Juanita Monsalvo era pianista educada en Ciénaga, el centro cultural más importante del Caribe colombiano en su momento y les impartía clases de solfeo y piano a sus primas ‘Ocha’, ‘Nena’ y ‘Chema’ Castro, el más avezado de todos para la música de los hijos de Doña Rosa Monsalvo.
Hace dos días nada más estuvimos chateando por WhatsApp con unos amigos estudiosos de la música Folclórica Vallenata y llegamos a una conclusión muy importante: “Se hace necesario que toda esa información que se maneja de nuestra música tradicional vallenata a través de la oralidad, archivos fotográficos y fílmicos e innumerables documentos de gran valía, se organicen para ir depurando la información y poder armar este rompecabezas de la cultura vallenata lo más cercano a la realidad”.
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Hoy en los medios actuales de la comunicación vienen publicando documentos sin ningún rigor o metodología investigativa, enviando cosas que se alejan de la verdad y desde luego provocando una desinformación tremenda.
Tengo en mis manos el periódico “EL PIL0N” del día primero de junio donde José Eduardo Barreneche Ávila escribe en un artículo interesante sobre ‘El piano y el vallenato, un noviazgo oculto’ y menciona que la escritora y gestora cultural Consuelo Araujo Noguera, expresa: “Los pianistas de la época que interpretaban música vallenata los llamó rebeldes entre ellos Poncho Castro, hijo de Doña Dominga Palmera quien aprendió el piano en el colegio de Monjas de Riohacha y fuera una de las precursoras del piano en Valledupar”. En parte eso es cierto.
Hasta ahí el cuento no tiene pierde pero me llama la atención y me obligó a escribir esta nota para expresarle a Barreneche Ávila el siguiente aporte a su interesante escrito. La primera persona que interpretó el piano en Valledupar fue doña Juanita Monsalvo Cadiz, quién llegó de Ciénaga, Magdalena, en compañía de su tío don Pedro R. Monsalvo Molinares, en el año 1865, abogado del Colegio Provincial Santander de Santa Marta, (1853), quien viniera a Valencia de Jesús en compañía de Lino Yaneth, su secretario, a hacer la sucesión de Don Sinforoso Pumarejo Quiroz.
Juanita Monsalvo y su tío vivieron en el cuadrante de la plaza una vez casado con Delfina Maestre Peralta, una dama patillalera de cuya unión nace Rosa Monsalvo Maestre, la madre de Pedro, José María, Leticia, Margarita Rosa, Magdalena y Aníbal Guillermo Castro Monsalvo, este último esposo de doña Dominga Palmera.
Juanita Monsalvo era pianista educada en Ciénaga, el centro cultural más importante del Caribe colombiano en su momento y les impartía clases de solfeo y piano a sus primas ‘Ocha’, ‘Nena’ y ‘Chema’ Castro, el más avezado de todos para la música de los hijos de Doña Rosa Monsalvo.
Magdalena en vida me lo confirmó, que aprendió a chafallar el piano y cantar una que otra pieza de la música clásica. Juanita fue en su momento una mujer maravillosa, una pianista consagrada que originó una de las dinastías más grandes de la música vallenata, como es la ‘Dinastía Monsalvo’.
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Una mujer que rompiera paradigmas sociales al tener un hijo natural con Tobías Gutiérrez Romero, (Evaristo Gutiérrez Monsalvo), hermano de padre de Helena Gutiérrez Aroca, madre del compositor Tobías Enrique Pumarejo y a la vez hermano de madre de Francisca y Neptalina Monsalvo, mi abuela.
Si analizamos estas fechas nos damos cuenta que el piano llegó por primera vez a Valledupar a mediados de 1874 procedente de Curazao, vía Riohacha, por encargo a la casa de don Pedro R. Monsalvo a petición de su sobrina Juanita, quien imparte clases de música a toda la aristocracia vallenata interpretando composiciones de la música universal y folclórica popular europea como mazurcas, polkas y otras expresiones rítmicas muy sonadas para la época.
El piano indiscutiblemente representaba el linaje, el ‘caché’ de la clase alta y daba el toque preciso para entrar en el selecto grupo de las familias cultas. Un salón sin piano era una alcoba sin cama, aunque fuera de lujo.
