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No sé con certeza en qué momento apareció ante mis ojos el periódico. Cambié el libro de lepidopterología por las caricaturas, que aparecían cada domingo en el periódico.
Recuerdo que gran parte de mi infancia estuvo rodeada de saucos, brevos, caracoles y aburrimientos. Viví una temporada larga en casa de mis tías, un lugar de encuentro familiar que sembró en mí la más hermosa semilla: la de la lectura. Ante mi insistente “estoy aburrida” la respuesta que recibí siempre fue, a falta de internet y redes sociales, “vaya a limpiar el polvo, regar las plantas o a leer un libro”. Limpiar el polvo me parecía un acto infructuoso, regar las plantas uno inacabable y leer un libro desmoralizador, pues el libro que encontré, cuya bella intención era mostrar el mundo de las mariposas, causó en mí una tristeza profunda que, a día de hoy, no logro superar: el poco tiempo de vida de ellas me sigue pareciendo inentendible.
No sé con certeza en qué momento apareció ante mis ojos el periódico. Cambié el libro de lepidopterología por las caricaturas, que aparecían cada domingo en el periódico. Empecé a obsesionarme con ellas y leía cuanto encontraba: al amargado de Olafo, Mafalda, Calvin & Hobbes, Nieves, Snoopy… Las historias en viñetas se convirtieron en parte de mi mundo. Las leía, las recortaba y ansiaba el siguiente domingo. Con el tiempo, y con la ventaja de tener hermanos mayores, me encontré con Condorito y las interminables historias de superhéroes.
Cuando hablo con lectores voraces, descubro que los cómics fueron la puerta de entrada a la lectura. Ellos y ellas, al igual que yo, recuerdan vívidamente sus cómics favoritos, sus largas tardes y noches sumergidos en historias a través de viñetas, pictogramas e ilustraciones. Por sus recuerdos pasan Kalimán, Dick Tracy, Orión, ACME, La pequeña Lulú, Don Miki, Samurai, Memín, Kendor, Blondie, Educando a papá, El fantasma, Modesty Blaise, Lucky Luke, Tintín, Los Monos…
Lejos de desaparecer, el cómic en papel sigue a flote en el tempestuoso mar digital. Aunque debo confesar que ya no los leo tanto, tengo amigos que son fieles amantes: entre lo que leen están Shingeki no Kyojin, Spy family, Jutjusu Kaiser, This one summer, Los animales de Burden Hill, Huck Finn, The Gulf… También existen novelas gráficas, hermosas creaciones literarias y adaptaciones de clásicos que mantienen vivas en viñetas las historias en prosa.
El 17 de marzo es el Día internacional del Cómic, una excelente excusa para regresar a ellos. A propósito, el año pasado cumplió 100 años en Colombia. En 1924, Adolfo Samper creó la primera historieta colombiana, Mojicón. Luego llegó Copetín, personaje creado por Ernesto Franco en 1962. ¡Un siglo resistiendo! Según la Cámara Colombiana del Libro, en 2022 se vendieron más de 1.5 millones de ejemplares de cómics en el país, generando ingresos significativos para editoriales y autores. Pero no solo en Colombia. Según datos, en 2023, se estimó que el mercado mundial de cómics alcanzó un valor aproximado de 9.853 millones de dólares.
Regresar a ellos es bueno por puro placer y diversión, pero también por su utilidad: son el inicio perfecto a la lectura; desarrollan lectura inferencial y pensamiento crítico, pues el cómic amplía la habilidad de inferir al exigir una interpretación de la secuencia de las imágenes y la disposición de las viñetas, además del texto; abordan temas complejos, como las novelas gráficas Logicomics, Historia de un olvido, Maus, o Persépolis, que tratan sobre la muerte, la deshumanización y la justicia, entre otros.
Con tantas cosas buenas sería una pena que desaparecieran los cómics: hoy los niños no esperan el periódico para leerlos, y se pierden entre tantos memes y videos de pocos segundos. Hay que evitar que la ceniza del olvido los sepulte.
¡Feliz Día Internacional del Cómic!
