OPINIÓN

El silencio de Corpocesar, una indolencia que quema.

Su gestión se disuelve entre trámites administrativos y cuotas burocráticas -como en todos lados-, entre contratos y convenios que, lejos de materializar soluciones que realmente sean sostenibles para nuestro entorno, parecen alimentar una maquinaria ajena al clamor ambiental.

Bomberos atienden alrededor de 8 a 9 incendios forestales diarios en la zona rural y urbana de Valledupar, siendo más frecuentes en la ciudad. El 31 de enero ocurrió un incendio en el cerro detrás de la DPA, una reserva natural. Foto: Jesús Ochoa.

Bomberos atienden alrededor de 8 a 9 incendios forestales diarios en la zona rural y urbana de Valledupar, siendo más frecuentes en la ciudad. El 31 de enero ocurrió un incendio en el cerro detrás de la DPA, una reserva natural. Foto: Jesús Ochoa.

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@el_pilon

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Valledupar es más que su brisa alegre y cantarina y su folclor inmortal; es un territorio donde la naturaleza es protagonista de nuestra identidad, de nuestra cultura. Sus ríos, sus montañas y su fauna han sido testigos de una historia de llena arraigo y profundo orgullo. Empero, hoy, en medio de un tiempo en que los incendios forestales devoran nuestra tierra y el calor asfixia hasta las raíces de los árboles más milenarios, la máxima autoridad ambiental en la región, Corpocesar, calla, maldito silencio cómplice e indiferente; está en todos lados.

Ese silencio es más que ausencia de las palabras; es una omisión calculada, premeditada, dolosa, un mutismo que pesa tanto como la ceniza que cubre en estos momentos nuestros bosques secos tropicales. Su gestión se disuelve entre trámites administrativos y cuotas burocráticas -como en todos lados-, entre contratos y convenios que, lejos de materializar soluciones que realmente sean sostenibles para nuestro entorno, parecen alimentar una maquinaria ajena al clamor ambiental. Mientras la naturaleza grita con lenguas de fuego, Corpocesar opta por la sordera institucional. -Al que no quiere escuchar, ni aunque le griten en el oído-.

Nos han dicho que esta entidad es la garante del desarrollo sostenible, la defensora de nuestros recursos naturales, pero la realidad nos demuestra que es apenas una sombra, un fantasma que aparece solo cuando es conveniente, que se escuda en informes y excusas, mientras la ciudadanía y los líderes ambientales son quienes asumen la voz de alerta, hoy quiero resaltar la labor de Yiyo Martínez y del Doctor Gustavo Cabas, héroes ambientales sin capa.

Los vallenatos no solo vivimos en armonía con la naturaleza, la llevamos en nuestra sangre, en nuestro ser. Nos enorgullecemos día tras día de nuestras fuentes hídricas, de la biodiversidad que nos rodea, de la tierra bendita y fértil que nos sustenta. ¿No nos hemos dado cuenta de lo afortunados que somos? Pero esa misma conexión nos duele, nos hiere, nos envenena cuando vemos cómo se pierde por negligencia y desinterés. No podemos seguir siendo testigos de la devastación absoluta mientras la entidad que debería velar por su protección opta por la pasividad, de eso, sin darnos cuenta, podemos ser cómplices.

La sociedad valduparense pide a gritos una Corpocesar que intervenga, que no solo cumpla con lo mínimo, sino que lidere con firmeza una lucha real por la conservación de nuestros recursos. Queremos ver planes de acción, medidas concretas, presencia en el territorio cuando el desastre asoma su rostro, que en la mayoría de veces es crudo y despiadado. Queremos sentir que su misión va más allá de administrar fondos y que, en su labor, prime el compromiso genuino con el medio ambiente.

El silencio de Corpocesar es el más profundo acto de complicidad y negligencia. Y aunque hoy mude su voz en susurros de indiferencia, que no olvide que los vallenatos estamos aquí, observando, denunciando, exigiendo. Si la entidad no actúa, la historia la juzgará por lo que nunca hizo, y los hijos de esta tierra recordarán no solo la belleza de su entorno, sino también el eco de una institución que, cuando más se la necesitó, prefirió no proceder. –Nosotros no olvidamos-.

Que las hojas del palo de mango sigan cayendo con su natural frecuencia, pero que las promesas no se desmoronen con el mismo destino. Porque el compromiso con nuestra tierra no es un deber opcional, sino una responsabilidad inquebrantable. El alma de Valledupar está escrita en los anillos de sus árboles, en el cauce de sus ríos y en el canto de sus aves.

Cada incendio que nos consume no es solo una herida en la geografía, es una fractura en nuestra esencia, una señal de alarma que no puede seguir siendo ignorada. Es hora de exigir con fuerza, de recordar que la verdadera autoridad no se impone con títulos, sino con acciones. Y si Corpocesar sigue en su letargo de indiferencia, que el tiempo y la memoria de su inacción sean el testimonio de su fallida existencia. La naturaleza siempre encuentra formas de renacer; la credibilidad, una vez perdida, jamás se recupera.

Por Jesús Daza Castro

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