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Columnista - 25 mayo, 2017

Colombia, monarquía presidencial

La monarquía es uno de los sistemas políticos más antidemocráticos conocido; en Europa se ha practicado por milenios. En España, el Reino Unido, Holanda, Bélgica y los países nórdicos aún conservan sus esfinges bajo el rótulo de monarquías constitucionales que solo sirven para rememorar que tuvieron una clase noble y otra plebeya. En algunos estados […]

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La monarquía es uno de los sistemas políticos más antidemocráticos conocido; en Europa se ha practicado por milenios. En España, el Reino Unido, Holanda, Bélgica y los países nórdicos aún conservan sus esfinges bajo el rótulo de monarquías constitucionales que solo sirven para rememorar que tuvieron una clase noble y otra plebeya. En algunos estados islámicos y asiáticos siguen aferrados al poder unas pocas familias que se lo transmiten por generaciones. El caso de Corea del Norte es aberrante. Incluso en Centroamérica, la familia Duvalier ensayó esta modalidad por muchos años. ¿Quién les daría esa gracia? Le decían a la gente que el poder emana de Dios.

El caso de Colombia parece sui géneris: aquí tenemos una monarquía presidencial que pesa como un karma sobre nuestra suerte. Varios “ilustres” apellidos han contribuido a la consolidación de este modelo inédito; esto les ha dado fortalezas, al margen de los partidos a los cuales pertenezcan; para ellos el mejor partido es aquel que pueda mantenerse en el poder, usufructuándolo bajo cualquier color y apellido primario. Los López, Lleras, Santos, Ospina, Pastrana, Holguín y otros menos figurativos, siempre han estado ahí, pero no solucionando los problemas del país sino fortaleciendo su dominio imperial. La casa Ospina tiene tres presidentes, la López dos, la Lleras dos y uno en camino, la Pastrana dos, la Santos dos, sin contar a Rafael Reyes, emparentado con los Calderón, igual que con la canciller María Ángela Holguín; los Holguín tuvieron dos, nefasto para la territorialidad colombiana, es como si hubieran gobernado un siglo. Los Holguín son padres de la pérdida de Panamá igual que de las cesiones que Colombia les hizo a Perú y a Venezuela y ahora de nuevo a este país. Jorge Holguín, como presidente, cedió la mitad de la península de La Guajira a Venezuela y fue él quien entregó las 122 piezas arqueológicas Quimbaya a España y el resto del oro que no se llevaron los conquistadores. Enrique Santos Montejo, “Calibán”, abuelo de Juan M. Santos escribió, en 1953 en su columna “la Danza de las horas”, lo siguiente: “No convirtamos el caso del islote de los Monjes en controversia internacional. Vale mucho más la cordialidad con Venezuela… cedamos en nuestros derechos…Y demostraremos al pueblo venezolano que apreciamos más su amistad que pedazos de tierra o de roca”. Eso nos dejó a San Andrés sin playas. Esos son los que han vendido a la Nación y lo seguirán haciendo. Esos son los que disfrutan de la burocracia internacional. Cristina Pastrana Arango, hermana de Andrés, es cónsul en Toronto, Kristian Hhelmut Bickenback, primo de Nora Puyana de Pastrana es cónsul en Frankfurt. Sabina Nichols Ospina, biznieta de Mariano Ospina Pérez está casada con Santiago Pastrana Puyana, quizás el Estado no los tenga desamparados y esto que Pastrana está en la oposición. Esta es apenas una muestra.

Los cruces sanguíneos y de afinidad de la familia presidencial son una madeja promiscua política impresionante.

Doscientos años repartiéndose la tierra, con muchos muertos de por medio y, esto va para largo. Es cierto que han tenido puntos muertos por coyunturas como los asesinatos de Gaitán que le abrió el camino al autogolpe militar de Rojas y el de Galán que le prestó la Casa de Nariño a Gaviria, ambos esquiroles de turno; también la guerra prolongada entre la guerrilla y Estado de la mano del paramilitarismo, permitió una pausa sátrapa de ocho años con Uribe, el refundador. Pero dentro de estos periodos, en los cuales el titular no lleva el apellido de la red, han estado detrás de bastidores, son los mismos con las mismas.

Luis Napoleón de Armas P.

