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Crónica - 19 mayo, 2020

La tragedia del virus en Valledupar: de comerciante a habitante de calle

Anteriormente la vida de este nortesantandereano estaba llena de comodidades, las cuales obtuvo gracias a su trabajo como comerciante de diversos productos traídos desde Venezuela.

Fernando Mejía. 

FOTO/JOAQUÍN RAMÍREZ.
Fernando Mejía. FOTO/JOAQUÍN RAMÍREZ.

El número siete es asociado con acontecimientos, creaciones y otras eventualidades que han hecho parte de la historia del ser humano. Si hablamos de construcciones las siete maravillas del mundo antiguo y el moderno sería un ejemplo perfecto, y si describimos acontecimientos, la guerra de los siete días en Israel no podría quedarse por fuera.

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Justamente, una guerra de siete días fue la que vivió Fernando Mejía, un cucuteño que desde hace diez años llegó a Valledupar por asuntos laborales, pero, como a muchos foráneos, la amabilidad del pueblo vallenato fue la excusa perfecta para quedarse.

Radicado en la capital del Cesar se dedicó, entre tantos otros empleos que reposan en su hoja de vida, a la venta e instalación de elementos tecnológicos e internet. Todo iba por buen camino hasta hace un par de meses, cuando la covid-19, al igual que a millones de personas, cambiaría su vida.

Cuando trabajaba pagaba mis gastos con normalidad, vivía en una pensión donde podíamos pagar diario, semanal o mensual, a mí me iba bien por lo que pagaba mi cuarto diariamente. Pero con todo lo que ha sucedido con la pandemia tuve que dejar la pensión, no solo yo, sino varios compañeros que trabajaban conmigo porque a estas alturas de la vida nadie iba a contratar servicios de telefonía e internet”, dijo Mejía.

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El calvario para este nortesantandereano no acabaría allí, pues la necesidad de abastecerse de alimentos para calmar su hambre lo llevó a convertirse en un habitante de calle que hacía largos trayectos entre el Mercado Público y el balneario Hurtado para ponerse al servicio de vendedores, dueños de restaurantes y colmenas para de esta forma tener cómo alimentarse.

TIEMPOS DIFÍCILES

Fernando Mejía siempre se ha definido como un hombre luchador, pero al sentir en carne propia la vida de un habitante de calle entendió el valor de la vida. El Parque de la Provincia se convirtió en su nuevo hogar, las banquetas se convirtieron en su lecho, el río Guatapurí en su nueva ducha y el viento gélido de la noche pasó a ser su aire acondicionado natural.

Acostumbrado a las comodidades que podía pagarse con su trabajo, ahora esta pequeña parte de su historia se escribía con la tinta de la incertidumbre al no saber qué pasaría con su vida, pues el temor era constante y la angustia era un visitante permanente a su tranquilidad.

“No me sentía muy bien viviendo así, es desesperante saber que en algún momento algún ladrón se lanzará sobre ti a robarte lo poquito que tienes. En esos días recordé cuando en mi trabajo anterior pasaba con mis compañeros por la calle 44, allí veíamos como familias enteras viven en cambuches, del día a día y si no trabajaban no tenían para comer, esa situación me pegó fuerte porque yo veía a esas familias e internamente me preguntaba ¿Cómo hace esa gente para vivir con lo poquito que consiguen?”, sostuvo.

En su batalla por salir adelante, los riesgos de contraer el virus de la covid-19 no era el único problema: también enfrentaba a problemas de salubridad.

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UNA OPORTUNIDAD

Durmiendo a cielo abierto y alimentándose de lo que lograba conseguir en la calle, Fernando Mejía, con ganas de revertir la historia, decidió salir a buscar empleo con los dueños de restaurantes aledaños al río, contando con suerte que le dieron la primera oportunidad.  Por su trabajo no recibía un sueldo, pero sí la comida.

Mientras, a nivel global, la pandemia obligaba a cerrar las fronteras y los establecimientos comerciales. El riesgo del colapso sanitario obligó a decretar un aislamiento obligatorio radical en Colombia.

Antes del cierre total de los establecimientos que tenían como fuente de sustento el turismo, se cerraba la oportunidad de Mejía. Todo indicaba que regresaba a vivir en la incertidumbre de la calle, pero un grupo de compañeros de trabajo decidió alojarlo en una de las viviendas.

Ahora Fernando Mejía reside en casa de una excompañera de labores quien le tendió la mano en este difícil momento.

Luego de vivir la experiencia de ser un habitante de calle por una semana, Mejía le pidió a las personas que ayuden a quienes lo necesiten: “Hay muchas personas que no tienen dónde conseguir alimentos, otros viven en pésimas condiciones, es allí donde el ser humano debe mostrar su lado amable. Gracias a Dios yo pude recibir ayuda, pero quienes no tienen cómo obtener alimentos están viviendo una situación preocupante”.

