Vivimos en la época de los ‘influencers’ o creadores de contenido, cualquiera con una cámara y sus redes sociales publica un video diciendo o haciendo una bobada y salta a la fama en cuestión se segundos. Eso hizo Epa Colombia y le salió caro; pero en otros tiempos muchas personas le dedicaron su vida a estudiar y aportar al conocimiento en territorios que se estaban formando, como el Cesar.
De esos nombres debemos resaltar al ingeniero agrónomo Dagoberto Poveda, quien falleció recientemente, pero su vida es el relato del desarrollo agropecuario del Cesar; su formación le permitió penetrar en el motor de nuestra economía en tiempos en que el carbón no estaba ni en sueños; no obstante, se vivía con intensidad la bonanza algodonera, el entusiasmo por el arroz, la ganadería y las diversas formas de aprovechar el campo.
Su presencia era obligatoria en debates relacionados con la agricultura y en todos participó como panelista o desde el público tomando la palabra para lanzar sus advertencias o precisiones como buen analista, la herencia que nos deja. Hoy la fuerza de los acontecimientos nos lleva a leer el mundo por medio de los datos, cifras, comparaciones, con el fin de establecer patrones o tendencias para la toma de decisiones informadas y útiles, en eso por acá nos falta mucho por aprender; sin embargo, el ingeniero Dagoberto Poveda fue pionero y sus estudios generaban proyecciones confiables que lo llevaron a ocupar cargos importantes en el sector público y en el privado.
No podemos ver la muerte del ingeniero Poveda como una pérdida, nos dejó mucho y eso es un tesoro que no puede quedar enterrado en el féretro porque la verdadera pérdida sería desperdiciar todo su trabajo. Sería para la sociedad muy provechoso conocer desde el enfoque de Poveda cómo evolucionó el Cesar gracias al sector primario de la economía, material que debe ser parte en facultades de Economía e incluso en clases de secundaria, de bibliotecas y hasta en redes sociales para entender la dimensión de un personaje tan valioso y sus ideas.
Lamentablemente hablamos del legado que dejan muchos, pero no detectamos la forma de rescatar ese legado para que brillantes figuras se mantengan como faro de conocimiento y sus experiencias nos inspiren. Nos quedamos con bautizar un edificio, un discurso, aplausos y todos contentos; es imperativo disponer de escenarios donde las ideas y los logros de quienes tanto aportaron a este mundo sigan impactando después de muertos, más aún cuando sus ideas y predicciones continúan vigentes.
Acostumbramos a enterrar nuestros muertos con sus memorias, como si tácitamente acordáramos borrar lo que hicieron en distintos ámbitos para atender muchas de nuestras necesidades o conocer más de nosotros mismos, y podemos citar casos como Miguel Ángel Sierra, biólogo y activista ambiental, que nos dejó muy temprano; Germán Piedrahita, a quien enterraron dos veces, una físicamente y la otra cuando desaparecieron su mural “Valledupar tierra de dioses”. Lolita Acosta, pionera del periodismo en todas sus formas y como lo escribió el maestro José Atuesta Mindiola: “Fue una maestra de apoyo y formación para noveles periodistas y aficionados a la escritura”.
Así podemos mencionar tantos que escribieron, fueron rebeldes, señalaron un camino o solo mostraron preocupación en diversos temas registrados en libros, columnas o trabajos académicos como el médico Jaime Gnecco Hernández recordado por su espacio “periscopio” en este diario o el arquitecto Alberto Herazo Palmera, también columnista, o los abogados Augusto González Pimienta y Franklin Martínez Solano.
Con frecuencia el legado termina siendo una palabra abstracta y un ejercicio inútil únicamente para recordar anécdotas de quienes ayudaron a construir nuestro entorno o podemos propender por rescatar sus memorias para que su visión sea parte de las soluciones a muchos de nuestros problemas.
Carlos Andrés Añez Maestre.












