Proveniente de una familia de apellidos tradicionales de la antigua Santa Fe, entrecruzados con paisas y santandereanos, Misael Duque Parra tuvo raíces españolas y chibchas que lo vinculaban con La Mesa de Juan Díaz, hoy simplemente La Mesa, a una hora de Bogotá, cabeza de la provincia del Tequendama.
Ese pueblo, de historia marcada por riquezas coloniales y herencias indígenas, acogió a la Expedición Botánica y a familias que levantaron fincas de recreo. En La Mesa también vivió Alfonso López Pumarejo, en la Hacienda Las Monjas, donde llegó a realizar Consejos de Ministros. Es un territorio clave del corredor turístico Mosquera–La Mesa–Girardot.
Allí, en el hogar Duque Parra, imperaban las costumbres de la época: el padre, autoridad máxima, guiaba con ejemplo y rigor, y la madre inculcaba modales, disciplina y labores del hogar.
De esa unión nacieron cinco hijos: dos varones y tres mujeres. Los hijos fueron criados con amor, pero también con un estricto control paterno. Tanto que las tres hijas ingresaron a un convento y se convirtieron en monjas, mientras que los varones, al llegar a la mayoría de edad, debieron abrirse camino por su cuenta.
Fue entonces cuando Misael Duque Parra emprendió viaje. A los 22 años, en lugar de dirigirse a Bogotá, tomó rumbo por el río Magdalena y llegó a Bucaramanga. Allí convivió con una joven, tuvo un hijo y trabajó un tiempo, antes de continuar su destino.
Su arribo a Valledupar
Duque Parra llegó a Valledupar, donde contrajo matrimonio con Bernarda Maestre Maestre, mujer de reconocida estirpe familiar, con raíces en Patillal y San Juan. De esa unión nacieron seis hijos: Dolores Visitación, Bernarda, Clotilde y María Magdalena, quienes fueron maestras y enfermeras; y los varones Juan Benjamín (“Mincho”), empleado toda la vida en la Electrificadora del Cesar, y Misael Duque Maestre.
La familia Duque Maestre replicó el modelo de hogar estricto que Misael había conocido en La Mesa. Tanto fue así que sus hijas permanecieron solteras, bajo la férrea autoridad paterna.
Radicado en Valledupar, más tarde se trasladó a Riohacha para emprender negocios con empresarios locales. Sin embargo, su destino estaba en Valledupar. Regresó en la primera década del siglo XX y estableció su residencia en la Calle Grande (hoy calle 16), cerca de la plaza principal. Allí se posicionó como un hombre de sólida preparación intelectual: bachiller, con talento para escribir, redactar y conversar con claridad y elegancia. También incursionó en cultivos de arroz en la finca Bélgica, en los alrededores del actual aeropuerto.
El notario y la memoria histórica
Con el tiempo, Misael Duque fue nombrado Notario Público de Valledupar, entonces parte del departamento del Magdalena. Su primer acto lo firmó el 10 de febrero de 1920, cargo que desempeñó durante diez años, hasta noviembre de 1929.
En el ejercicio de esa labor notarial descubrió una gran falencia: la provincia carecía de memoria histórica de sus actos públicos. Consciente de la importancia, se dedicó a recopilar y organizar documentos antiguos, en desorden y casi perdidos, que habían llegado desde Valencia de Jesús y permanecían arrumados en baúles y balcones familiares.
Con disciplina y celo, rescató escrituras, testamentos, registros de compraventa, actas de liberación de esclavos y documentos notariales desde 1727 hasta 1928. Los transcribió con impecable ortografía y caligrafía, hasta conformar más de 800 tomos, empastados y archivados con dignidad. Gracias a ese esfuerzo, Valledupar recuperó su memoria escrita: los nombres de sus familias, sus transacciones y su evolución como parroquia y ciudad.
La protocolización
El trabajo quedó consignado en el Acto Notarial N° 65 de 1929, en el que se protocolizó el Índice General de la Notaría de Valledupar. Testigos como el doctor Ciro Pupo Martínez y Eugenio Martínez certificaron la fidelidad de esa obra monumental, respaldada por la Ordenanza 34 de ese año en el departamento del Magdalena.
Con el tiempo, su labor ha sido reconocida como un patrimonio invaluable. Gracias a él, Valledupar cuenta con archivos que narran tres siglos de historia. Académicos como Manuel y Ernesto Palencia Carat impulsaron la creación del Centro de Historia de Valledupar, hoy Academia de Historia del Valle de Upar, que continúa esa tarea de conservación.
El historiador Alfredo Mestre Orozco le dedicó un homenaje en sus escritos, al igual que otros investigadores como Emilio Sánchez Vásquez, Luis Guerra Bonilla y Francisco “Caco” Valle Cuello.
Alfredo “Fello” Mestre resume ese legado con claridad: “Valledupar está en mora de hacerle un gran reconocimiento y un merecido homenaje a mi abuelo, quien se dedicó a salvar, reconstruir y darle vida a la memoria histórica de la ciudad”.
Duque Parra en Santa Marta
En la década de 1940, Misael Duque comenzó a redactar en hojas sueltas lo que podría llamarse un bosquejo de periódico, que bautizó Brisas del Guatapurí. También colaboraba escribiendo discursos para políticos de la época.
Más tarde se trasladó a Santa Marta, donde, por gestión de Pedro Castro Monsalvo, fue nombrado jefe de Archivo y Gestión Documental de la Quinta de San Pedro Alejandrino. Allí se encargó de organizar los archivos históricos relacionados con la vida y las gestas del Libertador Simón Bolívar.
En sus últimos años, movido por su espíritu innovador, intentó modernizar la destilación de ron en la Fábrica de Licores del Magdalena. Quiso reemplazar los alambiques de cobre por un sistema de tubos y tanques de vidrio, para producir un ron más saludable. Sin embargo, la muerte lo sorprendió antes de culminar su invento.
El personaje real
Misael Duque Parra fue un hombre de carne y hueso que, con terquedad visionaria, se encerraba en sus habitaciones en busca de inventos. Un personaje real, adelantado a su tiempo, comparable en ciertos rasgos al mítico José Arcadio Buendía de Cien años de soledad.
Un cachaco que, desde su disciplina y rigor, le entregó a Valledupar uno de sus mayores tesoros: la memoria de su historia.
Por Ramón ‘Monche’ Duque Sarmiento











