OPINIÓN

Afrocolombianidad más allá del color de la piel

A propósito de la Ley 725 de 2001, que conmemora el Día Nacional de la Afrocolombianidad, una de las primeras anotaciones es conocer y reconocer la diversidad étnico-cultural presente en América, donde es evidente la diáspora africana esparcida en este continente.

Afrocolombianidad más allá del color de la piel

Afrocolombianidad más allá del color de la piel

canal de WhatsApp

A propósito de la Ley 725 de 2001, que conmemora el Día Nacional de la Afrocolombianidad, una de las primeras anotaciones es conocer y reconocer la diversidad étnico-cultural presente en América, donde es evidente la diáspora africana esparcida en este continente. Ese es el hilo conductor del cordón umbilical con nuestra esencia. Cabe destacar que la historia del ser humano nació en África; por consiguiente, a este continente se le concede el honor de ser cuna de la humanidad. Somos afrodescendientes, y no precisamente por nuestra melanina, sino por nuestros orígenes, lo que ratifica que África es nuestra madre.

La diversidad étnica antes mencionada, que desde la colonización se hizo evidente, fue reconocida oficialmente en nuestro país a través de la Constitución de 1991. Esta generó, además, la promulgación de la Ley 70 de 1993. Producto de este análisis, surge una propuesta normativa que nos permite repensarnos más allá de los estigmas, estereotipos y el clasismo envueltos en la ignorancia de no saber quiénes estaban aquí, quiénes vinieron de África y quiénes de España o Italia. Todo esto está cargado de racismo estructural, producto de una negación histórica de la que hemos sido víctimas y cuyos imaginarios aún perviven y se reproducen de generación en generación.

La historia, escrita y contada de manera sesgada por la hegemonía dominante, ha significado una doble colonización: la primera en 1492, y la segunda, de tipo mental, que nos ha llevado por años a repetirla y validarla. Además, el desconocimiento y la pereza mental se convierten en grilletes intangibles que nos esclavizan al blanqueamiento, reduciendo todo a la melanina.

Desde la formulación del artículo transitorio 55, que luego se convirtió en la Ley 70 de 1993, se pensó en los territorios donde habitaban las comunidades negras, especialmente en la cuenca del Pacífico. El Caribe colombiano no estaba incluido inicialmente en ese inventario. Gracias a los constituyentes de esa región, entre ellos Eduardo Verano de la Rosa, y al impulso de Francisco Rojas Birry —quien, en su condición de indígena, promovió una gran alianza de reconocimiento étnico— se incluyó el texto:

De acuerdo con lo previsto en el Parágrafo 1o. del artículo transitorio 55 de la Constitución Política, esta ley se aplicará también en las zonas baldías, rurales y ribereñas que han venido siendo ocupadas por comunidades negras que tengan prácticas tradicionales de producción en otras zonas del país y cumplan con los requisitos establecidos en esta ley”.

De acuerdo con lo anteriormente descrito, la autodeterminación y el autorreconocimiento del Caribe colombiano no estuvieron dentro de la motivación inicial de lo que hoy es la Ley de Comunidades Negras, Afrocolombianas, Raizales y Palenqueras (Ley 70 de 1993).

Aun sin haber sido referentes en la formulación normativa, en la región Caribe poseemos las dos únicas lenguas criollas existentes entre las comunidades negras afrocolombianas: la raizal y la palenquera. Más allá de la melanina, esta región evidencia todo el proceso de la ruta trasatlántica, las gestas libertarias y emancipadoras, donde la comunicación fue una manifestación de libertad y resiliencia. Las mezclas que realizaban los mercaderes con personas de distintos países africanos —para impedir el diálogo y evitar rebeliones— fueron utilizadas sabiamente por los esclavizados para crear lenguas propias, nacidas del sincretismo, que hoy perviven.

El departamento del Cesar, inmerso en el Caribe colombiano, tiene la particularidad de ser el único de esta región sin mar y, además, de compartir fronteras con departamentos santandereanos. Nuestra situación de autorreconocimiento sigue siendo un cuello de botella debido a la exclusión que se nos aplica por “no tener la piel oscura o negra”, como suelen decir. En este caso, se asocia la identidad étnico-cultural afrodescendiente únicamente con la melanina, sin tener en cuenta elementos como los usos y costumbres, gastronomía, bailes, danzas, espiritualidad, formas dialectales, oficios, ubicación geográfica de los asentamientos, entre otros aspectos fundamentales.

En todos los municipios del Cesar existen huellas y vestigios de africanías. De forma impensable, por ejemplo: el santo patrono, el carnaval y el museo de máscaras, disfraces y danzas del municipio de González, al mejor estilo del carnaval de Barranquilla. En Río de Oro, la danza del tigre y el Cristo de su templo católico son reflejos de esa herencia. Estos son apenas ejemplos de los territorios del sur del Cesar, muy ligados a los Santanderes.

Más adelante, encontramos pueblos de río con bogas por excelencia, cantaores y cantoras de música tradicional ejecutada con tamboras; hacedores de tejidos tradicionales, atarrayas, esteras, escobas; una exquisita gastronomía criolla, artesanías elaboradas con residuos vegetales y semillas; poetas, escritores, compositores, médicos tradicionales, parteras y rezanderos.

Destaco desde el sur del Cesar porque, hasta el momento, se habla de la ancestralidad afro con mucho sigilo, como si la identidad no se llevara en el alma más que en el color de la piel. Por eso, antes de responder nuestra condición étnica, indaguemos los orígenes de nuestros ancestros. Porque si no tenemos legado afro, indígena o rom, entonces somos extraterrestres.

Por: Ana Rocío Jiménez Solano.

TE PUEDE INTERESAR