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Columnista - 19 abril, 2013

“A Guillermo Carabalí Popó y al doctor Misterio”

En el Gaitán Las calles y carreras parecían ríos secos afectados por un verano milenario, como si por sus cauces en algún momento de la historia hubiesen desfilado caudalosos ríos de agua fría. En diciembre soplaba la brisa en torbellinos de arena, que entraba a las casas y el aseo de ese día se había perdido por completo; aun relaciono ese mes con el olor a pintura fresca.

Boton Wpp

Por: José Gregorio Guerrero.

En el Gaitán las calles y carreras parecían ríos secos afectados por un verano milenario, como si por sus cauces en algún momento de la historia hubiesen desfilado caudalosos ríos de agua fría. En diciembre soplaba la brisa en torbellinos de arena, que entraba a las casas y el aseo de ese día se había perdido por completo; aun relaciono ese mes con el olor a pintura fresca.

Ya no vivía en el Cerezo, ahora era nuevo en el Gaitán. Allí conocí a un joven de cuerpo menudo y cabeza prominente, de ojos saltones como de ternero acalambrado, y el labio inferior voluptuoso, lengua mocha, y tatareto. Todo el tiempo cargaba pantalones cortos y dominaba un enjambre de muchachos entre ellos Jesús Alberto y Carlos que para ese entonces solo hablaban de sus aventuras pueriles en Chimichagua y El Molino sus pueblos de cuna respectivamente.

Me dijeron estos que el negrito era africano, que su hermana Evilia era bruja y volaba de noche en una escoba de pajita último modelo traída de Venezuela y que se las sincronizaba un mecánico que todo el tiempo se me pareció al barbón de las botellas del whisky, Atilio Arrieta era su nombre. Evilia viajaba para el interior del país a remendarles la suerte a las cachacas desgraciadas, y cuando regresaba hacía una fiesta que duraba varios días con sus noches completas.

Para las fechas electorales lo vi de espía en los comandos contrarios; su padrino “Pepe” liberal consumado lo enviaba a la esquina azul de Ney Daza a torcer voluntades y a cambiar papeletas. Lo vi hablar un día jugando fútbol, el dueño del balón se lo llevó por un descontento en una anotación y el negrito le dijo: “váyase que usted no es el uvito que tiene balón” luego recuerdo verlo triste cuando su hermano falleció al sacar una granada de la nevera y se desintegró en el intento; fue un dolor profundo para el pueblo valduparense; para la misma época Jorge Saldarriaga mató a su mujer María Mercado propinándole más de veinte puñaladas, porque según él, ella no se había aprendido a querer; y según la justicia a este hombre se lo tragó la tierra y lo vomitó hace como cinco años en una calle de Cartagena, un vecino lo vio destartalado por la vida.

A mi amigo el africano muchos años después supe que era de descendencia caleña, y esto, lo escrito, lo compartimos en una de esas tardes paisas tomándonos un buen Ron Medellín. Por eso le digo a mis amigos así como le dijo el joven a su padre cuando lo llevó a conocer el mar y al observarlo manifestó: “papá ayúdame a mirar”.

 

Columnista
19 abril, 2013

“A Guillermo Carabalí Popó y al doctor Misterio”

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Gregorio Guerrero Ramírez

En el Gaitán Las calles y carreras parecían ríos secos afectados por un verano milenario, como si por sus cauces en algún momento de la historia hubiesen desfilado caudalosos ríos de agua fría. En diciembre soplaba la brisa en torbellinos de arena, que entraba a las casas y el aseo de ese día se había perdido por completo; aun relaciono ese mes con el olor a pintura fresca.


Por: José Gregorio Guerrero.

En el Gaitán las calles y carreras parecían ríos secos afectados por un verano milenario, como si por sus cauces en algún momento de la historia hubiesen desfilado caudalosos ríos de agua fría. En diciembre soplaba la brisa en torbellinos de arena, que entraba a las casas y el aseo de ese día se había perdido por completo; aun relaciono ese mes con el olor a pintura fresca.

Ya no vivía en el Cerezo, ahora era nuevo en el Gaitán. Allí conocí a un joven de cuerpo menudo y cabeza prominente, de ojos saltones como de ternero acalambrado, y el labio inferior voluptuoso, lengua mocha, y tatareto. Todo el tiempo cargaba pantalones cortos y dominaba un enjambre de muchachos entre ellos Jesús Alberto y Carlos que para ese entonces solo hablaban de sus aventuras pueriles en Chimichagua y El Molino sus pueblos de cuna respectivamente.

Me dijeron estos que el negrito era africano, que su hermana Evilia era bruja y volaba de noche en una escoba de pajita último modelo traída de Venezuela y que se las sincronizaba un mecánico que todo el tiempo se me pareció al barbón de las botellas del whisky, Atilio Arrieta era su nombre. Evilia viajaba para el interior del país a remendarles la suerte a las cachacas desgraciadas, y cuando regresaba hacía una fiesta que duraba varios días con sus noches completas.

Para las fechas electorales lo vi de espía en los comandos contrarios; su padrino “Pepe” liberal consumado lo enviaba a la esquina azul de Ney Daza a torcer voluntades y a cambiar papeletas. Lo vi hablar un día jugando fútbol, el dueño del balón se lo llevó por un descontento en una anotación y el negrito le dijo: “váyase que usted no es el uvito que tiene balón” luego recuerdo verlo triste cuando su hermano falleció al sacar una granada de la nevera y se desintegró en el intento; fue un dolor profundo para el pueblo valduparense; para la misma época Jorge Saldarriaga mató a su mujer María Mercado propinándole más de veinte puñaladas, porque según él, ella no se había aprendido a querer; y según la justicia a este hombre se lo tragó la tierra y lo vomitó hace como cinco años en una calle de Cartagena, un vecino lo vio destartalado por la vida.

A mi amigo el africano muchos años después supe que era de descendencia caleña, y esto, lo escrito, lo compartimos en una de esas tardes paisas tomándonos un buen Ron Medellín. Por eso le digo a mis amigos así como le dijo el joven a su padre cuando lo llevó a conocer el mar y al observarlo manifestó: “papá ayúdame a mirar”.