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Columnista - 28 diciembre, 2021

Adiós 2021

La historia nos recordará como la generación a la que le tocó vivir la pandemia más letal de la humanidad.

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A pocas horas de terminarse el año, son tan diversas como muy particulares las sensaciones experimentadas por cada ser humano a través de sus vivencias en este lapso de tiempo, que llegado el momento no se podrá decir con meridiana certeza si fue un buen año o por el contrario solo trajo desgracias y dificultades a la familia vallenata.

En temas económicos a algunos les ha ido bien, los demás, por cuenta de la carestía, terminamos a gatas para conseguir los productos básicos de nuestra canasta familiar. 

Los especialistas en políticas macroeconómicas ilustrarán floridamente sus teorías, pero ante la realidad no hay que ser eruditos en estos temas, para saber que todo se debe al desabastecimiento resultante de la equivocada implementación oficial de las políticas de seguridad alimentaria y de mercados, al poco apoyo a la producción nacional y la exclusiva dependencia económica de la explotación de nuestros recursos naturales. 

Nacionalmente vivimos lo que individualmente han padecido los que gozaron de alguna bonanza y no diversificaron su actividad productiva. 

Es por esto que el terrorífico decorado que en época electoral nos muestran, emulando al revelador espejo encantado de La Cenicienta o las premoniciones de la bola de cristal de una bruja de pueblo, con el único fin de ponernos a votar por la continuidad, ha perdido su efecto manipulador. 

Hoy sin necesidad de cambiar o mínimamente modificar el enfoque inequitativo del sistema económico actual, ya comenzamos a sentir las carencias que convirtieron al vecino país en la mayor cantera de emigrantes de Latinoamérica. 

La historia nos recordará como la generación a la que le tocó vivir la pandemia más letal de la humanidad. Inerme asistimos al fallecimiento indiscriminado de una sociedad inerme ante el virus. Vimos partir a seres queridos y amigos, que aún sin compartir lazos de sangre construyeron vínculos de confianza y afecto para derrotar el abismo del olvido que instituye la muerte. 

La ilusión de muchos jóvenes naufragó en una cama de la unidad de cuidados intensivos; triste ver a tantas madres llorar a sus hijos, preguntándose los motivos de esa prueba tan difícil y que solo de la mano de Dios podrían soportar. 

Huérfanos por doquier, indistintamente a la condición económica de cada uno, todos enfrentan la fragilidad de las decisiones sin el noble consejo de un padre. 

Muchos sueños quedaron truncados, muchas familias devastadas, mucho dolor acumulado en fatídicas estadísticas que nos anestesiaron el alma hasta la insensibilidad. Lo peor es que a pesar de nuestras miserias no somos mejores seres humanos.

El egoísmo, tal vez por la precariedad de lo básico, nos enajenaron la solidaridad. Las entidades del Estado tampoco ayudaron. Tenemos una administración departamental totalmente desconectada del catastrófico momento que aún no hemos superado. 

Los municipios, incluido la desordenada Valledupar, se han limitado a ser secretarías de obras públicas, con alguna negligente competencia de otros sectores.

En fin, este año que termina, paradójicamente, será un periodo de tiempo para olvidar. Atrás quedarán decepciones, quimeras, duelos por la ausencia de seres queridos, frustradas esperanzas y toda una gama de sentimientos encontrados que esperamos se vayan acomodando en el inicio del nuevo año. 

Confiemos en la misericordia de Dios y con nuestras disciplinadas fuerzas, hagamos lo propio para que el futuro sea mejor. Adiós 2021. Un abrazo. [email protected]. @antoniomariaA.     

Por Antonio María Araújo Calderón

Columnista
28 diciembre, 2021

Adiós 2021

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Antonio María Araujo

La historia nos recordará como la generación a la que le tocó vivir la pandemia más letal de la humanidad.


A pocas horas de terminarse el año, son tan diversas como muy particulares las sensaciones experimentadas por cada ser humano a través de sus vivencias en este lapso de tiempo, que llegado el momento no se podrá decir con meridiana certeza si fue un buen año o por el contrario solo trajo desgracias y dificultades a la familia vallenata.

En temas económicos a algunos les ha ido bien, los demás, por cuenta de la carestía, terminamos a gatas para conseguir los productos básicos de nuestra canasta familiar. 

Los especialistas en políticas macroeconómicas ilustrarán floridamente sus teorías, pero ante la realidad no hay que ser eruditos en estos temas, para saber que todo se debe al desabastecimiento resultante de la equivocada implementación oficial de las políticas de seguridad alimentaria y de mercados, al poco apoyo a la producción nacional y la exclusiva dependencia económica de la explotación de nuestros recursos naturales. 

Nacionalmente vivimos lo que individualmente han padecido los que gozaron de alguna bonanza y no diversificaron su actividad productiva. 

Es por esto que el terrorífico decorado que en época electoral nos muestran, emulando al revelador espejo encantado de La Cenicienta o las premoniciones de la bola de cristal de una bruja de pueblo, con el único fin de ponernos a votar por la continuidad, ha perdido su efecto manipulador. 

Hoy sin necesidad de cambiar o mínimamente modificar el enfoque inequitativo del sistema económico actual, ya comenzamos a sentir las carencias que convirtieron al vecino país en la mayor cantera de emigrantes de Latinoamérica. 

La historia nos recordará como la generación a la que le tocó vivir la pandemia más letal de la humanidad. Inerme asistimos al fallecimiento indiscriminado de una sociedad inerme ante el virus. Vimos partir a seres queridos y amigos, que aún sin compartir lazos de sangre construyeron vínculos de confianza y afecto para derrotar el abismo del olvido que instituye la muerte. 

La ilusión de muchos jóvenes naufragó en una cama de la unidad de cuidados intensivos; triste ver a tantas madres llorar a sus hijos, preguntándose los motivos de esa prueba tan difícil y que solo de la mano de Dios podrían soportar. 

Huérfanos por doquier, indistintamente a la condición económica de cada uno, todos enfrentan la fragilidad de las decisiones sin el noble consejo de un padre. 

Muchos sueños quedaron truncados, muchas familias devastadas, mucho dolor acumulado en fatídicas estadísticas que nos anestesiaron el alma hasta la insensibilidad. Lo peor es que a pesar de nuestras miserias no somos mejores seres humanos.

El egoísmo, tal vez por la precariedad de lo básico, nos enajenaron la solidaridad. Las entidades del Estado tampoco ayudaron. Tenemos una administración departamental totalmente desconectada del catastrófico momento que aún no hemos superado. 

Los municipios, incluido la desordenada Valledupar, se han limitado a ser secretarías de obras públicas, con alguna negligente competencia de otros sectores.

En fin, este año que termina, paradójicamente, será un periodo de tiempo para olvidar. Atrás quedarán decepciones, quimeras, duelos por la ausencia de seres queridos, frustradas esperanzas y toda una gama de sentimientos encontrados que esperamos se vayan acomodando en el inicio del nuevo año. 

Confiemos en la misericordia de Dios y con nuestras disciplinadas fuerzas, hagamos lo propio para que el futuro sea mejor. Adiós 2021. Un abrazo. [email protected]. @antoniomariaA.     

Por Antonio María Araújo Calderón