Y sin importarles el resto de la comunicación, después de un abrazo de duelo, tomaron la determinación de partir para Pedraza donde este ocupaba un cargo público...
Cuando Mercedes y Anita Osorio escucharon por la radio el servicio social informando a la familia Osorio que Pablo había muerto, asumieron que era su hermano. Y sin importarles el resto de la comunicación, después de un abrazo de duelo, tomaron la determinación de partir para Pedraza donde este ocupaba un cargo público.
De inmediato contrataron un taxi para que las llevara a San Pedrito, el puerto en el Canal del Dique, donde, para entonces, atracaban las embarcaciones que movilizaban por el río Magdalena a los pasajeros que abordaban los buses que iban y venían de Barranquilla.
Y mientras se desplazaban por carreteras inacabadas, entre lamentos y sollozos, se preguntaban qué enfermedad pudo causar la repentina muerte de Pablo. Lo hacían, porque, como Mercedes lo anotó, pocas veces se supo de algún quebranto de salud que lo aquejara.
Entonces, arrastradas por la tristeza, mencionaron a Marco Tulio, el hermano que tres años atrás había muerto, sin que hubieran tenido conocimiento de algún sufrimiento que lo aquejara. Mercedes, rememorando este acontecimiento luctuoso, mencionó, haciendo un esfuerzo para que el llanto le permitiera hablar, el mediodía que Emilse Tapias, su paisana y amiga, llegó preguntando por ella y por Anita.
Emilse, que se notaba mustia, vestía un traje de fondo blanco con pepitas negras, mientras que del hombro izquierdo le colgaba un bolso negro. Después que entró a la casa, le pidieron que se sentara en torno a la mesa del comedor, sin embargo, prefirió estar de pie. Recostando su mano izquierda a un mueble de la sala, simplemente dijo: -Marco falleció-.
Después guardó silencio como dándole espacio a los primeros llantos y lamentos, también al sonido del timbre de la casa. Gilberto, el sobrino de las Osorio que sin éxito trataba de consolarlas, atendió al cartero que llamaba a la puerta para entregar el telegrama enviado por Marco en el que lacónicamente señalaba: -Estoy bien. Prontamente nos vemos-.
Mercedes también recordó los días en que la familia, angustiada esperó poder sepultarlo al lado de la tumba de Isabel, su madre, que, como sucedió con Marco y aparentemente había pasado con Pablo, murió de repente. Además rememoró que con el paso de los días comprendieron que de esa posibilidad sólo quedó la certeza de que los amigos de Marco Tulio lo enterraron en el cementerio de Caracas. Así como la expectativa de que César, el sobrino que enviaron al sepelio en representación de la familia, al regresar trajera fotografías del funeral.
Entonces, mientras el taxi se acercaba a San Pedrito, volvieron a mencionar a Isabel, y lloraron, vertiendo lágrimas sobre sus mejillas, como si fuera ella quien las derramara por Pablo, el hijo que nació después de Griselda, y luego de haber enviudado, aun siendo una menor de edad.
Para cuando llegaron a San Pedrito, las embarcaciones con rumbo a Pedraza habían partido. Solo les quedó la opción de Federico, el dueño de un Johnson que, sin cubrir una ruta específica, viajaba para donde lo contrataran. Él las transportó hasta Pedraza, donde las pocas personas que se encontraban en el puerto del Peñoncito, indiferentes, las vieron desembarcar.
Ellas, sin saludarlos, se encaminaron hacia la carpintería de David Bolaño, ubicada en inmediaciones del humedal La Pela del Ojo, y sin explicación alguna le solicitaron un féretro. Este, que terminaba de pulir una pieza de madera, admitió que en ese momento no tenía, sin embargo, les ofreció una solución: -Matilde Guerrero puede prestarle el que hace poco le entregué-.
Matilde acostumbraba, en caso de un fallecimiento, a prestar el féretro de su propiedad, comprometiendo a los deudos del fallecido a reemplazar el suyo por uno que debía fabricar David, su carpintero de confianza. Ella, cada vez que recibía el nuevo ataúd se introducía en él para establecer si correspondía a sus medidas.
