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Columnista - 30 marzo, 2017

La procesión del Cristo del Ubérrimo

Desde su concepción más original, la democracia es un sistema político que incentiva al pueblo a participar en la toma de decisiones públicas y en la vigilancia del funcionamiento del Estado, haciendo de la expresión humana una herramienta esencial para la subsistencia, el desarrollo y el fortalecimiento de las libertades. En efecto, las marchas no […]

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Desde su concepción más original, la democracia es un sistema político que incentiva al pueblo a participar en la toma de decisiones públicas y en la vigilancia del funcionamiento del Estado, haciendo de la expresión humana una herramienta esencial para la subsistencia, el desarrollo y el fortalecimiento de las libertades. En efecto, las marchas no solo son una simple manera de manifestar inconformidades ante los gobiernos, sino que también son un mecanismo que felicita la deliberación y la paz. Los ejemplos históricos son inocultables: Las sufragistas rodean la Casa Blanca (por el voto femenino en EEUU), Huelga en los astilleros de Gdansk (por la democracia en Polonia) y la Marcha de la Sal (por la independencia de la India).

Asimismo, la democracia, al proponer su ramillete de garantías, permite que las personas se manifiesten libremente cuando no comparten las causas o tienen dudas de quienes convocan a las marchas. Ahí aplica aquella desgastada máxima de Voltaire: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. O más bien así: “No comparto con quien caminas, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a hacerlo”. Sí, la democracia no únicamente se cimienta en la participación, sino también en la confrontación pacífica de motivos y acciones.
Para el sábado 1 de abril, el uribismo, congregación que es capitaneada por un ser superior y milagroso, está convocando a una marcha. Las motivaciones que expone son un revoltillo que despierta la rabia de no pocos: el proceso de paz con las Farc, la situación económica, la mermelada, la crisis humanitaria de La Guajira, Odebrecht, la dictadura homosexual, el castrochavismo, la adjudicación del Canal Uno, entre otras. Por supuesto, ellos tienen el derecho a expresarse y a convidar a la protesta, pero es indigno que se empeñen en tratar a la gente como idiotas.
Ahora resulta que el uribismo, que se fundamenta e inspira en la imagen de Uribe, el Cristo del Ubérrimo, sale a marchar con fervor en contra de la corrupción y las arbitrariedades del gobierno de Santos, quien realmente no es ningún santo. Figuréense, el uribismo que tiene en sus entrañas a personajes como Mario Uribe, Mauricio Santoyo, Bernardo Moreno, María del Pilar Hurtado, Sabas Pretelt de la Vega y Jorge Noguera. Figuréense, el uribismo que ha sido un protagonista de los falsos positivos, las chuzadas del Das, las falsas desmovilizaciones, las injusticias de Agro Ingreso Seguro, la yidispolitica, la parapolítica y hasta de Odebrecht.
Definitivamente, las ratas están expresando que no comen queso. Intentan transmitir un discurso que no les pertenece, que está en contra de su proceder. El Cristo del Ubérrimo sabe que existen unos temas que alborotan al pueblo, así que los repite y los ensancha para su beneficio. Mientras tanto, sus adeptos obedecen, solo corean lo que él dice y veneran su existencia divina, que vale muchos votos. La corrupción es una forma de engaño, no hay que dejarse persuadir de aquellos que hoy hablan de transparencia sin inmutarse por su pasado sombrío.
Aunque creo que la corrupción es el principal problema que tiene el Estado y cada día Santos me produce más decepción, no asistiré a la marcha del sábado, no estoy dispuesto a acolitar el juego maquiavélico del Cristo del Ubérrimo, él solo quiere revolver el río para luego pescar. Seguramente, muchas personas honestas saldrán a protestar, no porque vean en Uribe un dios como estiman sus apóstoles y buena parte de sus seguidores, sino porque están fastidiadas del gobierno y de las ratas que carcomen a las instituciones públicas.

A esta gente quiero darles una recomendación: tengan cuidado con las pertenecías que van a llevar a la marcha, mucho cuidado.