[email protected]

Columnista
25 mayo, 2017

Colombia, monarquía presidencial

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

La monarquía es uno de los sistemas políticos más antidemocráticos conocido; en Europa se ha practicado por milenios. En España, el Reino Unido, Holanda, Bélgica y los países nórdicos aún conservan sus esfinges bajo el rótulo de monarquías constitucionales que solo sirven para rememorar que tuvieron una clase noble y otra plebeya. En algunos estados […]


La monarquía es uno de los sistemas políticos más antidemocráticos conocido; en Europa se ha practicado por milenios. En España, el Reino Unido, Holanda, Bélgica y los países nórdicos aún conservan sus esfinges bajo el rótulo de monarquías constitucionales que solo sirven para rememorar que tuvieron una clase noble y otra plebeya. En algunos estados islámicos y asiáticos siguen aferrados al poder unas pocas familias que se lo transmiten por generaciones. El caso de Corea del Norte es aberrante. Incluso en Centroamérica, la familia Duvalier ensayó esta modalidad por muchos años. ¿Quién les daría esa gracia? Le decían a la gente que el poder emana de Dios.

El caso de Colombia parece sui géneris: aquí tenemos una monarquía presidencial que pesa como un karma sobre nuestra suerte. Varios “ilustres” apellidos han contribuido a la consolidación de este modelo inédito; esto les ha dado fortalezas, al margen de los partidos a los cuales pertenezcan; para ellos el mejor partido es aquel que pueda mantenerse en el poder, usufructuándolo bajo cualquier color y apellido primario. Los López, Lleras, Santos, Ospina, Pastrana, Holguín y otros menos figurativos, siempre han estado ahí, pero no solucionando los problemas del país sino fortaleciendo su dominio imperial. La casa Ospina tiene tres presidentes, la López dos, la Lleras dos y uno en camino, la Pastrana dos, la Santos dos, sin contar a Rafael Reyes, emparentado con los Calderón, igual que con la canciller María Ángela Holguín; los Holguín tuvieron dos, nefasto para la territorialidad colombiana, es como si hubieran gobernado un siglo. Los Holguín son padres de la pérdida de Panamá igual que de las cesiones que Colombia les hizo a Perú y a Venezuela y ahora de nuevo a este país. Jorge Holguín, como presidente, cedió la mitad de la península de La Guajira a Venezuela y fue él quien entregó las 122 piezas arqueológicas Quimbaya a España y el resto del oro que no se llevaron los conquistadores. Enrique Santos Montejo, “Calibán”, abuelo de Juan M. Santos escribió, en 1953 en su columna “la Danza de las horas”, lo siguiente: “No convirtamos el caso del islote de los Monjes en controversia internacional. Vale mucho más la cordialidad con Venezuela… cedamos en nuestros derechos…Y demostraremos al pueblo venezolano que apreciamos más su amistad que pedazos de tierra o de roca”. Eso nos dejó a San Andrés sin playas. Esos son los que han vendido a la Nación y lo seguirán haciendo. Esos son los que disfrutan de la burocracia internacional. Cristina Pastrana Arango, hermana de Andrés, es cónsul en Toronto, Kristian Hhelmut Bickenback, primo de Nora Puyana de Pastrana es cónsul en Frankfurt. Sabina Nichols Ospina, biznieta de Mariano Ospina Pérez está casada con Santiago Pastrana Puyana, quizás el Estado no los tenga desamparados y esto que Pastrana está en la oposición. Esta es apenas una muestra.

Los cruces sanguíneos y de afinidad de la familia presidencial son una madeja promiscua política impresionante.

Doscientos años repartiéndose la tierra, con muchos muertos de por medio y, esto va para largo. Es cierto que han tenido puntos muertos por coyunturas como los asesinatos de Gaitán que le abrió el camino al autogolpe militar de Rojas y el de Galán que le prestó la Casa de Nariño a Gaviria, ambos esquiroles de turno; también la guerra prolongada entre la guerrilla y Estado de la mano del paramilitarismo, permitió una pausa sátrapa de ocho años con Uribe, el refundador. Pero dentro de estos periodos, en los cuales el titular no lleva el apellido de la red, han estado detrás de bastidores, son los mismos con las mismas.

Luis Napoleón de Armas P.

[email protected]