8:52 de la noche, Domingo 11 de agosto del 2019, a la izquierda percibo un grupo de jóvenes que dialogan entre ellos, gracias a que sus celulares sin conexión a internet no los interrumpen. Estoy en el Parque principal de Becerril, donde antiguamente existía una zona wifi, pero gracias a Dios la señal del wifi […]
8:52 de la noche, Domingo 11 de agosto del 2019, a la izquierda percibo un grupo de jóvenes que dialogan entre ellos, gracias a que sus celulares sin conexión a internet no los interrumpen. Estoy en el Parque principal de Becerril, donde antiguamente existía una zona wifi, pero gracias a Dios la señal del wifi se cayó desde hace mucho tiempo y no la han podido levantar todavía. Imploro a Dios que ojalá no retorne el wifi al “Parque”, porque bajo la premisa de la “conectividad virtual” que predican los entes gubernamentales de nuestra era, hemos caído en una “desconectividad real”, muy triste y desastrosa, que nos está conduciendo a pasos agigantados hacia el abismo del desencuentro, aislamiento e indiferencia humana, en la que asombrosamente nos acercamos a los lejanos y nos alejamos de los cercanos.
La caída del wifi en el parque para muchos fue una tragedia, pero para mí una bendición maravillosa. En meses pasados, alguien me dijo; “padre interceda ante las autoridades para que el wifi vuelva y se llene de gente. Porque el parque vacío se ve triste y desolado, además afecta nuestra economía, me dijo el comerciante, que trae entretenimiento y diversión al parque”. Mi respuesta fue contundente: “Estoy de acuerdo contigo hijo. Pero recuerda que cuando el wifi funcionaba, el parque vivía lleno y a la vez vacío, porque su finalidad no se realizaba: propiciar el encuentro. En esos momentos las personas estaban muy cercanas físicamente y distantes emocionalmente, porque no dialogaban entre ellas, por estar más concentrados en sus celulares que en sus contertulios. Ruego a Dios, que la gente vuelva al parque y sé que así sucederá, ellos volverán por la necesidad de encontrarse con los demás, de volver a dialogar con sus amigos, de mirarse a los ojos, de estrecharse la mano, de salir con sus familias a compartir, a jugar, a comerse un helado, a departir una bebida, a comerse una pizza o empanada, o tal vez, sólo para distraerse un rato o hacer ejercicio. Tengamos fe, la gente volverá e incluso vendrán antes de la misa y otros después de ella. Porque la necesidad de comunicarnos con los demás cara a cara es imperiosamente superior a la de estar pegados al celular. Sólo tengamos fe y trabajemos para tal propósito: usted como comerciante y yo como pastor del rebaño que Dios me confió”, -usted tiene razón querido padre en lo que señala-, me dijo el comerciante.
Y ¿saben qué pasó?, acá estoy sentado en una esquina del parque, viendo como la gente sigue llegando, Casas y Calles convergen a este bello, necesario y fundamental escenario.
Han vuelto, porque trabajamos para ello y Dios escuchó nuestras plegarias. Hicimos lo que nos correspondía y Dios puso lo demás. Es el momento como el Divino Maestro, Jesús de Nazaret de salir de las “Casas a las Calles y de las Calles pasar a los Parques antes de llegar a los Templos”, para ser pregoneros fervientes y entusiastas de la “Cultura del Encuentro”.
8:52 de la noche, Domingo 11 de agosto del 2019, a la izquierda percibo un grupo de jóvenes que dialogan entre ellos, gracias a que sus celulares sin conexión a internet no los interrumpen. Estoy en el Parque principal de Becerril, donde antiguamente existía una zona wifi, pero gracias a Dios la señal del wifi […]
8:52 de la noche, Domingo 11 de agosto del 2019, a la izquierda percibo un grupo de jóvenes que dialogan entre ellos, gracias a que sus celulares sin conexión a internet no los interrumpen. Estoy en el Parque principal de Becerril, donde antiguamente existía una zona wifi, pero gracias a Dios la señal del wifi se cayó desde hace mucho tiempo y no la han podido levantar todavía. Imploro a Dios que ojalá no retorne el wifi al “Parque”, porque bajo la premisa de la “conectividad virtual” que predican los entes gubernamentales de nuestra era, hemos caído en una “desconectividad real”, muy triste y desastrosa, que nos está conduciendo a pasos agigantados hacia el abismo del desencuentro, aislamiento e indiferencia humana, en la que asombrosamente nos acercamos a los lejanos y nos alejamos de los cercanos.
La caída del wifi en el parque para muchos fue una tragedia, pero para mí una bendición maravillosa. En meses pasados, alguien me dijo; “padre interceda ante las autoridades para que el wifi vuelva y se llene de gente. Porque el parque vacío se ve triste y desolado, además afecta nuestra economía, me dijo el comerciante, que trae entretenimiento y diversión al parque”. Mi respuesta fue contundente: “Estoy de acuerdo contigo hijo. Pero recuerda que cuando el wifi funcionaba, el parque vivía lleno y a la vez vacío, porque su finalidad no se realizaba: propiciar el encuentro. En esos momentos las personas estaban muy cercanas físicamente y distantes emocionalmente, porque no dialogaban entre ellas, por estar más concentrados en sus celulares que en sus contertulios. Ruego a Dios, que la gente vuelva al parque y sé que así sucederá, ellos volverán por la necesidad de encontrarse con los demás, de volver a dialogar con sus amigos, de mirarse a los ojos, de estrecharse la mano, de salir con sus familias a compartir, a jugar, a comerse un helado, a departir una bebida, a comerse una pizza o empanada, o tal vez, sólo para distraerse un rato o hacer ejercicio. Tengamos fe, la gente volverá e incluso vendrán antes de la misa y otros después de ella. Porque la necesidad de comunicarnos con los demás cara a cara es imperiosamente superior a la de estar pegados al celular. Sólo tengamos fe y trabajemos para tal propósito: usted como comerciante y yo como pastor del rebaño que Dios me confió”, -usted tiene razón querido padre en lo que señala-, me dijo el comerciante.
Y ¿saben qué pasó?, acá estoy sentado en una esquina del parque, viendo como la gente sigue llegando, Casas y Calles convergen a este bello, necesario y fundamental escenario.
Han vuelto, porque trabajamos para ello y Dios escuchó nuestras plegarias. Hicimos lo que nos correspondía y Dios puso lo demás. Es el momento como el Divino Maestro, Jesús de Nazaret de salir de las “Casas a las Calles y de las Calles pasar a los Parques antes de llegar a los Templos”, para ser pregoneros fervientes y entusiastas de la “Cultura del Encuentro”.