Por Laura Gómez García
No sé con certeza en qué momento apareció ante mis ojos el periódico. Cambié el libro de lepidopterología por las caricaturas, que aparecían cada domingo en el periódico.
Recuerdo que gran parte de mi infancia estuvo rodeada de saucos, brevos, caracoles y aburrimientos. Viví una temporada larga en casa de mis tías, un lugar de encuentro familiar que sembró en mí la más hermosa semilla: la de la lectura. Ante mi insistente “estoy aburrida” la respuesta que recibí siempre fue, a falta de internet y redes sociales, “vaya a limpiar el polvo, regar las plantas o a leer un libro”. Limpiar el polvo me parecía un acto infructuoso, regar las plantas uno inacabable y leer un libro desmoralizador, pues el libro que encontré, cuya bella intención era mostrar el mundo de las mariposas, causó en mí una tristeza profunda que, a día de hoy, no logro superar: el poco tiempo de vida de ellas me sigue pareciendo inentendible.
No sé con certeza en qué momento apareció ante mis ojos el periódico. Cambié el libro de lepidopterología por las caricaturas, que aparecían cada domingo en el periódico. Empecé a obsesionarme con ellas y leía cuanto encontraba: al amargado de Olafo, Mafalda, Calvin & Hobbes, Nieves, Snoopy… Las historias en viñetas se convirtieron en parte de mi mundo. Las leía, las recortaba y ansiaba el siguiente domingo. Con el tiempo, y con la ventaja de tener hermanos mayores, me encontré con Condorito y las interminables historias de superhéroes.
Cuando hablo con lectores voraces, descubro que los cómics fueron la puerta de entrada a la lectura. Ellos y ellas, al igual que yo, recuerdan vívidamente sus cómics favoritos, sus largas tardes y noches sumergidos en historias a través de viñetas, pictogramas e ilustraciones. Por sus recuerdos pasan Kalimán, Dick Tracy, Orión, ACME, La pequeña Lulú, Don Miki, Samurai, Memín, Kendor, Blondie, Educando a papá, El fantasma, Modesty Blaise, Lucky Luke, Tintín, Los Monos…
Lejos de desaparecer, el cómic en papel sigue a flote en el tempestuoso mar digital. Aunque debo confesar que ya no los leo tanto, tengo amigos que son fieles amantes: entre lo que leen están Shingeki no Kyojin, Spy family, Jutjusu Kaiser, This one summer, Los animales de Burden Hill, Huck Finn, The Gulf… También existen novelas gráficas, hermosas creaciones literarias y adaptaciones de clásicos que mantienen vivas en viñetas las historias en prosa.
El 17 de marzo es el Día internacional del Cómic, una excelente excusa para regresar a ellos. A propósito, el año pasado cumplió 100 años en Colombia. En 1924, Adolfo Samper creó la primera historieta colombiana, Mojicón. Luego llegó Copetín, personaje creado por Ernesto Franco en 1962. ¡Un siglo resistiendo! Según la Cámara Colombiana del Libro, en 2022 se vendieron más de 1.5 millones de ejemplares de cómics en el país, generando ingresos significativos para editoriales y autores. Pero no solo en Colombia. Según datos, en 2023, se estimó que el mercado mundial de cómics alcanzó un valor aproximado de 9.853 millones de dólares.
Regresar a ellos es bueno por puro placer y diversión, pero también por su utilidad: son el inicio perfecto a la lectura; desarrollan lectura inferencial y pensamiento crítico, pues el cómic amplía la habilidad de inferir al exigir una interpretación de la secuencia de las imágenes y la disposición de las viñetas, además del texto; abordan temas complejos, como las novelas gráficas Logicomics, Historia de un olvido, Maus, o Persépolis, que tratan sobre la muerte, la deshumanización y la justicia, entre otros.
Con tantas cosas buenas sería una pena que desaparecieran los cómics: hoy los niños no esperan el periódico para leerlos, y se pierden entre tantos memes y videos de pocos segundos. Hay que evitar que la ceniza del olvido los sepulte.
¡Feliz Día Internacional del Cómic!
Por Laura Gómez García