Si usted quiere conducir un vehículo como manda la ley en la capital del Cesar, cierre los ojos, y de reversa “ábrase como la yuca”, es decir, emprenda viaje a toda velocidad, derecho o en zigzag, como se dice coloquialmente: “a toa mecha”, que da igual.
No eran hiperbólicas las advertencias del ‘Mono’ Zuleta, personaje anecdotario de La Paz-Cesar, en materia de tránsito, al formularse la siguiente pregunta: ¿Cómo manejar bien en Valledupar?, tras la experiencia de adquirir uno de los primeros Nissan Patrol que circuló en la región.
Si usted quiere conducir un vehículo como manda la ley en la capital del Cesar, cierre los ojos, y de reversa “ábrase como la yuca”, es decir, emprenda viaje a toda velocidad, derecho o en zigzag, como se dice coloquialmente: “a toa mecha”, que da igual.
¿Paradójico?, al parecer, ¡pero no!, porque la paradoja es un concepto contradictorio, pero en el fondo hay una explicación lógica, que día a día cobra más fuerza en la meca del vallenato.
No es raro que una moto, una bicicleta o un automotor lo sorprenda en contra vía en plena glorieta, le toca maniobrar aún llevando usted la preferencia, lo que implica estar a 4 ojos para evitar una tragedia por imprudencia de los intrusos que no miden consecuencias.
Si de parqueo hablamos, no es raro hallar un vehículo mal estacionado, con frecuencia en zona prohibida, en cualquier esquina, debajo de un semáforo, ocupando el área peatonal, o que lo avancen por la derecha y le cierren el cruce, porque hacer la U ya es hábito.
Es una bomba de tiempo manejar en Valledupar en medio de tantos “kamikazes”, homicidas o suicidas, porque además de arriesgar su propia vida, ponen en peligro la vida de los demás.
¿Kamikazes?, Sí Kamikazes, descritos como aviones suicidas del ejército japonés que en la Segunda Guerra Mundial se estrellaban voluntariamente cargados de explosivos contra el objetivo enemigo.
Ni qué decir de los semáforos, que para los infractores es como si no existieran, porque se los vuelan. Es la cultura de la muerte orquestada con mayor frecuencia por mototaxistas y domiciliarios que convierten en autódromos las avenidas de Valledupar, sin detenerse a pensar que la velocidad es lo que mata, pero el golpe avisa y el cascarazo duele.
Desde luego que la informalidad le gana el pulso a la incapacidad empresarial que se limita a la explotación del carbón en los municipios mineros, donde el común denominador es la miseria social, y no la riqueza de las regalías, que bien administradas pudieran servir para que El Paso, La Loma y La Jagua de Ibirico dispongan de autopistas, universidades, sistemas de agua potable las 24 horas, e infraestructura de salud para mitigar la contaminación ambiental, e inclusive fortalecer la seguridad industrial, ya que según estadísticas de la OIT, a nivel mundial los accidentes y enfermedades laborales matan más gente que la misma guerra, al morir en estas faenas anualmente 2.3 millones de personas, lo que representa para las finanzas públicas una erogación de 2.8 trillones de dólares.
Y en la informalidad encontramos el mototaxismo, las ventas ambulantes, los limpiavidrios, el malabarismo, el suministro de comidas callejeras, y pare de contar, porque el trabajo formal en lugar de crecer se rezaga por falencias en torno a una cultura empresarial.
Si usted quiere conducir un vehículo como manda la ley en la capital del Cesar, cierre los ojos, y de reversa “ábrase como la yuca”, es decir, emprenda viaje a toda velocidad, derecho o en zigzag, como se dice coloquialmente: “a toa mecha”, que da igual.
No eran hiperbólicas las advertencias del ‘Mono’ Zuleta, personaje anecdotario de La Paz-Cesar, en materia de tránsito, al formularse la siguiente pregunta: ¿Cómo manejar bien en Valledupar?, tras la experiencia de adquirir uno de los primeros Nissan Patrol que circuló en la región.
Si usted quiere conducir un vehículo como manda la ley en la capital del Cesar, cierre los ojos, y de reversa “ábrase como la yuca”, es decir, emprenda viaje a toda velocidad, derecho o en zigzag, como se dice coloquialmente: “a toa mecha”, que da igual.
¿Paradójico?, al parecer, ¡pero no!, porque la paradoja es un concepto contradictorio, pero en el fondo hay una explicación lógica, que día a día cobra más fuerza en la meca del vallenato.
No es raro que una moto, una bicicleta o un automotor lo sorprenda en contra vía en plena glorieta, le toca maniobrar aún llevando usted la preferencia, lo que implica estar a 4 ojos para evitar una tragedia por imprudencia de los intrusos que no miden consecuencias.
Si de parqueo hablamos, no es raro hallar un vehículo mal estacionado, con frecuencia en zona prohibida, en cualquier esquina, debajo de un semáforo, ocupando el área peatonal, o que lo avancen por la derecha y le cierren el cruce, porque hacer la U ya es hábito.
Es una bomba de tiempo manejar en Valledupar en medio de tantos “kamikazes”, homicidas o suicidas, porque además de arriesgar su propia vida, ponen en peligro la vida de los demás.
¿Kamikazes?, Sí Kamikazes, descritos como aviones suicidas del ejército japonés que en la Segunda Guerra Mundial se estrellaban voluntariamente cargados de explosivos contra el objetivo enemigo.
Ni qué decir de los semáforos, que para los infractores es como si no existieran, porque se los vuelan. Es la cultura de la muerte orquestada con mayor frecuencia por mototaxistas y domiciliarios que convierten en autódromos las avenidas de Valledupar, sin detenerse a pensar que la velocidad es lo que mata, pero el golpe avisa y el cascarazo duele.
Desde luego que la informalidad le gana el pulso a la incapacidad empresarial que se limita a la explotación del carbón en los municipios mineros, donde el común denominador es la miseria social, y no la riqueza de las regalías, que bien administradas pudieran servir para que El Paso, La Loma y La Jagua de Ibirico dispongan de autopistas, universidades, sistemas de agua potable las 24 horas, e infraestructura de salud para mitigar la contaminación ambiental, e inclusive fortalecer la seguridad industrial, ya que según estadísticas de la OIT, a nivel mundial los accidentes y enfermedades laborales matan más gente que la misma guerra, al morir en estas faenas anualmente 2.3 millones de personas, lo que representa para las finanzas públicas una erogación de 2.8 trillones de dólares.
Y en la informalidad encontramos el mototaxismo, las ventas ambulantes, los limpiavidrios, el malabarismo, el suministro de comidas callejeras, y pare de contar, porque el trabajo formal en lugar de crecer se rezaga por falencias en torno a una cultura empresarial.