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Fernando Mejía es una de las miles de víctimas del desempleo en Valledupar incrementado por la pandemia y que en el pasado mes de marzo se ubicó en un histórico 19 %. Como él, muchos vallenatos han perdido sus empresas, negocios o trabajos por la propagación de un virus que obligó a cerrar la economía.

Por: Robert Cadavid / EL PILÓN

Crónica
19 mayo, 2020

La tragedia del virus en Valledupar: de comerciante a habitante de calle

Anteriormente la vida de este nortesantandereano estaba llena de comodidades, las cuales obtuvo gracias a su trabajo como comerciante de diversos productos traídos desde Venezuela.


Fernando Mejía. 

FOTO/JOAQUÍN RAMÍREZ.
Fernando Mejía. FOTO/JOAQUÍN RAMÍREZ.

El número siete es asociado con acontecimientos, creaciones y otras eventualidades que han hecho parte de la historia del ser humano. Si hablamos de construcciones las siete maravillas del mundo antiguo y el moderno sería un ejemplo perfecto, y si describimos acontecimientos, la guerra de los siete días en Israel no podría quedarse por fuera.

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Justamente, una guerra de siete días fue la que vivió Fernando Mejía, un cucuteño que desde hace diez años llegó a Valledupar por asuntos laborales, pero, como a muchos foráneos, la amabilidad del pueblo vallenato fue la excusa perfecta para quedarse.

Radicado en la capital del Cesar se dedicó, entre tantos otros empleos que reposan en su hoja de vida, a la venta e instalación de elementos tecnológicos e internet. Todo iba por buen camino hasta hace un par de meses, cuando la covid-19, al igual que a millones de personas, cambiaría su vida.

Cuando trabajaba pagaba mis gastos con normalidad, vivía en una pensión donde podíamos pagar diario, semanal o mensual, a mí me iba bien por lo que pagaba mi cuarto diariamente. Pero con todo lo que ha sucedido con la pandemia tuve que dejar la pensión, no solo yo, sino varios compañeros que trabajaban conmigo porque a estas alturas de la vida nadie iba a contratar servicios de telefonía e internet”, dijo Mejía.

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El calvario para este nortesantandereano no acabaría allí, pues la necesidad de abastecerse de alimentos para calmar su hambre lo llevó a convertirse en un habitante de calle que hacía largos trayectos entre el Mercado Público y el balneario Hurtado para ponerse al servicio de vendedores, dueños de restaurantes y colmenas para de esta forma tener cómo alimentarse.

TIEMPOS DIFÍCILES

Fernando Mejía siempre se ha definido como un hombre luchador, pero al sentir en carne propia la vida de un habitante de calle entendió el valor de la vida. El Parque de la Provincia se convirtió en su nuevo hogar, las banquetas se convirtieron en su lecho, el río Guatapurí en su nueva ducha y el viento gélido de la noche pasó a ser su aire acondicionado natural.

Acostumbrado a las comodidades que podía pagarse con su trabajo, ahora esta pequeña parte de su historia se escribía con la tinta de la incertidumbre al no saber qué pasaría con su vida, pues el temor era constante y la angustia era un visitante permanente a su tranquilidad.

“No me sentía muy bien viviendo así, es desesperante saber que en algún momento algún ladrón se lanzará sobre ti a robarte lo poquito que tienes. En esos días recordé cuando en mi trabajo anterior pasaba con mis compañeros por la calle 44, allí veíamos como familias enteras viven en cambuches, del día a día y si no trabajaban no tenían para comer, esa situación me pegó fuerte porque yo veía a esas familias e internamente me preguntaba ¿Cómo hace esa gente para vivir con lo poquito que consiguen?”, sostuvo.

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Durmiendo a cielo abierto y alimentándose de lo que lograba conseguir en la calle, Fernando Mejía, con ganas de revertir la historia, decidió salir a buscar empleo con los dueños de restaurantes aledaños al río, contando con suerte que le dieron la primera oportunidad.  Por su trabajo no recibía un sueldo, pero sí la comida.

Mientras, a nivel global, la pandemia obligaba a cerrar las fronteras y los establecimientos comerciales. El riesgo del colapso sanitario obligó a decretar un aislamiento obligatorio radical en Colombia.

Antes del cierre total de los establecimientos que tenían como fuente de sustento el turismo, se cerraba la oportunidad de Mejía. Todo indicaba que regresaba a vivir en la incertidumbre de la calle, pero un grupo de compañeros de trabajo decidió alojarlo en una de las viviendas.

Ahora Fernando Mejía reside en casa de una excompañera de labores quien le tendió la mano en este difícil momento.

Luego de vivir la experiencia de ser un habitante de calle por una semana, Mejía le pidió a las personas que ayuden a quienes lo necesiten: “Hay muchas personas que no tienen dónde conseguir alimentos, otros viven en pésimas condiciones, es allí donde el ser humano debe mostrar su lado amable. Gracias a Dios yo pude recibir ayuda, pero quienes no tienen cómo obtener alimentos están viviendo una situación preocupante”.

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Por: Robert Cadavid / EL PILÓN