COLUMNISTA

El día y la noche: el alma partida del mundo

Esto que escribo, no es más que una metáfora entre la luz y la sombra, una metáfora de los mundos del día y la noche amarrada al destino del hombre.

Fausto Cotes, columnista de EL PILÓN.

Fausto Cotes, columnista de EL PILÓN.

Por: Fausto

@el_pilon

canal de WhatsApp

Esto que escribo, no es más que una metáfora entre la luz y la sombra, una metáfora de los mundos del día y la noche amarrada al destino del hombre.

Hay una respiración secreta en el mundo, un aire que escalona luz y sombra, vigilia y sueño, conciencia y misterio. El día y la noche no son simples ciclos naturales; son el espíritu repartido del tiempo, dos estados que se turnan para comparar la existencia humana. Y en su estadía, revelan las formas más profundas de nuestra filosofía y sensibilidad. No como opuestos, sino como reflejos enlazados; el día como espejo de la acción, la noche como la conciencia del ser. Con la luz normalmente nace la fórmula, pero desde la sombra se idealiza.

El día es el mundo transformado en realidad y certeza. La luz no sólo ilumina los caminos físicos y misteriosos, sino también los vericuetos de la mente. En la claridad el pensamiento toma altura, busca estructuras, explicaciones, definiciones, descubre silencios y agonías. La conciencia se siente dueña de sí misma. El día es el tiempo del pensamiento, pero esta claridad en el mundo del desorden tiene un precio: la ilusión de control, el riesgo de una verdad sin profundidad. La luz encandila, a veces más, que lo que opacan las sombras.

Donde hay luz hay justicia, pero en las noches el encuentro con la verdad es más pronto. La noche, en cambio, nos recuerda la inmensidad del universo, las estrellas encendidas como luciérnagas de invierno, y que no puede ser todo dicha. La noche no ilumina, revela lo oculto de la mente. En su penumbra, el pensamiento es tan profundo, sublime e impresionante que resulta imposible expresar con palabras. Lo inefable. En la noche hay dudas, pero hay análisis, no hay certezas, pero hay oraciones y símbolos; no hay discursos, pero sí susurros. Allí está la filosofía del misterio, la que sabe que las respuestas más profundas no son las que se entienden, sino las que se sienten.

En la noche el pensamiento es más sincero, anda sin prisa, y nos permite la compañía del silencio, de la nostalgia y hasta es capaz de indicarnos en dónde está el dolor del llanto.

Moralmente, el día busca la justicia, porque todo debe ser visto, comprendido, evaluado, juzgado. Aspira a la virtud como claridad, pero esa virtud puede volverse rígida, ciega de tanta luz. La noche ofrece otra moral: la del silencio, la del perdón que no se predica, pero que se puede practicar, la del arrepentimiento que brota cuando nadie nos mira. En la noche, la bondad no se impone, se comprende. La personalidad de un hombre suele mostrarse en el día, pero el alma refleja sus debilidades en las sombras de la noche.

Políticamente, el día es la comunidad, es la multitud. Es símbolo del poder que traza fronteras, dicta leyes y promesas. Es la plaza donde se discute, se pacta, se vigila y se engaña. Pero bajo la noche, el poder cambia de forma, se vuelve deseo, rumor, poesía subversiva. La noche es el susurro que no se puede callar, la llama que arde sin permiso. Allí nace la libertad que no pide ser reconocida y esta se inicia con el sueño de las noches eternas, cuando los cocuyos duermen.

En la economía del alma, el día trabaja, produce, acumula. Cada minuto tiene precio, cada acción una meta. La luz visible muestra las carencias. Pero en la noche, el tiempo deja de tener dueño donde el ser no vale por lo que hace, sino por lo que siente. La noche es derroche de besos, o de lágrimas. Es abundancia de lo intangible. Nos pone a pensar que no todo lo que tenemos puede ayudarnos en un momento determinado, que desde luego es como si no lo tuviéramos. Y el hombre vive de momentos.

Socialmente, el día clasifica, nos coloca estratos y jerarquías. Es la canción visible del deber con respeto. Pero en la noche los cuerpos se acercan sin etiquetas, bajo la espontaneidad, sin el compromiso. El alma se desnuda cuando el rostro se esconde. La noche es el espacio donde las diferencias se abrazan, no para disolverse, sino para escucharse sin temor y sin mentiras. En la noche, las almas nobles son más sensibles y abiertas a la caridad del pensamiento.

Emocionalmente, el día invita a la esperanza. Pero la noche es donde se siente la vida con su verdadera intensidad. Es donde el amor no se dice, se practica, se vibra; donde la tristeza no se oculta, se canta. La noche no consuela, acompaña. Con la calma de la noche aprendemos a manejar el amor y a rechazar los sentimientos negativos, si la inteligencia emocional nos acompaña en las horas del insomnio. Así, entre el día que ilumina y la noche que abraza, la humanidad transita su destino. Recorre caminos paralelos entre el placer y el dolor. 

Somos criaturas del horizonte indivisible del crepúsculo, hijos de ambos mundos. Vivir es aprender a habitar esa frontera donde la luz no niega a la sombra, y la oscuridad no olvida a la aurora. Una luz sin sombras nunca nos permitirá encontrarnos con la realidad.

Por: Fausto Cotes N.

TE PUEDE INTERESAR