidos grasos esenciales en una proporción perfecta: Omega 3 (ácido linolénico) 45,1 %, Omega 6 (ácido linoleico) 36,8 % y Omega 9 (ácido oleico) 9,6 %, además de proteínas en un 38 %.
De acuerdo con lo anterior, se podría concluir que el aceite de sacha inchi es uno de los ácidos grasos esenciales más importantes, por su alto valor nutritivo y contenido de proteína, que podría reemplazar la linaza importada y costosa, usada para preparar bienestarina, alimento que ya se produce en Colombia con harina de yuca, como base para contribuir a la formación del cerebro en los niños.
La sacha es un cultivo que, por su uso en la alimentación humana, debe establecerse como amigable con el medio ambiente, bajo un modelo agroforestal, utilizando productos orgánicos para el control de plagas y enfermedades, así como fertilizantes naturales, lo que lo hace inocuo y sostenible.
Frente a la crisis de muchas especies agrícolas por factores de mercado, TLC y otros —como el caso del arroz— la sacha inchi aparece como alternativa adecuada para una reconversión social e innovación rural. Es un cultivo que puede desarrollarse con principios y criterios asociativos, en sistemas agroforestales asociados a cultivos de pancoger como maíz, frijol, yuca o malanga, diversificando los ingresos del productor y contribuyendo a su seguridad alimentaria. Esto se facilita gracias a su siembra a tres metros entre surcos y plantas, lo que crea espacio suficiente para el cultivo asociado.
Para su desarrollo, se utilizan soportes vivos donde se tienden dos líneas de alambre sobre las cuales se enreda la planta. Con este sistema se logran sembrar 850 árboles de soporte por hectárea, que en lo posible deben ser leguminosas como matarratón (Gliricidia sepium) o moringa (Moringa oleifera). Estas especies aportan nitrógeno al suelo, mejoran la retención de humedad, mitigan el calor en temporada seca y sirven como forraje para animales domésticos.
El cultivo es perenne: produce frutos a partir de los siete meses y, en adelante, diariamente genera hojas, flores y semillas. En el Cesar se establecieron lotes piloto en diferentes pisos térmicos: desde el más cálido en Valledupar, hasta zonas más altas como la región de Chimila (municipio de El Copey), Pueblo Bello y las estribaciones de la Serranía del Perijá en Codazzi, mostrando alta adaptación.
Basados en esto, en el año 2019 se propuso sembrar 500 hectáreas en estos municipios, con respaldo de la Gobernación del Cesar, la Universidad de Santander (UDES), y el apoyo técnico de la Asociación de Ingenieros Agrónomos y Cultivadores de Sacha Inchi del Cesar (SIACE), pero la consecución de recursos ante el Ministerio de Ciencia y Tecnología fue infructuosa.
Nos queda, eso sí, la convicción de que el cultivo de sacha inchi puede adaptarse a los diferentes climas y suelos de nuestro valle y serranías. Es necesario seguir impulsando esta innovación hacia la agroindustrialización del campo, que contribuya a mejorar el ingreso de los campesinos. Son muchos los productos que se derivan de esta maravillosa semilla: aceite de alta calidad para uso nutracéutico, polvo con sabor a chocolate, panes y snacks con la semilla tostada.
Por: Ciro Castro Castro












