Desde mí cocina Por: Silvia Betancourt Alliegro La trama del texto que sigue es testimonio fidedigno que edito de mi ensayo, para que las mujeres jóvenes recapaciten y sepan de sus derechos y los defiendan. Deben aprovechar que actualmente no son estigmatizadas por ser madres solteras, por el contrario, el Estado las protege asignándoles un […]
Desde mí cocina
Por: Silvia Betancourt Alliegro
La trama del texto que sigue es testimonio fidedigno que edito de mi ensayo, para que las mujeres jóvenes recapaciten y sepan de sus derechos y los defiendan. Deben aprovechar que actualmente no son estigmatizadas por ser madres solteras, por el contrario, el Estado las protege asignándoles un título bajo el cual las recogen y acogen: Mujeres Cabeza de Familia.
Salimos un día buscando otra posibilidad. Mujeres militantes de partido tratando de identificarnos en una absurda trama de relaciones en la que seguíamos varones, obedecíamos varones, apoyábamos varones, admirábamos varones, competíamos con varones, pedíamos aprobación de los varones, pensábamos como varones, servíamos a varones, nos promovían los varones, nos censuraban los varones, nos mensuraban los varones, nos elogiaban los varones.
Universo masculino en el cual nos perdimos. Queríamos construir otro mundo y nos íbamos destruyendo. Nos negamos el pensamiento, la palabra, el movimiento y la autonomía. Íbamos quedando sin rastro, sin cuerpo. Cayeron las manos, la boca, los ojos.
Sorprendidas nos buscamos: nos reunimos sin la autorización del varón, de la dirección, del partido, alborozadas nos descubrimos, nos admiramos distintas: Sí pensábamos, sí comprendíamos, sí manejábamos el mundo.
Nos acercamos con delicadez a cada una, a su mundo, su sensibilidad. Nos pareció el momento de recobrar cada ser de mujer, de reconocernos.
Al tiempo que empezábamos apropiarnos del cuerpo, del pensamiento, vino la censura. Las mujeres se transformaban en desviaciones y los hombres no soportaban saberlas sin ellos, sin su dirección y control.
Nerviosos y agresivos ocuparon el espacio en que nos reuníamos. Se tomaron el tiempo nuestro para exigir la permanencia de un varón, de dos, en esos encuentros que para ellos resultaba un misterio amenazante, que los excluía y que finalmente dejaba al desnudo la inseguridad del amo y la violencia del Patriarca.
Seguimos con más empeño la decisión de encontrarnos, no cortamos rápidamente el cordón umbilical con el padre; de una pequeña agrupación partidista saltamos a un movimiento político de hombres y nos constituimos en el frente de mujeres; ingenuamente propusimos impulsar la organización autónoma de la mujer.
Participamos en las reuniones nacionales del movimiento hablando de la mujer, la sexualidad y la familia; los problemas cotidianos nunca considerados y despreciados por ser privados, íntimos e individuales.
A esto le siguió todo tipo de lamentaciones, escándalos, censuras, rotulaciones, impugnaciones, segregaciones. Nos callamos, La realidad del mundo masculino rompió el cordón. No estábamos ya dispuestas a continuar gastándonos y demandar una vez más, aprobación.
Entonces, cada una retornó a sus labores dóciles, mas de la incursión política nos quedó una enseñanza destacada: La educación es lo único que nos puede igualar. Rompimos la cadena por el eslabón adecuado: educamos a nuestras hijas como seres humanos, no como hembras de la especie.
Homenaje a Marisol Isaza. Feministas en Colombia 1977- 1978
Desde mí cocina Por: Silvia Betancourt Alliegro La trama del texto que sigue es testimonio fidedigno que edito de mi ensayo, para que las mujeres jóvenes recapaciten y sepan de sus derechos y los defiendan. Deben aprovechar que actualmente no son estigmatizadas por ser madres solteras, por el contrario, el Estado las protege asignándoles un […]
Desde mí cocina
Por: Silvia Betancourt Alliegro
La trama del texto que sigue es testimonio fidedigno que edito de mi ensayo, para que las mujeres jóvenes recapaciten y sepan de sus derechos y los defiendan. Deben aprovechar que actualmente no son estigmatizadas por ser madres solteras, por el contrario, el Estado las protege asignándoles un título bajo el cual las recogen y acogen: Mujeres Cabeza de Familia.
Salimos un día buscando otra posibilidad. Mujeres militantes de partido tratando de identificarnos en una absurda trama de relaciones en la que seguíamos varones, obedecíamos varones, apoyábamos varones, admirábamos varones, competíamos con varones, pedíamos aprobación de los varones, pensábamos como varones, servíamos a varones, nos promovían los varones, nos censuraban los varones, nos mensuraban los varones, nos elogiaban los varones.
Universo masculino en el cual nos perdimos. Queríamos construir otro mundo y nos íbamos destruyendo. Nos negamos el pensamiento, la palabra, el movimiento y la autonomía. Íbamos quedando sin rastro, sin cuerpo. Cayeron las manos, la boca, los ojos.
Sorprendidas nos buscamos: nos reunimos sin la autorización del varón, de la dirección, del partido, alborozadas nos descubrimos, nos admiramos distintas: Sí pensábamos, sí comprendíamos, sí manejábamos el mundo.
Nos acercamos con delicadez a cada una, a su mundo, su sensibilidad. Nos pareció el momento de recobrar cada ser de mujer, de reconocernos.
Al tiempo que empezábamos apropiarnos del cuerpo, del pensamiento, vino la censura. Las mujeres se transformaban en desviaciones y los hombres no soportaban saberlas sin ellos, sin su dirección y control.
Nerviosos y agresivos ocuparon el espacio en que nos reuníamos. Se tomaron el tiempo nuestro para exigir la permanencia de un varón, de dos, en esos encuentros que para ellos resultaba un misterio amenazante, que los excluía y que finalmente dejaba al desnudo la inseguridad del amo y la violencia del Patriarca.
Seguimos con más empeño la decisión de encontrarnos, no cortamos rápidamente el cordón umbilical con el padre; de una pequeña agrupación partidista saltamos a un movimiento político de hombres y nos constituimos en el frente de mujeres; ingenuamente propusimos impulsar la organización autónoma de la mujer.
Participamos en las reuniones nacionales del movimiento hablando de la mujer, la sexualidad y la familia; los problemas cotidianos nunca considerados y despreciados por ser privados, íntimos e individuales.
A esto le siguió todo tipo de lamentaciones, escándalos, censuras, rotulaciones, impugnaciones, segregaciones. Nos callamos, La realidad del mundo masculino rompió el cordón. No estábamos ya dispuestas a continuar gastándonos y demandar una vez más, aprobación.
Entonces, cada una retornó a sus labores dóciles, mas de la incursión política nos quedó una enseñanza destacada: La educación es lo único que nos puede igualar. Rompimos la cadena por el eslabón adecuado: educamos a nuestras hijas como seres humanos, no como hembras de la especie.
Homenaje a Marisol Isaza. Feministas en Colombia 1977- 1978