El primer féretro lo mandó a hacer siendo joven y después de tomar la decisión de quedar soltera. Lo hizo pensando en que, al morir y sin contar con un marido o hijo, no se presentaran dificultades para sepultarla. Desde entonces, acostumbró a ubicarlo sobre las tirantes del cuarto principal de su casa ubicada en la calle Santa Teresita con callejón El Porvenir. Lugar donde lo vio Luz María, la hermana menor de los Osorio Molinares, al día siguiente de haberse mudado a esa vivienda, junto a César, su esposo. César, sonriente, recordaba que ella, al advertir la ubicación del catafalco, le pidió que se mudaran inmediatamente.
El sol del verano gobernaba el ambiente cuando Mercedes y Anita llegaron a la casa de Luz María, donde vivía Pablo. Bochorno que lo había llevado a sentarse en el patio de la vivienda para aprovechar la sombra frondosa de una mata de caña brava. Ahí lo encontraron en camisillas y con un radio transistor en sus piernas escuchando noticias sobre su equipo: Unión Magdalena.
Pablo, al verlas, reflejó en su rostro una mueca de sorpresa. La expresión de ellas era de pena. ¿Qué las trae de Barranquilla sin avisar?, les dijo sin sonreír, pero de manera cariñosa. Ellas guardaron silencio, pero Anita, contestataria e irreverente, rompió el mutismo: -Estamos acá porque escuchamos en Radio Libertad un servicio social en el que informaban a la familia Osorio, que habías muerto-.
Pablo, apagó el radio y despojándose del sombrero de fieltro con el que cubría una incipiente calvicie, mostró un rictus de disgusto. Después, cambiando la expresión, señaló: ¡Eso significa que tendré una larga vida!
Fue cuando, Luz María, con una sonrisa conciliadora, se unió a Anita y Mercedes. Ellas volvieron a guardar silencio. Era un silencio incómodo, preocupante, porque no sabían cómo reaccionaría Pablo si se enteraba de que habían ido a la carpintería de David Bolaño, para adquirir un cajón.
Después, cuando los hermanos almorzaban, escucharon en la segunda emisión del Diario Hablado que le avisaban a la familia Osorio, en Bomba, que Pablo había fallecido.
Por Álvaro Rojano Osorio
Y sin importarles el resto de la comunicación, después de un abrazo de duelo, tomaron la determinación de partir para Pedraza donde este ocupaba un cargo público...
Cuando Mercedes y Anita Osorio escucharon por la radio el servicio social informando a la familia Osorio que Pablo había muerto, asumieron que era su hermano. Y sin importarles el resto de la comunicación, después de un abrazo de duelo, tomaron la determinación de partir para Pedraza donde este ocupaba un cargo público.
De inmediato contrataron un taxi para que las llevara a San Pedrito, el puerto en el Canal del Dique, donde, para entonces, atracaban las embarcaciones que movilizaban por el río Magdalena a los pasajeros que abordaban los buses que iban y venían de Barranquilla.
Y mientras se desplazaban por carreteras inacabadas, entre lamentos y sollozos, se preguntaban qué enfermedad pudo causar la repentina muerte de Pablo. Lo hacían, porque, como Mercedes lo anotó, pocas veces se supo de algún quebranto de salud que lo aquejara.
Entonces, arrastradas por la tristeza, mencionaron a Marco Tulio, el hermano que tres años atrás había muerto, sin que hubieran tenido conocimiento de algún sufrimiento que lo aquejara. Mercedes, rememorando este acontecimiento luctuoso, mencionó, haciendo un esfuerzo para que el llanto le permitiera hablar, el mediodía que Emilse Tapias, su paisana y amiga, llegó preguntando por ella y por Anita.
Emilse, que se notaba mustia, vestía un traje de fondo blanco con pepitas negras, mientras que del hombro izquierdo le colgaba un bolso negro. Después que entró a la casa, le pidieron que se sentara en torno a la mesa del comedor, sin embargo, prefirió estar de pie. Recostando su mano izquierda a un mueble de la sala, simplemente dijo: -Marco falleció-.
Después guardó silencio como dándole espacio a los primeros llantos y lamentos, también al sonido del timbre de la casa. Gilberto, el sobrino de las Osorio que sin éxito trataba de consolarlas, atendió al cartero que llamaba a la puerta para entregar el telegrama enviado por Marco en el que lacónicamente señalaba: -Estoy bien. Prontamente nos vemos-.
