Por su trascendencia, ‘El Infinito en un junco’ es una excepción a la regla general, el ensayo ha entrado en el listado de las lecturas obligatorias de nuestro tiempo solo por el placer de leerlo.
Las pandemias siempre han acompañado al hombre en su transitar por la historia. La Ilíada, el poema épico fundacional de nuestra literatura, inicia con la narración de la peste maligna con la que el dios Apolo castiga a las huestes aqueas porque el Atrida cometió un desaire al sacerdote Crises.
Corría el año 1348 cuando estalla en Europa la terrible Peste Negra que sirvió de inspiración para que Giovanni Bocaccio escribiera El Decamerón, que, al estilo de Las Mil y una noches, se compone de una serie de relatos que un grupo de 10 jóvenes que, aislados en una mansión campestre, empiezan a pasar el tiempo narrando relatos cortos.
Desde principios del siglo XX la peste no se había hecho presente. Incluso llegamos a pensar que era cosa del pasado o de lugares remotos, como el ébola, que la gripe española era solo un recuerdo y el sida una enfermedad exclusiva de algunas minorías.
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Creímos en nuestra arrogancia que la peste no nos llegaría y en caso de hacerlo los adelantos científicos nos permitirían controlarla. Solo bastó que apareciera un nuevo tipo de coronavirus, el SARS-CoV-2, para recordarnos nuestra fragilidad, nuestra mortalidad, la importancia de lo simple y la utilidad de lo inútil.
Una vez más la literatura reverdeció y un libro sobre los libros se convirtió en la tabla de salvación contra el tedio de las horas muertas por el aislamiento, recordándonos que compartimos un pasado común, enseñándonos que los lectores somos una familia muy joven, pues nuestra especie conquistó la palabra hace unos 100.000 años, y la escritura fue domada por los sumerios entre el año 3500 y el 3000 a. C.
Existen cosas, artefactos, objetos e incluso actos que son tan cotidianos, tan normales y repetitivos que nos parecen normales y nos olvidamos que la cultura y el arte por ser un fenómeno humano son frágiles y pueden transformarse, destruirse o perderse.
La escritura y los libros son un milagro, un remedio eficaz contra el olvido. Así lo propone Irene Vallejo en ‘El Infinito en un junco’, un ensayo de 400 páginas que con maestría, sutilidad y gracia nos hace viajar en el tiempo para enseñarnos cómo nuestros antepasados fueron capaces de desarrollar este artefacto que, en palabras de Borges, es una extensión de la imaginación.
Con más de 150.000 ejemplares vendidos y traducido a 30 idiomas, ‘El Infinito’ se ha convertido en un fenómeno editorial producto de la estrategia de marketing más eficaz: el boca a boca.
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Por su temática y su extensión, además por ser un escrito académico, ‘El infinito en un junco’ nació como un libro improbable, cuando su autora atravesaba momentos difíciles y había perdido las esperanzas de alcanzar el sueño de ser escritora con cierto renombre. La editorial de su confianza le recomienda llevar el texto a Siruela, editorial que apostó y ganó.
En distintas ocasiones Jorge Luis Borges dijo que se imaginaba el Paraíso como una gran biblioteca. Con su genialidad llegó a decir que la frase “lectura obligatoria” es un contrasentido. ¿Debemos hablar de placer obligatorio? Entonces, la lectura por ser una forma de felicidad no debe ser obligatoria.
Por su trascendencia, ‘El Infinito en un junco’ es una excepción a la regla general que propone el genio argentino, el ensayo ha entrado en el listado de las lecturas obligatorias de nuestro tiempo solo por el placer de leerlo.
Por su trascendencia, ‘El Infinito en un junco’ es una excepción a la regla general, el ensayo ha entrado en el listado de las lecturas obligatorias de nuestro tiempo solo por el placer de leerlo.
Las pandemias siempre han acompañado al hombre en su transitar por la historia. La Ilíada, el poema épico fundacional de nuestra literatura, inicia con la narración de la peste maligna con la que el dios Apolo castiga a las huestes aqueas porque el Atrida cometió un desaire al sacerdote Crises.
Corría el año 1348 cuando estalla en Europa la terrible Peste Negra que sirvió de inspiración para que Giovanni Bocaccio escribiera El Decamerón, que, al estilo de Las Mil y una noches, se compone de una serie de relatos que un grupo de 10 jóvenes que, aislados en una mansión campestre, empiezan a pasar el tiempo narrando relatos cortos.
Desde principios del siglo XX la peste no se había hecho presente. Incluso llegamos a pensar que era cosa del pasado o de lugares remotos, como el ébola, que la gripe española era solo un recuerdo y el sida una enfermedad exclusiva de algunas minorías.
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Creímos en nuestra arrogancia que la peste no nos llegaría y en caso de hacerlo los adelantos científicos nos permitirían controlarla. Solo bastó que apareciera un nuevo tipo de coronavirus, el SARS-CoV-2, para recordarnos nuestra fragilidad, nuestra mortalidad, la importancia de lo simple y la utilidad de lo inútil.
Una vez más la literatura reverdeció y un libro sobre los libros se convirtió en la tabla de salvación contra el tedio de las horas muertas por el aislamiento, recordándonos que compartimos un pasado común, enseñándonos que los lectores somos una familia muy joven, pues nuestra especie conquistó la palabra hace unos 100.000 años, y la escritura fue domada por los sumerios entre el año 3500 y el 3000 a. C.
Existen cosas, artefactos, objetos e incluso actos que son tan cotidianos, tan normales y repetitivos que nos parecen normales y nos olvidamos que la cultura y el arte por ser un fenómeno humano son frágiles y pueden transformarse, destruirse o perderse.
La escritura y los libros son un milagro, un remedio eficaz contra el olvido. Así lo propone Irene Vallejo en ‘El Infinito en un junco’, un ensayo de 400 páginas que con maestría, sutilidad y gracia nos hace viajar en el tiempo para enseñarnos cómo nuestros antepasados fueron capaces de desarrollar este artefacto que, en palabras de Borges, es una extensión de la imaginación.
Con más de 150.000 ejemplares vendidos y traducido a 30 idiomas, ‘El Infinito’ se ha convertido en un fenómeno editorial producto de la estrategia de marketing más eficaz: el boca a boca.
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Por su temática y su extensión, además por ser un escrito académico, ‘El infinito en un junco’ nació como un libro improbable, cuando su autora atravesaba momentos difíciles y había perdido las esperanzas de alcanzar el sueño de ser escritora con cierto renombre. La editorial de su confianza le recomienda llevar el texto a Siruela, editorial que apostó y ganó.
En distintas ocasiones Jorge Luis Borges dijo que se imaginaba el Paraíso como una gran biblioteca. Con su genialidad llegó a decir que la frase “lectura obligatoria” es un contrasentido. ¿Debemos hablar de placer obligatorio? Entonces, la lectura por ser una forma de felicidad no debe ser obligatoria.
Por su trascendencia, ‘El Infinito en un junco’ es una excepción a la regla general que propone el genio argentino, el ensayo ha entrado en el listado de las lecturas obligatorias de nuestro tiempo solo por el placer de leerlo.