Haciendo un poco de memoria y preguntándole a quienes vivieron esa época y tienen el disco duro bueno, pude hacer el inventario de los pianos que existían en el viejo Valledupar. Además de los que les conté estaba el de doña Dominga Palmera, un piano de roble Steinway, regalado por su padre Juvenal Palmera en sus 15 años (1912); doña Francia Valle, hija de Francisco Valle; Fabriciana Calderón, la esposa del farmaceuta Rigoberto Benavidez, quien tenía un auto-piano de rollo; doña Delfina Pavajeau de Maestre, Mercedes Céspedes, el de Genoveva Araujo y Oscarito Pupo. No podía dejar por fuera el órgano de la iglesia de la Concepción que lo tocaba el maestro Miguel Arroyo, un indígena wayuu, durante la celebración de la santa misa. Las pianistas más avezadas del grupo de damas fueron indiscutiblemente Doña Dominga Palmera, Francia Valle y Yolanda Pupo.
Todos los de mi edad conocimos el piano blanco-nácar del Club Valledupar. Todos le dimos dedo a sus teclas hasta más no decir en nuestros ratos de ocio en el club de la calle Grande. Allí recuerdo a don Evaristo Gutiérrez Monsalvo, a su hijo Gustavo, a Poncho y a sus hermanos, el médico Enrique, Rodrigo y Elisa Castro Palmera, interpretando hermosas piezas musicales.
En ese mismo piano blanco, en el Club Valledupar, en la sede actual, vi ejecutar de manera magistral a Luis María Frometa (Billo Frometa) el bolero ‘Mi viejo San Juan’, y al viejo ‘Varo’ Gutiérrez cuando le interpretó, de su hijo Gustavo, ‘La Espina’, que luego la grabara con su orquesta ‘Billo’s Caracas Boys’.
El viejo ‘Varo’ y ‘Poncho’ eran los únicos que tocaban música vallenata en esa época y en ese “piano público”. Lo cierto es que se pueden contar con los dedos de la mano las personas de la alta sociedad vallenata que aprendieran a tocar el piano y mucho menos que cantaran música vallenata en esa época. Lo más triste de esta historia es que los únicos pianos que se salvaron de morir fue el auto-piano de doña Fabriciana que está sonando en casa de doña Elisa Castro de Dangond y el Steinway de doña Dominga en casa de Enrique Castro.
Muchos años trascurrieron para que irrumpiera una mujer encantadora que indiscutiblemente le dio un giro a la música vallenata, Rita Fernández Padilla, una samaria maravillosa, con el grupo ‘Las Universitarias’, en el 1968, en la inauguración del departamento del Cesar. En ese momento rompieron la talanquera que había impuesto el machismo en la música tradicional vallenata y empieza la mujer a jugar un rol muy importante, ya no como musa sino como parte activa en su desarrollo creativo.
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Es ella, Rita, que con su piano y su acordeón piano le dan esa cadencia y feminismo a la composición vallenata un aire renovador, que se respiraba en los tiempos de Juanita Monsalvo, Dominga Palmera, Francia Valle, Yolanda y Miriam Pupo, en los salones de las viejas casonas, consiguiendo ese romanticismo y señorío que tiene la música cuando la ejecuta y canta una mujer con las calidades excelsas que tiene como artista.
Quiero hacerle un reconocimiento a Adela María Maestre Cuello, la nieta de doña Delfina Pavajeau Monsalvo, quien ejecuta con maestría uno de los pocos pianos sobrevivientes, con garbo y elegancia, lamentablemente esto se ha perdido en la mujer vallenata. Ojalá esto sirva para incitar a la mujer y retomen las notas que produce este completo y maravilloso instrumento.
Gustavo Gutiérrez Cabello, Fernando Dangond Castro, Adela María Maestre y Rita Fernández Padilla son los únicos pianistas, a título personal, que le imprimen “esa cadencia, ese sabor vallenato” a la música hecha en Valledupar. Los tres primeros descendientes directos de Juanita Monsalvo Cádiz y Rita, una samaria con alma vallenata, son los herederos de ese sonido que dan las teclas negras y blancas bien ejecutadas con impronta vallenata.