Mercedes también recordó los días en que la familia, angustiada esperó poder sepultarlo al lado de la tumba de Isabel, su madre, que, como sucedió con Marco y aparentemente había pasado con Pablo, murió de repente. Además rememoró que con el paso de los días comprendieron que de esa posibilidad sólo quedó la certeza de que los amigos de Marco Tulio lo enterraron en el cementerio de Caracas. Así como la expectativa de que César, el sobrino que enviaron al sepelio en representación de la familia, al regresar trajera fotografías del funeral.
Entonces, mientras el taxi se acercaba a San Pedrito, volvieron a mencionar a Isabel, y lloraron, vertiendo lágrimas sobre sus mejillas, como si fuera ella quien las derramara por Pablo, el hijo que nació después de Griselda, y luego de haber enviudado, aun siendo una menor de edad.
Para cuando llegaron a San Pedrito, las embarcaciones con rumbo a Pedraza habían partido. Solo les quedó la opción de Federico, el dueño de un Johnson que, sin cubrir una ruta específica, viajaba para donde lo contrataran. Él las transportó hasta Pedraza, donde las pocas personas que se encontraban en el puerto del Peñoncito, indiferentes, las vieron desembarcar.
Ellas, sin saludarlos, se encaminaron hacia la carpintería de David Bolaño, ubicada en inmediaciones del humedal La Pela del Ojo, y sin explicación alguna le solicitaron un féretro. Este, que terminaba de pulir una pieza de madera, admitió que en ese momento no tenía, sin embargo, les ofreció una solución: -Matilde Guerrero puede prestarle el que hace poco le entregué-.
Matilde acostumbraba, en caso de un fallecimiento, a prestar el féretro de su propiedad, comprometiendo a los deudos del fallecido a reemplazar el suyo por uno que debía fabricar David, su carpintero de confianza. Ella, cada vez que recibía el nuevo ataúd se introducía en él para establecer si correspondía a sus medidas.
El primer féretro lo mandó a hacer siendo joven y después de tomar la decisión de quedar soltera. Lo hizo pensando en que, al morir y sin contar con un marido o hijo, no se presentaran dificultades para sepultarla. Desde entonces, acostumbró a ubicarlo sobre las tirantes del cuarto principal de su casa ubicada en la calle Santa Teresita con callejón El Porvenir. Lugar donde lo vio Luz María, la hermana menor de los Osorio Molinares, al día siguiente de haberse mudado a esa vivienda, junto a César, su esposo. César, sonriente, recordaba que ella, al advertir la ubicación del catafalco, le pidió que se mudaran inmediatamente.
El sol del verano gobernaba el ambiente cuando Mercedes y Anita llegaron a la casa de Luz María, donde vivía Pablo. Bochorno que lo había llevado a sentarse en el patio de la vivienda para aprovechar la sombra frondosa de una mata de caña brava. Ahí lo encontraron en camisillas y con un radio transistor en sus piernas escuchando noticias sobre su equipo: Unión Magdalena.
Pablo, al verlas, reflejó en su rostro una mueca de sorpresa. La expresión de ellas era de pena. ¿Qué las trae de Barranquilla sin avisar?, les dijo sin sonreír, pero de manera cariñosa. Ellas guardaron silencio, pero Anita, contestataria e irreverente, rompió el mutismo: -Estamos acá porque escuchamos en Radio Libertad un servicio social en el que informaban a la familia Osorio, que habías muerto-.
Pablo, apagó el radio y despojándose del sombrero de fieltro con el que cubría una incipiente calvicie, mostró un rictus de disgusto. Después, cambiando la expresión, señaló: ¡Eso significa que tendré una larga vida!
Fue cuando, Luz María, con una sonrisa conciliadora, se unió a Anita y Mercedes. Ellas volvieron a guardar silencio. Era un silencio incómodo, preocupante, porque no sabían cómo reaccionaría Pablo si se enteraba de que habían ido a la carpintería de David Bolaño, para adquirir un cajón.
Después, cuando los hermanos almorzaban, escucharon en la segunda emisión del Diario Hablado que le avisaban a la familia Osorio, en Bomba, que Pablo había fallecido.
Por Álvaro Rojano Osorio