Era el año de 1950 cuando de manos de mi padre el profesor ‘Poncho’ Cotes, me paseaba por los dormitorios, aulas y canchas o patios para jugar al fútbol y otros deportes. Comenzaba el día en el comedor para profesores y después de un apetecible desayuno con un grupo de amigos, vecinos de escasos seis […]
Era el año de 1950 cuando de manos de mi padre el profesor ‘Poncho’ Cotes, me paseaba por los dormitorios, aulas y canchas o patios para jugar al fútbol y otros deportes. Comenzaba el día en el comedor para profesores y después de un apetecible desayuno con un grupo de amigos, vecinos de escasos seis años de edad, nos dedicábamos a la tarea de patear balones persistentemente sin agotar la paciencia de los profesores y alumnos que en aquellos tiempos hacían un solo equipo de discreción y respeto.
Con asombro observábamos a estudiantes y profesores quienes compartían tanto el afecto y la tolerancia que muy pocos de esos niños de entonces alcanzábamos a distinguir con precisión quién era el profesor y quién el alumno.
De tanto escuchar las clases de mi padre pude darme cuenta que no solo la lengua castellana existía sino también otras como el latín y el griego y que toda verdad se defiende por sí sola.
De tanto mirar los actos de izadas de banderas seleccionadas entre los buenos estudiantes, años más tardes en sus aulas aprendí qué se debía hacer para izarlas y se izaron a las alturas de los conocimientos, y me di cuenta que casi todos eran no solo buenos sino grandes estudiantes, pues cada semana se daban protagonistas diferentes como frutos de la sana competencia estudiantil.
El colegio había sido creado en el año de 1940 y puesto en marcha en 1942 y desde entonces a la par de su formación y desafiando al modernismo mal entendido como base de una educación familiar desvinculada de las buenas costumbres, ha crecido en dignidad y respeto por la calidad de la población estudiantil que cada año se forma, pero más aún por la calidad y maestría que sus profesores respiran.
Inspirados en ese entonces tuve la oportunidad de no solo ser su alumno, sino un buen alumno y siguiendo las tradiciones de mi familia alcancé a ser profesor de física tiempo atrás para los alumnos de sexto año.
Siempre he dicho que la clase dirigente está en mora con el Colegio Nacional Loperena para que deba emerger por siempre como la gran universidad de Valledupar, del Cesar y de Colombia.
Personajes como Enrique Pupo, Gustavo Cotes, ‘Pepe’ Carat, Alfonso Cotes, Gustavo Maldonado, Remberto Teherán y muchos más……, tejieron la educación con aguja sin dedal, con los hilos de la moral y las buenas costumbres y como todos los de las épocas recientes que han seguido sus pasos, hoy merecen un homenaje especial por su grandeza temperamental y de conocimientos, para soportar y orientar unas juventudes cuyos valores andan confundidos entre el bien y el mal, pero la calidad docente no ha dejado distorsionar la historia, ni lo permitirá, pues los valores adquiridos le hace inmortal al gran Loperena.
Nuestras mentes se formaron con independencia a través de unos valores humanos bien infundidos, que nos mostraron el camino, no el objetivo, y eso ha hecho grande a esta institución.
El ejemplo por la educación la ha mostrado este colegio por los años y eso impide que muera, porque ha predicado con el ejemplo y su sentido común es el resultado de su dignidad. ¡Loor al colegio, loor a sus dirigentes!
Era el año de 1950 cuando de manos de mi padre el profesor ‘Poncho’ Cotes, me paseaba por los dormitorios, aulas y canchas o patios para jugar al fútbol y otros deportes. Comenzaba el día en el comedor para profesores y después de un apetecible desayuno con un grupo de amigos, vecinos de escasos seis […]
Era el año de 1950 cuando de manos de mi padre el profesor ‘Poncho’ Cotes, me paseaba por los dormitorios, aulas y canchas o patios para jugar al fútbol y otros deportes. Comenzaba el día en el comedor para profesores y después de un apetecible desayuno con un grupo de amigos, vecinos de escasos seis años de edad, nos dedicábamos a la tarea de patear balones persistentemente sin agotar la paciencia de los profesores y alumnos que en aquellos tiempos hacían un solo equipo de discreción y respeto.
Con asombro observábamos a estudiantes y profesores quienes compartían tanto el afecto y la tolerancia que muy pocos de esos niños de entonces alcanzábamos a distinguir con precisión quién era el profesor y quién el alumno.
De tanto escuchar las clases de mi padre pude darme cuenta que no solo la lengua castellana existía sino también otras como el latín y el griego y que toda verdad se defiende por sí sola.
De tanto mirar los actos de izadas de banderas seleccionadas entre los buenos estudiantes, años más tardes en sus aulas aprendí qué se debía hacer para izarlas y se izaron a las alturas de los conocimientos, y me di cuenta que casi todos eran no solo buenos sino grandes estudiantes, pues cada semana se daban protagonistas diferentes como frutos de la sana competencia estudiantil.
El colegio había sido creado en el año de 1940 y puesto en marcha en 1942 y desde entonces a la par de su formación y desafiando al modernismo mal entendido como base de una educación familiar desvinculada de las buenas costumbres, ha crecido en dignidad y respeto por la calidad de la población estudiantil que cada año se forma, pero más aún por la calidad y maestría que sus profesores respiran.
Inspirados en ese entonces tuve la oportunidad de no solo ser su alumno, sino un buen alumno y siguiendo las tradiciones de mi familia alcancé a ser profesor de física tiempo atrás para los alumnos de sexto año.
Siempre he dicho que la clase dirigente está en mora con el Colegio Nacional Loperena para que deba emerger por siempre como la gran universidad de Valledupar, del Cesar y de Colombia.
Personajes como Enrique Pupo, Gustavo Cotes, ‘Pepe’ Carat, Alfonso Cotes, Gustavo Maldonado, Remberto Teherán y muchos más……, tejieron la educación con aguja sin dedal, con los hilos de la moral y las buenas costumbres y como todos los de las épocas recientes que han seguido sus pasos, hoy merecen un homenaje especial por su grandeza temperamental y de conocimientos, para soportar y orientar unas juventudes cuyos valores andan confundidos entre el bien y el mal, pero la calidad docente no ha dejado distorsionar la historia, ni lo permitirá, pues los valores adquiridos le hace inmortal al gran Loperena.
Nuestras mentes se formaron con independencia a través de unos valores humanos bien infundidos, que nos mostraron el camino, no el objetivo, y eso ha hecho grande a esta institución.
El ejemplo por la educación la ha mostrado este colegio por los años y eso impide que muera, porque ha predicado con el ejemplo y su sentido común es el resultado de su dignidad. ¡Loor al colegio, loor a sus dirigentes!