Columnista
30 marzo, 2017

La procesión del Cristo del Ubérrimo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Cesar Silva

Desde su concepción más original, la democracia es un sistema político que incentiva al pueblo a participar en la toma de decisiones públicas y en la vigilancia del funcionamiento del Estado, haciendo de la expresión humana una herramienta esencial para la subsistencia, el desarrollo y el fortalecimiento de las libertades. En efecto, las marchas no […]


Desde su concepción más original, la democracia es un sistema político que incentiva al pueblo a participar en la toma de decisiones públicas y en la vigilancia del funcionamiento del Estado, haciendo de la expresión humana una herramienta esencial para la subsistencia, el desarrollo y el fortalecimiento de las libertades. En efecto, las marchas no solo son una simple manera de manifestar inconformidades ante los gobiernos, sino que también son un mecanismo que felicita la deliberación y la paz. Los ejemplos históricos son inocultables: Las sufragistas rodean la Casa Blanca (por el voto femenino en EEUU), Huelga en los astilleros de Gdansk (por la democracia en Polonia) y la Marcha de la Sal (por la independencia de la India).

Asimismo, la democracia, al proponer su ramillete de garantías, permite que las personas se manifiesten libremente cuando no comparten las causas o tienen dudas de quienes convocan a las marchas. Ahí aplica aquella desgastada máxima de Voltaire: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. O más bien así: “No comparto con quien caminas, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a hacerlo”. Sí, la democracia no únicamente se cimienta en la participación, sino también en la confrontación pacífica de motivos y acciones.
Para el sábado 1 de abril, el uribismo, congregación que es capitaneada por un ser superior y milagroso, está convocando a una marcha. Las motivaciones que expone son un revoltillo que despierta la rabia de no pocos: el proceso de paz con las Farc, la situación económica, la mermelada, la crisis humanitaria de La Guajira, Odebrecht, la dictadura homosexual, el castrochavismo, la adjudicación del Canal Uno, entre otras. Por supuesto, ellos tienen el derecho a expresarse y a convidar a la protesta, pero es indigno que se empeñen en tratar a la gente como idiotas.
Ahora resulta que el uribismo, que se fundamenta e inspira en la imagen de Uribe, el Cristo del Ubérrimo, sale a marchar con fervor en contra de la corrupción y las arbitrariedades del gobierno de Santos, quien realmente no es ningún santo. Figuréense, el uribismo que tiene en sus entrañas a personajes como Mario Uribe, Mauricio Santoyo, Bernardo Moreno, María del Pilar Hurtado, Sabas Pretelt de la Vega y Jorge Noguera. Figuréense, el uribismo que ha sido un protagonista de los falsos positivos, las chuzadas del Das, las falsas desmovilizaciones, las injusticias de Agro Ingreso Seguro, la yidispolitica, la parapolítica y hasta de Odebrecht.
Definitivamente, las ratas están expresando que no comen queso. Intentan transmitir un discurso que no les pertenece, que está en contra de su proceder. El Cristo del Ubérrimo sabe que existen unos temas que alborotan al pueblo, así que los repite y los ensancha para su beneficio. Mientras tanto, sus adeptos obedecen, solo corean lo que él dice y veneran su existencia divina, que vale muchos votos. La corrupción es una forma de engaño, no hay que dejarse persuadir de aquellos que hoy hablan de transparencia sin inmutarse por su pasado sombrío.
Aunque creo que la corrupción es el principal problema que tiene el Estado y cada día Santos me produce más decepción, no asistiré a la marcha del sábado, no estoy dispuesto a acolitar el juego maquiavélico del Cristo del Ubérrimo, él solo quiere revolver el río para luego pescar. Seguramente, muchas personas honestas saldrán a protestar, no porque vean en Uribe un dios como estiman sus apóstoles y buena parte de sus seguidores, sino porque están fastidiadas del gobierno y de las ratas que carcomen a las instituciones públicas.

A esta gente quiero darles una recomendación: tengan cuidado con las pertenecías que van a llevar a la marcha, mucho cuidado.