POR EFRAÍN QUINTERO MOLINA
Juanita Monsalvo era pianista educada en Ciénaga, el centro cultural más importante del Caribe colombiano en su momento y les impartía clases de solfeo y piano a sus primas ‘Ocha’, ‘Nena’ y ‘Chema’ Castro, el más avezado de todos para la música de los hijos de Doña Rosa Monsalvo.
Hace dos días nada más estuvimos chateando por WhatsApp con unos amigos estudiosos de la música Folclórica Vallenata y llegamos a una conclusión muy importante: “Se hace necesario que toda esa información que se maneja de nuestra música tradicional vallenata a través de la oralidad, archivos fotográficos y fílmicos e innumerables documentos de gran valía, se organicen para ir depurando la información y poder armar este rompecabezas de la cultura vallenata lo más cercano a la realidad”.
Lee también: La travesía por tres países de tres hermanos de San Diego para llegar a su tierra
Hoy en los medios actuales de la comunicación vienen publicando documentos sin ningún rigor o metodología investigativa, enviando cosas que se alejan de la verdad y desde luego provocando una desinformación tremenda.
Tengo en mis manos el periódico “EL PIL0N” del día primero de junio donde José Eduardo Barreneche Ávila escribe en un artículo interesante sobre ‘El piano y el vallenato, un noviazgo oculto’ y menciona que la escritora y gestora cultural Consuelo Araujo Noguera, expresa: “Los pianistas de la época que interpretaban música vallenata los llamó rebeldes entre ellos Poncho Castro, hijo de Doña Dominga Palmera quien aprendió el piano en el colegio de Monjas de Riohacha y fuera una de las precursoras del piano en Valledupar”. En parte eso es cierto.
Hasta ahí el cuento no tiene pierde pero me llama la atención y me obligó a escribir esta nota para expresarle a Barreneche Ávila el siguiente aporte a su interesante escrito. La primera persona que interpretó el piano en Valledupar fue doña Juanita Monsalvo Cadiz, quién llegó de Ciénaga, Magdalena, en compañía de su tío don Pedro R. Monsalvo Molinares, en el año 1865, abogado del Colegio Provincial Santander de Santa Marta, (1853), quien viniera a Valencia de Jesús en compañía de Lino Yaneth, su secretario, a hacer la sucesión de Don Sinforoso Pumarejo Quiroz.
Juanita Monsalvo y su tío vivieron en el cuadrante de la plaza una vez casado con Delfina Maestre Peralta, una dama patillalera de cuya unión nace Rosa Monsalvo Maestre, la madre de Pedro, José María, Leticia, Margarita Rosa, Magdalena y Aníbal Guillermo Castro Monsalvo, este último esposo de doña Dominga Palmera.
Juanita Monsalvo era pianista educada en Ciénaga, el centro cultural más importante del Caribe colombiano en su momento y les impartía clases de solfeo y piano a sus primas ‘Ocha’, ‘Nena’ y ‘Chema’ Castro, el más avezado de todos para la música de los hijos de Doña Rosa Monsalvo.
Magdalena en vida me lo confirmó, que aprendió a chafallar el piano y cantar una que otra pieza de la música clásica. Juanita fue en su momento una mujer maravillosa, una pianista consagrada que originó una de las dinastías más grandes de la música vallenata, como es la ‘Dinastía Monsalvo’.
No dejes de leer: Profetas presenta su nuevo álbum ‘Afrodisíaco’
Una mujer que rompiera paradigmas sociales al tener un hijo natural con Tobías Gutiérrez Romero, (Evaristo Gutiérrez Monsalvo), hermano de padre de Helena Gutiérrez Aroca, madre del compositor Tobías Enrique Pumarejo y a la vez hermano de madre de Francisca y Neptalina Monsalvo, mi abuela.
Si analizamos estas fechas nos damos cuenta que el piano llegó por primera vez a Valledupar a mediados de 1874 procedente de Curazao, vía Riohacha, por encargo a la casa de don Pedro R. Monsalvo a petición de su sobrina Juanita, quien imparte clases de música a toda la aristocracia vallenata interpretando composiciones de la música universal y folclórica popular europea como mazurcas, polkas y otras expresiones rítmicas muy sonadas para la época.
El piano indiscutiblemente representaba el linaje, el ‘caché’ de la clase alta y daba el toque preciso para entrar en el selecto grupo de las familias cultas. Un salón sin piano era una alcoba sin cama, aunque fuera de lujo.
