La religión nos brinda una visión distinta del “aquí” y el “ahora”, pero también nos abre a la contemplación y esperanza del “más allá”.
Por Marlon Javier Domínguez
La religión nos brinda una visión distinta del “aquí” y el “ahora”, pero también nos abre a la contemplación y esperanza del “más allá”.
El fenómeno religioso no puede detenerse en la consecución de un asidero que nos garantice cierta estabilidad y salud mental en medio de los vaivenes esta vida, sino que debe también proyectarnos a la consecución de una vida más plena y feliz, una vida eterna en la que encontremos nuestro verdadero ser y se vean saciadas nuestras más profundas ansias, al fundirnos con Dios.
Ahora bien, ¿Cómo alcanzar esa vida bienaventurada? En la lectura del evangelio de hoy (Lucas 13, 22-30) Jesús nos enseña un elemento fundamental: La religión no puede ser simplemente un conjunto de ritos y celebraciones, manifestaciones externas que no dan forma al interior.
La religión debe ser vida y las creencias deben expresarse en las acciones. No basta con sólo decir “Señor, Señor”, es preciso actuar de acuerdo a las enseñanzas de aquel a quien reconocemos como maestro.
A Jesús le preguntan: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” y su respuesta manifiesta la necesidad de incorporar en la vida cotidiana los postulados de la fe que se profesa.
La verdadera religión es sincera y la sinceridad religiosa consiste en vivir de acuerdo a lo que se cree. Conviene recordar que no sólo pueden ser llamados ateos aquellos que niegan con sus palabras la existencia de Dios, sino también aquellos que, aún admitiendo o afirmando que Dios existe, viven como si Dios no existiera.
Es cierto que en muchas ocasiones nuestros actos no corresponden a nuestras creencias religiosas, ello se debe a la inclinación hacia el mal que caracteriza a nuestra naturaleza, y puede expresarse con las palabras de San Pablo: “Queriendo hacer el bien es el mal el que se me presenta”.
Esta condición común a todos los seres humanos, sin embargo, se diferencia de la “esquizofrenia religiosa” de quienes, conscientemente, olvidan o relegan su fe para actuar de manera contraria.
Es como si estos últimos dijeran: “Creo en Dios, pero mato, robo, violo los derechos de los demás, utilizo a mis semejantes, soy injusto, creo en Dios teóricamente pero prácticamente soy ateo”.
La existencia humana, para aquellos que creemos, debe ser una constante lucha, un constante esfuerzo por armonizar la fe y la vida; y una constante búsqueda de la verdad, la verdadera felicidad, la justicia y demás valores que engrandecen al ser humano, incluso para aquellos que no creen.
De esta manera unos y otros, guiados por la fe o simplemente por la razón, alcanzaremos la bienaventuranza eterna. Sí, estoy convencido de que debe haber muchos ateos y agnósticos en el cielo y también muchos creyentes en el infierno.
La religión nos brinda una visión distinta del “aquí” y el “ahora”, pero también nos abre a la contemplación y esperanza del “más allá”.
Por Marlon Javier Domínguez
La religión nos brinda una visión distinta del “aquí” y el “ahora”, pero también nos abre a la contemplación y esperanza del “más allá”.
El fenómeno religioso no puede detenerse en la consecución de un asidero que nos garantice cierta estabilidad y salud mental en medio de los vaivenes esta vida, sino que debe también proyectarnos a la consecución de una vida más plena y feliz, una vida eterna en la que encontremos nuestro verdadero ser y se vean saciadas nuestras más profundas ansias, al fundirnos con Dios.
Ahora bien, ¿Cómo alcanzar esa vida bienaventurada? En la lectura del evangelio de hoy (Lucas 13, 22-30) Jesús nos enseña un elemento fundamental: La religión no puede ser simplemente un conjunto de ritos y celebraciones, manifestaciones externas que no dan forma al interior.
La religión debe ser vida y las creencias deben expresarse en las acciones. No basta con sólo decir “Señor, Señor”, es preciso actuar de acuerdo a las enseñanzas de aquel a quien reconocemos como maestro.
A Jesús le preguntan: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” y su respuesta manifiesta la necesidad de incorporar en la vida cotidiana los postulados de la fe que se profesa.
La verdadera religión es sincera y la sinceridad religiosa consiste en vivir de acuerdo a lo que se cree. Conviene recordar que no sólo pueden ser llamados ateos aquellos que niegan con sus palabras la existencia de Dios, sino también aquellos que, aún admitiendo o afirmando que Dios existe, viven como si Dios no existiera.
Es cierto que en muchas ocasiones nuestros actos no corresponden a nuestras creencias religiosas, ello se debe a la inclinación hacia el mal que caracteriza a nuestra naturaleza, y puede expresarse con las palabras de San Pablo: “Queriendo hacer el bien es el mal el que se me presenta”.
Esta condición común a todos los seres humanos, sin embargo, se diferencia de la “esquizofrenia religiosa” de quienes, conscientemente, olvidan o relegan su fe para actuar de manera contraria.
Es como si estos últimos dijeran: “Creo en Dios, pero mato, robo, violo los derechos de los demás, utilizo a mis semejantes, soy injusto, creo en Dios teóricamente pero prácticamente soy ateo”.
La existencia humana, para aquellos que creemos, debe ser una constante lucha, un constante esfuerzo por armonizar la fe y la vida; y una constante búsqueda de la verdad, la verdadera felicidad, la justicia y demás valores que engrandecen al ser humano, incluso para aquellos que no creen.
De esta manera unos y otros, guiados por la fe o simplemente por la razón, alcanzaremos la bienaventuranza eterna. Sí, estoy convencido de que debe haber muchos ateos y agnósticos en el cielo y también muchos creyentes en el infierno.