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Columnista - 23 marzo, 2013

“El Dios que murió en la cruz por sus creaturas…”

Hoy comienza la Semana Santa. Para muchos simplemente un tiempo de merecido descanso de las actividades laborales y académicas, para los cristianos católicos tiempo de recogimiento, meditación y contemplación del Misterio central de la historia humana

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Por. Marlon Javier Domínguez

 

Hoy comienza la Semana Santa. Para muchos simplemente un tiempo de merecido descanso de las actividades laborales y académicas, para los cristianos católicos tiempo de recogimiento, meditación y contemplación del Misterio central de la historia humana: La Pascua del Señor. En efecto, mientras muchos dedicarán los días de esta semana a broncear sus cuerpos y a disfrutar de las bondades del agua del mar y de la arena, a compartir con los amigos una que otra medida de licor, a leer un buen libro o simplemente a ‘hacer nada’, muchos otros elevarán, en el interior de los templos, fervientes oraciones a su Dios, participarán con piedad de las liturgias y procesiones, dirigirán sus ojos hacia la cruz y meditarán sobre el amor incondicional del Cristo. Es cierto que un grupo aún más numeroso que los dos ya mencionados se dedicará a ambas cosas, y no hay nada de malo en ello. Yo creo contarme dentro de este último grupo.

 

Descansar y compartir con los demás, retomar fuerzas y ‘recargar baterías’ es algo muy importante, Jesús mismo buscó espacios para ello con sus discípulos; pero también es importante dedicar parte de nuestro tiempo a la oración, la meditación y el silencio, recordar (volver a pasar por el corazón) los acontecimientos acaecidos hace dos milenios que nos manifiestan la grandeza del perfecto amor: Cristo murió en la cruz y al tercer día resucitó, “muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró nuestra vida”. Meditemos hoy sobre algunas de las actitudes de Jesús que nos cuenta el evangelio en el relato de la Pasión:

 

Angustia: ¿A quién le apasiona y alegra la idea de morir crucificado? ¡A Jesús no le llamaba la atención tal cosa! En el monte de los olivos sudó gotas de sangre y, en medio de una gran angustia, pidió a su Padre verse libre de aquél cáliz. Sin embargo, estuvo dispuesto a hacer la voluntad de Dios, aunque ello implicaba sufrimiento. Así manifestó su infinito amor, porque, “nadie tiene amor más grande que aquél que da la vida…” En medio de nuestras grandes o pequeñas angustias dirijamos nuestros ojos al Cristo de los olivos y encontremos, como él, fuerza del cielo para seguir adelante.

 

Paz: “Pedro, guarda tu espada…” Pudiendo haberse defendido haciendo la guerra prefirió sufrir la injusticia. Jesús es el Príncipe de la Paz, el cordero manso llevado al matadero. ¡Cuánta falta nos hace a nosotros mirar esta actitud de Jesús! Con frecuencia nos enardecemos y quisiéramos tomar justicia por nuestra propia mano, devolver insulto por insulto y mal por mal, hacer la guerra para que venga una supuesta paz. Nadie crea ingenuamente que esto último son meras cosas del pasado.

 

Humildad: El Rey del cielo y de la tierra, la Palabra eterna del Padre entró en Jerusalén montado sobre un borrico y siendo vitoreado por los más pequeños, su corona fue luego de espinas, sus vestidos de burla, su cetro una caña con la que le golpeaban repetidas veces, su trono la cruz y el más potente de sus edictos reales una súplica: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

 

Comienzo a dudar de que se cumpla literalmente aquél refrán de que “al papel le cabe todo”, en este caso no fue así. Les invito, pues, a acercarse al relato de la Pasión de Jesús que nos traen los evangelios, a leerlo detenidamente durante estos días, a meditar sobre él, a pasarlo una y otra vez por el corazón, a hacernos contemporáneos de Jesús y a vivir a su lado la más grande las hazañas jamás contadas, ¡la hazaña del Dios que murió en la cruz por sus creaturas! Feliz Semana Santa.

