La cordialísima separación administrativa de la zona norte del Departamento del Magdalena y el Departamento del Cesar, tiene desde hoy efectos legales. Y el país entero acompaña a los pobladores de este departamento en la celebración del primer objetivo de sus aspiraciones, con la confianza de que van a corresponder amplia: mente a su oferta de establecer allí una administración ejemplar, reiterada explícitamente por su primer ilustre gobernador, el doctor Alfonso López Michelsen.
La cordialísima separación administrativa de la zona norte del Departamento del Magdalena y el Departamento del Cesar, tiene desde hoy efectos legales. Y el país entero acompaña a los pobladores de este departamento en la celebración del primer objetivo de sus aspiraciones, con la confianza de que van a corresponder amplia: mente a su oferta de establecer allí una administración ejemplar, reiterada explícitamente por su primer ilustre gobernador, el doctor Alfonso López Michelsen.
La campaña pro-Departamento del Cesar se fundó, precisamente, en la necesidad de crear unos mecanismos administrativos que encauzaran el progreso de sus inmensas y feraces tierras, emporio de la producción nacional de algodón, ricas en ganadería, llenas de posibilidades industriales a plazo no lejano, y parte esencial de los planes de integración que se realicen con la hermana República de Venezuela.
Sentían los cesarenses que sus necesidades de desarrollo exigían el manejo directo desde Valledupar, ya que el con “tacto con Santa Marta, como capital del Magdalena era débil por muchas circunstancias, entre otras, la del gran dique de la Sierra Nevada y la del tráfico aéreo preferencial hacia Barranquilla. Y no pretendieron desposeer al Magdalena de recursos, sino asumieron, por el contrario, la ingente tarea de auxiliar y reivindicar a provincias mucho menos favorecidas por la naturaleza y la fortuna, como lo son las del extremo sur del antiguo y del nuevo “departamento. Fue, sin duda, una Campaña limpia y clara la que condujo a la creación del Cesar, y la que permite asistir a su nacimiento con esperanzas.
Pero, además de las justificaciones económicas del nuevo departamento, hay muchos factores que indican que él va a ser bien administrado, y que de él van a derivarse muchos beneficios para el país. El Cesar tiene una larga y fecunda tradición en la vida de Colombia. En sus ciudades y poblaciones, de rancio cuño español se han formado, desde la colonia, sucesivas generaciones de gentes recias, honestas, adictas a los mejores valores de la cultura y el arte, reacias a las corrientes que precipitaron al país hacia la intolerancia y la violencia, y que han contribuido al progreso común.
Y en ella y en los campos, la fusión de razas ha suscitado un espontáneo ambiente democrático, que seguramente facilitará en alto grado los empeños de la administración departamental, y los que el Estado colombiano intensifique para provocar la transformación social e impulsar el mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo en esas regiones.
Colocados ante el desafío de la agricultura mecanizada a gran escala, y de la afluencia de colombianos de las más variadas procedencias, los cesarenses han mostrado en los últimos años, su capacidad de creación y de trabajo desvirtuando ciertos preconceptos sobre la molicie de los habitantes de la Costa, preconceptos que tienen que ver mucho más con una secular falta de oportunidades para el desarrollo, que con la auténtica forma de reaccionar los costeños ante la presencia de tales oportunidades. Ahora, con motivo de la conversión de su zona en departamento, se les hará mucho más amplia la oportunidad de vincularse a los ambiciosos programas de la administración Lleras Restrepo en lo nacional, y de la administración López Michelsen en lo regional, sacando válido el “slogan” de su gobernador que predica que “los costeños podemos hacer con menos”. Se trata, ciertamente, de llevar allí, con todas sus consecuencias, la teoría y la práctica del aprovechamiento intensivo de los recursos humanos y materiales, liberándolos, por acción del mismo pueblo, de los factores tradicionales que los mantuvieron en el abandono o el letargo.
Gabriel García Márquez acaba de pintar, para el mundo, en “Cien años de Soledad”, el cuadro dramático de lo que fue Macondo, como expresión de la inercia colombiana, y especialmente de la que solía apoderarse de las regiones de la Costa.
A quienes han entregado sus energías a la redención y el progreso de esas regiones, les toca situar definitivamente la magistral descripción de nuestro gran novelista en una dimensión de pretérito.
Particularmente a los hijos del Cesar, surgido a la vida departamental bajo tan favorables auspicios, les tocará demostrar en presente y en futuro, que no son Macondo, sino una avanzada del progreso físico y espiritual del país.
