El día 10 de febrero de 1623, el rey Felipe IV firmó una ley por la que se prohibía enseñar a leer y a escribir en los pueblos españoles. Solo se podría estudiar gramática en ciudades y villas importantes, y, en estas ciudades, también se prohibió dar enseñanza a niños huérfanos, cuyo destino no debía […]
El día 10 de febrero de 1623, el rey Felipe IV firmó una ley por la que se prohibía enseñar a leer y a escribir en los pueblos españoles. Solo se podría estudiar gramática en ciudades y villas importantes, y, en estas ciudades, también se prohibió dar enseñanza a niños huérfanos, cuyo destino no debía ser otro que el de servir como ayudantes en las galeras.
Al rey de España y su camarilla de nobles no les interesaba que todos los españoles recibieran educación, necesitaban súbditos productores, gente que trabajara el campo y que realizara “oficios útiles”. El que más ideas aportó fue un cura, el consejero real Fernández de Navarrete, que advirtió al rey del peligro de que los jóvenes cambiaran la agricultura por las letras. Así que sugirió que, sobre todo, se negara cualquier tipo de educación a niños desamparados, según él, hijos de la escoria y hez de la sociedad. A Felipe IV le pareció bien la idea, y aquel 10 de febrero firmó la ley que dejó a la mayoría de los españoles sin educación.
Se cerraron miles de escuelas, pero no se tocó un solo seminario. Es decir, la única forma de acceder a la educación era a través de la religión. Aquella ley real fue una de las consecuencias de la masiva expulsión de judíos y moros de España. Al desaparecer estos, el país quedó despoblado de mano de obra, y alguien tenía que sustituirlos. Si los más pobres se dedicaban a estudiar, ¿quién los reemplazaría?
Y todo esto ocurrió en una época en la que Europa ya se preparaba para la era de la ilustración, un siglo de luces que España lo pasó a dos velas gracias a una monarquía y una Iglesia que necesitaban un pueblo sumiso.
¿Por qué esta historia me suena a presente? parece muy cercana… muy nuestra ¿no?
He querido tomar mis queridos lectores esta nota, llegada de tantas que circulan por el ciberespacio, para mostrarnos en la actualidad que no se necesita una monarquía, ningún rey déspota, tampoco iglesias doble moral; solo se necesita un pueblo postrado eligiendo a sus verdugos de siempre para vivir en la ignorancia y en la explotación por parte de quiénes si, de verdad, se preocupan por estudiar y seguir reinando. Tampoco se necesitan estudiantes eternos en las universidades, aquellos que pasan en los claustros más de 10 años, tiempo suficiente para sacar dos carreras y especialización, incitando al consumo de drogas en los centros de formación, que deben ser utilizados para eso, para educación, para la academia, no para nada diferente. Para eso diferente está, por ejemplo, la casa de cada uno de aquellos que prefieren hacer de su propia vida una oda a Sodoma y Gomorra. La universidad, la nuestra, se debe comparar por raseros de calidad, con proyectos de formación, con docentes bien cualificados, e investigaciones de servicio común y graduando profesionales de excelente nivel, no con centros de consumo de drogas y de aceptación de estudiantes que solo vienen a destruir y a desunir. Señor rector a trabajar más por la academia y amárrese bien los pantalones con estos estudiantes sirveng?enzas, los que lo son, nadie más. Sólo Eso.
Por Eduardo Santos Ortega Vergara
El día 10 de febrero de 1623, el rey Felipe IV firmó una ley por la que se prohibía enseñar a leer y a escribir en los pueblos españoles. Solo se podría estudiar gramática en ciudades y villas importantes, y, en estas ciudades, también se prohibió dar enseñanza a niños huérfanos, cuyo destino no debía […]
El día 10 de febrero de 1623, el rey Felipe IV firmó una ley por la que se prohibía enseñar a leer y a escribir en los pueblos españoles. Solo se podría estudiar gramática en ciudades y villas importantes, y, en estas ciudades, también se prohibió dar enseñanza a niños huérfanos, cuyo destino no debía ser otro que el de servir como ayudantes en las galeras.
Al rey de España y su camarilla de nobles no les interesaba que todos los españoles recibieran educación, necesitaban súbditos productores, gente que trabajara el campo y que realizara “oficios útiles”. El que más ideas aportó fue un cura, el consejero real Fernández de Navarrete, que advirtió al rey del peligro de que los jóvenes cambiaran la agricultura por las letras. Así que sugirió que, sobre todo, se negara cualquier tipo de educación a niños desamparados, según él, hijos de la escoria y hez de la sociedad. A Felipe IV le pareció bien la idea, y aquel 10 de febrero firmó la ley que dejó a la mayoría de los españoles sin educación.
Se cerraron miles de escuelas, pero no se tocó un solo seminario. Es decir, la única forma de acceder a la educación era a través de la religión. Aquella ley real fue una de las consecuencias de la masiva expulsión de judíos y moros de España. Al desaparecer estos, el país quedó despoblado de mano de obra, y alguien tenía que sustituirlos. Si los más pobres se dedicaban a estudiar, ¿quién los reemplazaría?
Y todo esto ocurrió en una época en la que Europa ya se preparaba para la era de la ilustración, un siglo de luces que España lo pasó a dos velas gracias a una monarquía y una Iglesia que necesitaban un pueblo sumiso.
¿Por qué esta historia me suena a presente? parece muy cercana… muy nuestra ¿no?
He querido tomar mis queridos lectores esta nota, llegada de tantas que circulan por el ciberespacio, para mostrarnos en la actualidad que no se necesita una monarquía, ningún rey déspota, tampoco iglesias doble moral; solo se necesita un pueblo postrado eligiendo a sus verdugos de siempre para vivir en la ignorancia y en la explotación por parte de quiénes si, de verdad, se preocupan por estudiar y seguir reinando. Tampoco se necesitan estudiantes eternos en las universidades, aquellos que pasan en los claustros más de 10 años, tiempo suficiente para sacar dos carreras y especialización, incitando al consumo de drogas en los centros de formación, que deben ser utilizados para eso, para educación, para la academia, no para nada diferente. Para eso diferente está, por ejemplo, la casa de cada uno de aquellos que prefieren hacer de su propia vida una oda a Sodoma y Gomorra. La universidad, la nuestra, se debe comparar por raseros de calidad, con proyectos de formación, con docentes bien cualificados, e investigaciones de servicio común y graduando profesionales de excelente nivel, no con centros de consumo de drogas y de aceptación de estudiantes que solo vienen a destruir y a desunir. Señor rector a trabajar más por la academia y amárrese bien los pantalones con estos estudiantes sirveng?enzas, los que lo son, nadie más. Sólo Eso.
Por Eduardo Santos Ortega Vergara