Termina una semana en la que mucho se ha hablado del comportamiento de nuestras agrupaciones del folclor vallenato, unos las defienden mientras que otros las cuestionan con relación al hecho ocurrido en la cárcel La Picota, de Bogotá. Son muchas las voces y análisis al respecto. En ese sentido se pronunció el investigador y folclorista […]
Termina una semana en la que mucho se ha hablado del comportamiento de nuestras agrupaciones del folclor vallenato, unos las defienden mientras que otros las cuestionan con relación al hecho ocurrido en la cárcel La Picota, de Bogotá.
Son muchas las voces y análisis al respecto. En ese sentido se pronunció el investigador y folclorista Jorge Naín Ruiz, quien reconoce que “históricamente las músicas populares han tenido la predilección de las mafias del narcotráfico y la vallenata no ha sido la excepción”.
A renglón seguido añade que “en nada nos debe extrañar que varios de nuestros músicos hayan participado de la reciente bacanal organizada en el patio de extraditables de la cárcel La Picota, de Bogotá, durante más de tres días”
Frente a esto es necesario tener en cuenta que el mundo avanza y de igual manera se transforman los conceptos sobre el comportamiento humano, en donde las costumbres y valores también sufren ciertas modificaciones, eso debe aplicar también para el modus operandi de nuestros músicos vallenatos, máxime cuando es su imagen la que permanentemente está en juego, ellos son un producto en venta para todos los mercados y como tal deben cuidarlo.
Además, ya la música vallenata dejó de ser esa diversión dirigida exclusivamente a cierto renglón de la ciudadanía en los patios de sus casas o sitios reservados solo para hombres, ahora es un elemento representativo de la cultura caribe y de Colombia en general, de nuestra idiosincrasia, eso implica un compromiso social que debe ir acorde con las buenas costumbres y dignidad de un pueblo.
En cuanto a la presentación de los artistas en la cárcel La Picota, según las versiones de los representantes (mánager) de estos, todo se hizo dentro de la completa legalidad y obedeciendo a los requisitos exigidos para poder ingresar a ese centro carcelario.
Sin embargo, el tema invita a hacer unas reflexiones generales sobre las funciones y dinámicas de la actividad musical en nuestro entorno regional. Una cosa es lo legal y otra muy distinta es lo referente a la moral y la ética que debe prevalecer en una agrupación que representa culturalmente a un amplio conglomerado social.
Es cierto que en el pasado muchos hechos parecidos al ocurrido en La Picota eran costumbre, eran mirado como “algo normal”, pero en la actualidad ya eso no es visto con buenos ojos, las sociedades han ido evolucionando. Ahora, además del talento artístico, se valoran y admiran muchos otros aspectos e igual la mayoría de nuestros músicos de las nuevas generaciones ostentan buenos perfiles académicos y eso les permite interpretar de forma más acertada lo que siente y le gusta a un público con mucha dosis de decencia.
El debate queda abierto en cuanto a los criterios que deben imperar en una agrupación de artistas al momento de definir a quién les prestan sus servicios musicales. Esos interrogantes deben hacérselo nuestros músicos vallenatos. Aquí podría aplicarse la pregunta sobre ¿quién es más culpable: el que peca por la paga o el que paga por pecar?
Termina una semana en la que mucho se ha hablado del comportamiento de nuestras agrupaciones del folclor vallenato, unos las defienden mientras que otros las cuestionan con relación al hecho ocurrido en la cárcel La Picota, de Bogotá. Son muchas las voces y análisis al respecto. En ese sentido se pronunció el investigador y folclorista […]
Termina una semana en la que mucho se ha hablado del comportamiento de nuestras agrupaciones del folclor vallenato, unos las defienden mientras que otros las cuestionan con relación al hecho ocurrido en la cárcel La Picota, de Bogotá.
Son muchas las voces y análisis al respecto. En ese sentido se pronunció el investigador y folclorista Jorge Naín Ruiz, quien reconoce que “históricamente las músicas populares han tenido la predilección de las mafias del narcotráfico y la vallenata no ha sido la excepción”.
A renglón seguido añade que “en nada nos debe extrañar que varios de nuestros músicos hayan participado de la reciente bacanal organizada en el patio de extraditables de la cárcel La Picota, de Bogotá, durante más de tres días”
Frente a esto es necesario tener en cuenta que el mundo avanza y de igual manera se transforman los conceptos sobre el comportamiento humano, en donde las costumbres y valores también sufren ciertas modificaciones, eso debe aplicar también para el modus operandi de nuestros músicos vallenatos, máxime cuando es su imagen la que permanentemente está en juego, ellos son un producto en venta para todos los mercados y como tal deben cuidarlo.
Además, ya la música vallenata dejó de ser esa diversión dirigida exclusivamente a cierto renglón de la ciudadanía en los patios de sus casas o sitios reservados solo para hombres, ahora es un elemento representativo de la cultura caribe y de Colombia en general, de nuestra idiosincrasia, eso implica un compromiso social que debe ir acorde con las buenas costumbres y dignidad de un pueblo.
En cuanto a la presentación de los artistas en la cárcel La Picota, según las versiones de los representantes (mánager) de estos, todo se hizo dentro de la completa legalidad y obedeciendo a los requisitos exigidos para poder ingresar a ese centro carcelario.
Sin embargo, el tema invita a hacer unas reflexiones generales sobre las funciones y dinámicas de la actividad musical en nuestro entorno regional. Una cosa es lo legal y otra muy distinta es lo referente a la moral y la ética que debe prevalecer en una agrupación que representa culturalmente a un amplio conglomerado social.
Es cierto que en el pasado muchos hechos parecidos al ocurrido en La Picota eran costumbre, eran mirado como “algo normal”, pero en la actualidad ya eso no es visto con buenos ojos, las sociedades han ido evolucionando. Ahora, además del talento artístico, se valoran y admiran muchos otros aspectos e igual la mayoría de nuestros músicos de las nuevas generaciones ostentan buenos perfiles académicos y eso les permite interpretar de forma más acertada lo que siente y le gusta a un público con mucha dosis de decencia.
El debate queda abierto en cuanto a los criterios que deben imperar en una agrupación de artistas al momento de definir a quién les prestan sus servicios musicales. Esos interrogantes deben hacérselo nuestros músicos vallenatos. Aquí podría aplicarse la pregunta sobre ¿quién es más culpable: el que peca por la paga o el que paga por pecar?