 

 

Columnista
23 marzo, 2013

“El Dios que murió en la cruz por sus creaturas…”

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

Hoy comienza la Semana Santa. Para muchos simplemente un tiempo de merecido descanso de las actividades laborales y académicas, para los cristianos católicos tiempo de recogimiento, meditación y contemplación del Misterio central de la historia humana


Por. Marlon Javier Domínguez

 

Hoy comienza la Semana Santa. Para muchos simplemente un tiempo de merecido descanso de las actividades laborales y académicas, para los cristianos católicos tiempo de recogimiento, meditación y contemplación del Misterio central de la historia humana: La Pascua del Señor. En efecto, mientras muchos dedicarán los días de esta semana a broncear sus cuerpos y a disfrutar de las bondades del agua del mar y de la arena, a compartir con los amigos una que otra medida de licor, a leer un buen libro o simplemente a ‘hacer nada’, muchos otros elevarán, en el interior de los templos, fervientes oraciones a su Dios, participarán con piedad de las liturgias y procesiones, dirigirán sus ojos hacia la cruz y meditarán sobre el amor incondicional del Cristo. Es cierto que un grupo aún más numeroso que los dos ya mencionados se dedicará a ambas cosas, y no hay nada de malo en ello. Yo creo contarme dentro de este último grupo.

 

Descansar y compartir con los demás, retomar fuerzas y ‘recargar baterías’ es algo muy importante, Jesús mismo buscó espacios para ello con sus discípulos; pero también es importante dedicar parte de nuestro tiempo a la oración, la meditación y el silencio, recordar (volver a pasar por el corazón) los acontecimientos acaecidos hace dos milenios que nos manifiestan la grandeza del perfecto amor: Cristo murió en la cruz y al tercer día resucitó, “muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró nuestra vida”. Meditemos hoy sobre algunas de las actitudes de Jesús que nos cuenta el evangelio en el relato de la Pasión:

 

Angustia: ¿A quién le apasiona y alegra la idea de morir crucificado? ¡A Jesús no le llamaba la atención tal cosa! En el monte de los olivos sudó gotas de sangre y, en medio de una gran angustia, pidió a su Padre verse libre de aquél cáliz. Sin embargo, estuvo dispuesto a hacer la voluntad de Dios, aunque ello implicaba sufrimiento. Así manifestó su infinito amor, porque, “nadie tiene amor más grande que aquél que da la vida…” En medio de nuestras grandes o pequeñas angustias dirijamos nuestros ojos al Cristo de los olivos y encontremos, como él, fuerza del cielo para seguir adelante.

 

Paz: “Pedro, guarda tu espada…” Pudiendo haberse defendido haciendo la guerra prefirió sufrir la injusticia. Jesús es el Príncipe de la Paz, el cordero manso llevado al matadero. ¡Cuánta falta nos hace a nosotros mirar esta actitud de Jesús! Con frecuencia nos enardecemos y quisiéramos tomar justicia por nuestra propia mano, devolver insulto por insulto y mal por mal, hacer la guerra para que venga una supuesta paz. Nadie crea ingenuamente que esto último son meras cosas del pasado.

 

Humildad: El Rey del cielo y de la tierra, la Palabra eterna del Padre entró en Jerusalén montado sobre un borrico y siendo vitoreado por los más pequeños, su corona fue luego de espinas, sus vestidos de burla, su cetro una caña con la que le golpeaban repetidas veces, su trono la cruz y el más potente de sus edictos reales una súplica: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

 

Comienzo a dudar de que se cumpla literalmente aquél refrán de que “al papel le cabe todo”, en este caso no fue así. Les invito, pues, a acercarse al relato de la Pasión de Jesús que nos traen los evangelios, a leerlo detenidamente durante estos días, a meditar sobre él, a pasarlo una y otra vez por el corazón, a hacernos contemporáneos de Jesús y a vivir a su lado la más grande las hazañas jamás contadas, ¡la hazaña del Dios que murió en la cruz por sus creaturas! Feliz Semana Santa.