Este es el caso colombiano cuya Constitución Política prevé la economía estatista, y también la privada, lo que de suyo es un asunto conflictivo.
El de esta columna es el título de un ensayo de la lúcida mente del pensador Austriaco Federico Hayek (1889–1992), ganador del premio Nobel de Economía en 1974. Escritor, profesor, conferencista, luchador de varias batallas en el terreno de la libertad humana.
Su Idea central al respecto es sostener y demostrar que el espíritu autoritario de las ideologías totalitarias del comunismo, socialismo–no del socialismo capitalista de algunos países europeos, sino el carencial y emergente de los subdesarrollados– y nazismo, es el mismo, cuyo denominador común es el colectivismo; dominando ese espíritu, el individuo es despojado de los derechos consustanciales a su naturaleza humana; por ejemplo, la libertad, que desaparece ahogada por un aparato administrativo avasallador, desprovisto de humanidad, en sí mismo y en sus conductores y operadores.
Por tanto, el sistema político democratico de un país es apeado de su vida, no solamente pública, sino también privada, reemplazado por conmilitones políticos acá y acullá, que imponen su voluntad omnimoda y omnisciente, clausurando así la coexistencia pacífica en todos los niveles del pensamiento y en la práctica, como lo demuestran hechos históricos, de la antigüedad como en la edad media y el presente.
No obstante, decimos ahora, existe una diferencia cualitativa al respecto: si en aquellas primeras edades había una imposición de los poderosos sobre los débiles, en la actualidad son los mismos pueblos quienes están facilitando con su voto y actuación la pérdida de todos los derechos humanos fundamentales en beneficio del gobierno omnímodo de sus caudillos. Por consiguiente, conscientes o no, es la mayoría de la población la coautora del desbarajuste institucional democrático que se ha estado produciendo desde hace varias décadas, proveniente desde la lejana Eurasia, y luego navegando con timón firme para lograr sus propósitos, hasta las playas de nuestro propio idioma español, pasando por la isla cubana, en busca de asentarse en el continente suramericano con arrebatos triunfalistas y determinación de posicionarse y apropiarse de toda su geografía; y así sus poblaciones están facilitando su propia servidumbre, haciéndose un harakire deshonroso.
¿Pero qué ha facilitado tal estado de cosas? La causa es la descolorada libertad económica y de mercados de las democracias sedicentes que han consagrado en sus constituciones la idea de la planificación económica, que es un boquete para el caballo de troya estatista, pero intruso e infértil en un régimen democratico auténtico, lo cual afecta negativamente el desarrollo de las actividades económicas y políticas libres de los países.
Este es el caso colombiano cuya Constitución Política prevé la economía estatista, y también la privada, lo que de suyo es un asunto conflictivo.
Desde los montes de Pueblo Bello. [email protected]
Este es el caso colombiano cuya Constitución Política prevé la economía estatista, y también la privada, lo que de suyo es un asunto conflictivo.
El de esta columna es el título de un ensayo de la lúcida mente del pensador Austriaco Federico Hayek (1889–1992), ganador del premio Nobel de Economía en 1974. Escritor, profesor, conferencista, luchador de varias batallas en el terreno de la libertad humana.
Su Idea central al respecto es sostener y demostrar que el espíritu autoritario de las ideologías totalitarias del comunismo, socialismo–no del socialismo capitalista de algunos países europeos, sino el carencial y emergente de los subdesarrollados– y nazismo, es el mismo, cuyo denominador común es el colectivismo; dominando ese espíritu, el individuo es despojado de los derechos consustanciales a su naturaleza humana; por ejemplo, la libertad, que desaparece ahogada por un aparato administrativo avasallador, desprovisto de humanidad, en sí mismo y en sus conductores y operadores.
Por tanto, el sistema político democratico de un país es apeado de su vida, no solamente pública, sino también privada, reemplazado por conmilitones políticos acá y acullá, que imponen su voluntad omnimoda y omnisciente, clausurando así la coexistencia pacífica en todos los niveles del pensamiento y en la práctica, como lo demuestran hechos históricos, de la antigüedad como en la edad media y el presente.
No obstante, decimos ahora, existe una diferencia cualitativa al respecto: si en aquellas primeras edades había una imposición de los poderosos sobre los débiles, en la actualidad son los mismos pueblos quienes están facilitando con su voto y actuación la pérdida de todos los derechos humanos fundamentales en beneficio del gobierno omnímodo de sus caudillos. Por consiguiente, conscientes o no, es la mayoría de la población la coautora del desbarajuste institucional democrático que se ha estado produciendo desde hace varias décadas, proveniente desde la lejana Eurasia, y luego navegando con timón firme para lograr sus propósitos, hasta las playas de nuestro propio idioma español, pasando por la isla cubana, en busca de asentarse en el continente suramericano con arrebatos triunfalistas y determinación de posicionarse y apropiarse de toda su geografía; y así sus poblaciones están facilitando su propia servidumbre, haciéndose un harakire deshonroso.
¿Pero qué ha facilitado tal estado de cosas? La causa es la descolorada libertad económica y de mercados de las democracias sedicentes que han consagrado en sus constituciones la idea de la planificación económica, que es un boquete para el caballo de troya estatista, pero intruso e infértil en un régimen democratico auténtico, lo cual afecta negativamente el desarrollo de las actividades económicas y políticas libres de los países.
Este es el caso colombiano cuya Constitución Política prevé la economía estatista, y también la privada, lo que de suyo es un asunto conflictivo.
Desde los montes de Pueblo Bello. [email protected]