La devoción de la Inmaculada Concepción de María es una manifestación antiquísima en la Iglesia Católica. Durante el IX Concilio de Toledo del año 675 D. C., el rey visigodo Wamba era reconocido como “Defensor de la Purísima Concepción de María”. Los visigodos eran famosos por su catolicismo y fueron los conquistadores de la península […]
La devoción de la Inmaculada Concepción de María es una manifestación antiquísima en la Iglesia Católica. Durante el IX Concilio de Toledo del año 675 D. C., el rey visigodo Wamba era reconocido como “Defensor de la Purísima Concepción de María”. Los visigodos eran famosos por su catolicismo y fueron los conquistadores de la península ibérica desde el 415, tal vez por esto los reyes hispánicos posteriores continuaron con ese fervor.
La creencia de la virgen María sine macula era firme pero controversial, y a pesar de los ataques la devoción no decayó. Existen pruebas que ya desde el siglo XIV, en España existían cofradías en honor a la Inmaculada Concepción.
En 1615, Sevilla juró defender a “María, toda pura” y desde entonces esta advocación es la patrona de la ciudad. El 8 de diciembre de 1854, el beato papa Pío IX proclamaba el dogma de la Inmaculada Concepción y en 1917 se construyó un monumento en su honor, justo al lado de la Catedral, donde hoy, en su base, también se recuerdan los nombres de cuatro sevillanos ilustres que defendieron esta creencia: el teólogo Fray Juan de Pineda, el poeta Miguel Cid, el escultor Juan Martínez de Montañés y el pintor Bartolomé Esteban Murillo quien es reconocido por haber pintado innumerables “Inmaculadas”, siendo la más famosa la Inmaculada de Soult que se encuentra en el Museo del Prado..
La iconografía de la Inmaculada Concepción se concreta en el Barroco, entre los siglos XVII y XVIII, época en la que la pintura religiosa fue el arma que la Iglesia Católica usó contra la Reforma para persuadir a los hombres a la piedad y llevarlos a Dios.
El año pasado, el Museo de Bellas Artes de Sevilla celebró el IV centenario del bautismo de Murillo y trajo a sus instalaciones, desde distintos lugares del mundo, más de 55 cuadros del maestro hispalense. En sus cuadros, y especialmente en las Inmaculadas, pude observar además de los rasgos distintivos del Barroco –naturalismo, verosimilitud y decoro, iluminación tenebrista-, la delicadeza y la ternura en la figura femenina e infantil de la Virgen que trasmite un sentimiento de amabilidad y serenidad.
Murillo es un maestro del equilibrio, la composición de las Inmaculadas es un triángulo que contiene a María en el centro rodeada de ángeles, rasgos por el cual se recuerda es este pintor. Cuenta la historia que Murillo perfeccionó la pintura de niños angélicos a partir de un suceso trágico de su vida: la muerte de sus tres hijos en la peste que asoló la localidad de Sevilla en 1649.
El principal cliente y mecenas de los artistas del Barroco era la Iglesia. Murillo no fue la excepción. Su primer encargo fue una colección de once lienzos para el Convento de San Francisco de Sevilla. Un dato para entender esta relación entre Murillo y la Inmaculada son los Franciscanos, fieles devotos de esta advocación mariana y quienes la extendieron por todo el mundo; tal vez por ellos nos llegó a nosotros.
El templo más famoso y antiguo de Valledupar lleva el nombre de la Inmaculada Concepción. En su retablo se encuentra una fina talla de madera que representa a la Virgen coronada de estrellas, con la luna a sus pies y las manos juntas en posición orante, justo debajo del retablo de los reyes magos, la advocación inicial del templo. Fueron los franciscanos quienes, a mediados del siglo XVII, sustituyeron este título y consagraron el templo en honor a su firme devoción mariana.
La devoción de la Inmaculada Concepción de María es una manifestación antiquísima en la Iglesia Católica. Durante el IX Concilio de Toledo del año 675 D. C., el rey visigodo Wamba era reconocido como “Defensor de la Purísima Concepción de María”. Los visigodos eran famosos por su catolicismo y fueron los conquistadores de la península […]
La devoción de la Inmaculada Concepción de María es una manifestación antiquísima en la Iglesia Católica. Durante el IX Concilio de Toledo del año 675 D. C., el rey visigodo Wamba era reconocido como “Defensor de la Purísima Concepción de María”. Los visigodos eran famosos por su catolicismo y fueron los conquistadores de la península ibérica desde el 415, tal vez por esto los reyes hispánicos posteriores continuaron con ese fervor.
La creencia de la virgen María sine macula era firme pero controversial, y a pesar de los ataques la devoción no decayó. Existen pruebas que ya desde el siglo XIV, en España existían cofradías en honor a la Inmaculada Concepción.
En 1615, Sevilla juró defender a “María, toda pura” y desde entonces esta advocación es la patrona de la ciudad. El 8 de diciembre de 1854, el beato papa Pío IX proclamaba el dogma de la Inmaculada Concepción y en 1917 se construyó un monumento en su honor, justo al lado de la Catedral, donde hoy, en su base, también se recuerdan los nombres de cuatro sevillanos ilustres que defendieron esta creencia: el teólogo Fray Juan de Pineda, el poeta Miguel Cid, el escultor Juan Martínez de Montañés y el pintor Bartolomé Esteban Murillo quien es reconocido por haber pintado innumerables “Inmaculadas”, siendo la más famosa la Inmaculada de Soult que se encuentra en el Museo del Prado..
La iconografía de la Inmaculada Concepción se concreta en el Barroco, entre los siglos XVII y XVIII, época en la que la pintura religiosa fue el arma que la Iglesia Católica usó contra la Reforma para persuadir a los hombres a la piedad y llevarlos a Dios.
El año pasado, el Museo de Bellas Artes de Sevilla celebró el IV centenario del bautismo de Murillo y trajo a sus instalaciones, desde distintos lugares del mundo, más de 55 cuadros del maestro hispalense. En sus cuadros, y especialmente en las Inmaculadas, pude observar además de los rasgos distintivos del Barroco –naturalismo, verosimilitud y decoro, iluminación tenebrista-, la delicadeza y la ternura en la figura femenina e infantil de la Virgen que trasmite un sentimiento de amabilidad y serenidad.
Murillo es un maestro del equilibrio, la composición de las Inmaculadas es un triángulo que contiene a María en el centro rodeada de ángeles, rasgos por el cual se recuerda es este pintor. Cuenta la historia que Murillo perfeccionó la pintura de niños angélicos a partir de un suceso trágico de su vida: la muerte de sus tres hijos en la peste que asoló la localidad de Sevilla en 1649.
El principal cliente y mecenas de los artistas del Barroco era la Iglesia. Murillo no fue la excepción. Su primer encargo fue una colección de once lienzos para el Convento de San Francisco de Sevilla. Un dato para entender esta relación entre Murillo y la Inmaculada son los Franciscanos, fieles devotos de esta advocación mariana y quienes la extendieron por todo el mundo; tal vez por ellos nos llegó a nosotros.
El templo más famoso y antiguo de Valledupar lleva el nombre de la Inmaculada Concepción. En su retablo se encuentra una fina talla de madera que representa a la Virgen coronada de estrellas, con la luna a sus pies y las manos juntas en posición orante, justo debajo del retablo de los reyes magos, la advocación inicial del templo. Fueron los franciscanos quienes, a mediados del siglo XVII, sustituyeron este título y consagraron el templo en honor a su firme devoción mariana.