Haciendo un poco de memoria y preguntándole a quienes vivieron esa época y tienen el disco duro bueno, pude hacer el inventario de los pianos que existían en el viejo Valledupar. Además de los que les conté estaba el de doña Dominga Palmera, un piano de roble Steinway, regalado por su padre Juvenal Palmera en sus 15 años (1912); doña Francia Valle, hija de Francisco Valle; Fabriciana Calderón, la esposa del farmaceuta Rigoberto Benavidez, quien tenía un auto-piano de rollo; doña Delfina Pavajeau de Maestre, Mercedes Céspedes, el de Genoveva Araujo y Oscarito Pupo. No podía dejar por fuera el órgano de la iglesia de la Concepción que lo tocaba el maestro Miguel Arroyo, un indígena wayuu, durante la celebración de la santa misa. Las pianistas más avezadas del grupo de damas fueron indiscutiblemente Doña Dominga Palmera, Francia Valle y Yolanda Pupo.
Todos los de mi edad conocimos el piano blanco-nácar del Club Valledupar. Todos le dimos dedo a sus teclas hasta más no decir en nuestros ratos de ocio en el club de la calle Grande. Allí recuerdo a don Evaristo Gutiérrez Monsalvo, a su hijo Gustavo, a Poncho y a sus hermanos, el médico Enrique, Rodrigo y Elisa Castro Palmera, interpretando hermosas piezas musicales.
En ese mismo piano blanco, en el Club Valledupar, en la sede actual, vi ejecutar de manera magistral a Luis María Frometa (Billo Frometa) el bolero ‘Mi viejo San Juan’, y al viejo ‘Varo’ Gutiérrez cuando le interpretó, de su hijo Gustavo, ‘La Espina’, que luego la grabara con su orquesta ‘Billo’s Caracas Boys’.
El viejo ‘Varo’ y ‘Poncho’ eran los únicos que tocaban música vallenata en esa época y en ese “piano público”. Lo cierto es que se pueden contar con los dedos de la mano las personas de la alta sociedad vallenata que aprendieran a tocar el piano y mucho menos que cantaran música vallenata en esa época. Lo más triste de esta historia es que los únicos pianos que se salvaron de morir fue el auto-piano de doña Fabriciana que está sonando en casa de doña Elisa Castro de Dangond y el Steinway de doña Dominga en casa de Enrique Castro.
Muchos años trascurrieron para que irrumpiera una mujer encantadora que indiscutiblemente le dio un giro a la música vallenata, Rita Fernández Padilla, una samaria maravillosa, con el grupo ‘Las Universitarias’, en el 1968, en la inauguración del departamento del Cesar. En ese momento rompieron la talanquera que había impuesto el machismo en la música tradicional vallenata y empieza la mujer a jugar un rol muy importante, ya no como musa sino como parte activa en su desarrollo creativo.
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Es ella, Rita, que con su piano y su acordeón piano le dan esa cadencia y feminismo a la composición vallenata un aire renovador, que se respiraba en los tiempos de Juanita Monsalvo, Dominga Palmera, Francia Valle, Yolanda y Miriam Pupo, en los salones de las viejas casonas, consiguiendo ese romanticismo y señorío que tiene la música cuando la ejecuta y canta una mujer con las calidades excelsas que tiene como artista.
Quiero hacerle un reconocimiento a Adela María Maestre Cuello, la nieta de doña Delfina Pavajeau Monsalvo, quien ejecuta con maestría uno de los pocos pianos sobrevivientes, con garbo y elegancia, lamentablemente esto se ha perdido en la mujer vallenata. Ojalá esto sirva para incitar a la mujer y retomen las notas que produce este completo y maravilloso instrumento.
Gustavo Gutiérrez Cabello, Fernando Dangond Castro, Adela María Maestre y Rita Fernández Padilla son los únicos pianistas, a título personal, que le imprimen “esa cadencia, ese sabor vallenato” a la música hecha en Valledupar. Los tres primeros descendientes directos de Juanita Monsalvo Cádiz y Rita, una samaria con alma vallenata, son los herederos de ese sonido que dan las teclas negras y blancas bien ejecutadas con impronta vallenata.
POR EFRAÍN QUINTERO MOLINA