La cordialísima separación administrativa de la zona norte del Departamento del Magdalena y el Departamento del Cesar, tiene desde hoy efectos legales. Y el país entero acompaña a los pobladores de este departamento en la celebración del primer objetivo de sus aspiraciones, con la confianza de que van a corresponder amplia: mente a su oferta de establecer allí una administración ejemplar, reiterada explícitamente por su primer ilustre gobernador, el doctor Alfonso López Michelsen.
La cordialísima separación administrativa de la zona norte del Departamento del Magdalena y el Departamento del Cesar, tiene desde hoy efectos legales. Y el país entero acompaña a los pobladores de este departamento en la celebración del primer objetivo de sus aspiraciones, con la confianza de que van a corresponder amplia: mente a su oferta de establecer allí una administración ejemplar, reiterada explícitamente por su primer ilustre gobernador, el doctor Alfonso López Michelsen.
La campaña pro-Departamento del Cesar se fundó, precisamente, en la necesidad de crear unos mecanismos administrativos que encauzaran el progreso de sus inmensas y feraces tierras, emporio de la producción nacional de algodón, ricas en ganadería, llenas de posibilidades industriales a plazo no lejano, y parte esencial de los planes de integración que se realicen con la hermana República de Venezuela.
Sentían los cesarenses que sus necesidades de desarrollo exigían el manejo directo desde Valledupar, ya que el con “tacto con Santa Marta, como capital del Magdalena era débil por muchas circunstancias, entre otras, la del gran dique de la Sierra Nevada y la del tráfico aéreo preferencial hacia Barranquilla. Y no pretendieron desposeer al Magdalena de recursos, sino asumieron, por el contrario, la ingente tarea de auxiliar y reivindicar a provincias mucho menos favorecidas por la naturaleza y la fortuna, como lo son las del extremo sur del antiguo y del nuevo “departamento. Fue, sin duda, una Campaña limpia y clara la que condujo a la creación del Cesar, y la que permite asistir a su nacimiento con esperanzas.
Pero, además de las justificaciones económicas del nuevo departamento, hay muchos factores que indican que él va a ser bien administrado, y que de él van a derivarse muchos beneficios para el país. El Cesar tiene una larga y fecunda tradición en la vida de Colombia. En sus ciudades y poblaciones, de rancio cuño español se han formado, desde la colonia, sucesivas generaciones de gentes recias, honestas, adictas a los mejores valores de la cultura y el arte, reacias a las corrientes que precipitaron al país hacia la intolerancia y la violencia, y que han contribuido al progreso común.
Y en ella y en los campos, la fusión de razas ha suscitado un espontáneo ambiente democrático, que seguramente facilitará en alto grado los empeños de la administración departamental, y los que el Estado colombiano intensifique para provocar la transformación social e impulsar el mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo en esas regiones.
Colocados ante el desafío de la agricultura mecanizada a gran escala, y de la afluencia de colombianos de las más variadas procedencias, los cesarenses han mostrado en los últimos años, su capacidad de creación y de trabajo desvirtuando ciertos preconceptos sobre la molicie de los habitantes de la Costa, preconceptos que tienen que ver mucho más con una secular falta de oportunidades para el desarrollo, que con la auténtica forma de reaccionar los costeños ante la presencia de tales oportunidades. Ahora, con motivo de la conversión de su zona en departamento, se les hará mucho más amplia la oportunidad de vincularse a los ambiciosos programas de la administración Lleras Restrepo en lo nacional, y de la administración López Michelsen en lo regional, sacando válido el “slogan” de su gobernador que predica que “los costeños podemos hacer con menos”. Se trata, ciertamente, de llevar allí, con todas sus consecuencias, la teoría y la práctica del aprovechamiento intensivo de los recursos humanos y materiales, liberándolos, por acción del mismo pueblo, de los factores tradicionales que los mantuvieron en el abandono o el letargo.
Gabriel García Márquez acaba de pintar, para el mundo, en “Cien años de Soledad”, el cuadro dramático de lo que fue Macondo, como expresión de la inercia colombiana, y especialmente de la que solía apoderarse de las regiones de la Costa.
A quienes han entregado sus energías a la redención y el progreso de esas regiones, les toca situar definitivamente la magistral descripción de nuestro gran novelista en una dimensión de pretérito.
Particularmente a los hijos del Cesar, surgido a la vida departamental bajo tan favorables auspicios, les tocará demostrar en presente y en futuro, que no son Macondo, sino una avanzada del progreso físico y espiritual del país.